Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

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miércoles, 21 de mayo de 2025

TRUMP, EL MATÓN DE LA CLASE

Donald Trump me recuerda al clásico matón de instituto; narcisista ‘ad nauseam’, ignorante, inmoral e insolente, crece de forma desproporcionada a costa de la debilidad de los otros. He aquí la antítesis de la figura del gobernante ejemplar que describieron Cicerón, Marco Aurelio o Hannah Arendt, grandes conocedores de la dinámica de poder.

La guerra de aranceles trumpista, que ha sumido en el caos y la incertidumbre a la economía mundial, es solo una parte de un proyecto de subversión de los valores democráticos de Occidente. En el discurso tergiversador de Trump, todos los países han “estafado” a EEUU durante décadas. Ese resentimiento y esa utilización de chivos expiatorios (asiáticos, europeos y latinoamericanos, fundamentalmente) recuerda mucho a la retórica nazi. En uno y otro caso, se ofrecen soluciones demagógicas e irreales a problemas de largo alcance, inoculando a las masas, con añagazas, los venenos del racismo y la xenofobia.

En febrero, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, ofreció a su homólogo estadounidense la posibilidad de deportar al país centroamericano a cualquier inmigrante que la Casa Blanca considere un “criminal peligroso”. Por supuesto, Trump aceptó con gusto la invitación de su vasallo. Desde entonces, 260 inmigrantes latinoamericanos —la mayoría venezolanos— han sido recluidos en una cárcel salvadoreña de alta seguridad, el Cecot (Centro de Confinamiento del Terrorismo). La administración Trump llevó a cabo esas deportaciones sin procesos judiciales previos, en virtud de una ley —la de Enemigos Extranjeros— que data de 1798 y que fue prevista para tiempos de guerra.

El caso más mediático de esta oleada de deportaciones es el de Kilmar Armando Abrego García. En el momento de su detención, este salvadoreño de 29 años residía legalmente en EEUU, trabajaba de obrero metalúrgico, carecía de antecedentes penales y tenía una protección judicial que prohibía que lo deportasen a su propio país —corría el riesgo de ser víctima de las bandas criminales—. El 10 de abril, veinticinco días después de su deportación, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos exigió al Gobierno de Trump que facilitase el regreso de Abrego García. El 30 de abril, en una entrevista emitida por el canal ABC, Trump admitió que “podría” traer de vuelta al deportado, pero que no lo hará, porque “se trata de un miembro de MS-13”. Lo cierto es que no existen evidencias de que Abrego García pertenezca a esa pandilla callejera. Para más inri, antes de la referida entrevista, el 31 de marzo, los abogados de la administración Trump reconocieron que la deportación del joven se había debido a un “error administrativo”. Según esos funcionarios, el detenido no puede ser repatriado porque se encuentra bajo la jurisdicción de El Salvador. ¡Ver para creer!

Pero el uso arbitrario del poder —una de las señas de identidad del fascismo— no solo afecta a los inmigrantes latinoamericanos; según reveló Associated Press, en lo que va de año, al menos cuatro ciudadanos europeos han sido detenidos en las fronteras de Estados Unidos, pese a cumplir los debidos requisitos migratorios y a no contar con antecedentes terroristas. Un caso representativo es el del joven alemán Lucas Sielaff, que ingresó a EEUU el 27 de enero, con un permiso de 90 días. El 18 de febrero fue interceptado, cuando regresaba de un viaje a Tijuana. Se encontraba en compañía de su novia, estadounidense. A pesar de que el chico solo había estado 22 días en Estados Unidos, las autoridades resolvieron que había violado su estatus migratorio. En consecuencia, Sielaff fue trasladado al centro de detención de Otay Mesa (San Diego), donde permaneció 16 días.

Trump viola los derechos humanos y se burla de la justicia, dando a entender que una persona, si es adinerada, puede hacer lo que le venga en gana. Este matón va camino de convertir en una autocracia a la democracia constitucional más antigua del mundo. “La voz más pobre”, escribió Ferlosio, “se hace siempre la más autoritaria: no consiguiendo ya ser entendida, tiene que resignarse a no ser más que obedecida”.

(Publicado en El Progreso, 16/05/2025)