PORCIA.- Quisiera que ya hubieras ido y venido
antes que decirte a qué tienes que ir.
(W. SHAKESPEARE, Julio César, cap. II.iii)
El lenguaje que emplea Shakespeare en Julio César cumple una importante función persuasiva (desde el principio, los personajes tienden a instar a los otros: Bruto a Casio, Casio a Bruto, Marco Antonio a Bruto, etcétera). Pero esta persuasión se materializa, sobre todo, en dos hechos que cambian el curso de la obra: el primero, después del homicidio de César, cuando Bruto logra convencer a la opinión pública de que la muerte del líder está justificada porque, bajo su mandato, se pondría fin a la República. El segundo hecho, cuando Marco Antonio entra en escena y logra, con su discurso de despedida a César, poner al público en contra de los conjurados.
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Y es que cuando una empresa se fractura, surgen, inevitablemente, divisiones y luchas a la hora de acceder al poder. Esto puede verse, si cabe de forma más clara, cuando Bruto ataca a Casio en un momento clave de la obra. Este conflicto que sucede dentro de la misma casa impide que los conjurados preparen de forma adecuada la guerra. Lo mismo sucede en cualquier otra empresa cuando no hay compenetración entre sus miembros. Ahí está el ejemplo de la Guerra Civil: los rebeldes estuvieron unidos en todo momento, mientras que los republicanos se disgregaron a lo largo de todo ese tiempo (comunistas y socialistas por un lado, anarquistas por otro, etcétera), lo cual supuso la victoria de Franco. Marco Antonio es un claro ejemplo del éxito de las empresas organizadas: “...Formemos un ejército / en seguida. Por tanto, sellemos nuestra alianza, / escojamos a nuestros amigos y extendamos / nuestros medios. Y no tardemos en reunirnos / por ver el mejor modo de mostrar lo que se oculta / y de afrontar los peligros manifiestos...” (IV.i).
La conclusión es clara: si no partimos de un análisis adecuado de la realidad, no funcionará la estrategia de la empresa. El diagnóstico preciso es esencial, no vale cualquier otro antibiótico. Shakespeare, en boca de Casio, lo expresó mejor: “La culpa no está en nuestra estrella, sino en nosotros mismos”.
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