Ingmar Bergman me descubrió antes de tiempo la soledad de la vejez. En las amargas Fresas salvajes, el blanco y negro -el color de los sueños, sino que se lo pregunten a Buñuel- está logradísimo y la escena mítica (el profesor ve su propio entierro, lo cual sirve como excusa para iniciar el largo viaje) revela la lucha entre el pasado, el presente y el futuro. Todo ello en un mismo plano. Increíble. ¡Ah! Los que se duerman en los laureles, que cierren los ojos. Dudo mucho que los sueños de ellos estén a la altura del viejo profesor.
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