Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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lunes, 29 de noviembre de 2010

Benedicto XVI 'se confiesa'


Benedicto XVI se confiesa ante el periodista alemán Peter Seewald: "Si se separan los conceptos de sexualidad y fertilidad, entonces la sexualidad pasa a ser cualquier cosa". ¿Cualquier cosa? ¡Hombre, Santidad, si me permite el arrojo, digo yo que todo dependerá de la intensidad (y de las mañas) de los correspondientes amantes!

domingo, 28 de noviembre de 2010

César Antonio Molina también critica la prevalencia de la información sobre el conocimiento


Me alegra toparme con un artículo de César Antonio Molina (El País, 25/11/2010) que incide en las tesis que yo mantuve en mi texto "Internet, la creencia pararreligiosa", publicado un día antes. Merece la pena resaltar este párrafo escrito por el literato y ex ministro de Cultura:

La cultura humanista está hoy abandonada por jóvenes entregados al becerro de oro de las redes de comunicación. Cualquier respuesta la obtienen -o creen obtenerla- allí, en el poder cada vez mayor de la información sobre el conocimiento. O, si se prefiere, en el poder cada vez mayor de la economía sobre la cultura. Las industrias de lo imaginario, del entretenimiento, se alzan sobre los valores del espíritu, la meditación, la reflexión. Lo útil sobre lo inútil. La cultura se convierte en industria, en la forma de un complejo mediático-comercial que es el motor del crecimiento de las naciones desarrolladas.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Internet, la creencia pararreligiosa


Muchos de mis amigos y conocidos saben que uno tiene la sana costumbre de enviar –vía e-mail– textos literarios (artículos, relatos, poemas…) propios o ajenos. Huelga decir que valoro la posibilidad de la actualización informativa, del intercambio instantáneo de sentimientos o sensaciones, del debate a cientos de kilómetros de distancia, que ofrece la Red: no en vano, he colaborado y colaboro en varios medios digitales, y soy uno de los editores de La Huella Digital. Sin embargo, uno utiliza –no sólo profesionalmente– este instrumento como un complemento del papel impreso, no como un sustituto. No es mi intención enviar mandobles o saetas ponzoñosas a quienes considero fuera de mi ortodoxia ética y estética, pero me asusta ese discurso atroz de la tecnología por la tecnología, esa actitud destructiva hacia el medio impreso (al que debemos tantos aprendizajes y tantas horas de entretenimiento). En efecto, desconfío, como Giovanni di Lorenzo (director del semanario alemán Die Zeit, una publicación impresa más rentable que la mayor parte de portales digitales), de esas “creencias pararreligiosas en Internet”. Unas creencias que se han convertido ya en una ideología con muchos seguidores.

Ciertos periodistas y, sobre todo, ciertos licenciados en Periodismo (este oficio rara vez se aprende en la Facultad: no es lo mismo memorizar cuatro definiciones ridículas que interpretar los hechos), ciertos licenciados, decía, presentan a la Red como la única esperanza, como la única salida. Pongo como ejemplo este tweet (así se denomina cada uno de los comentarios publicados en la red social Twitter) de un estudiante de 5º de Periodismo: “Se admiten sugerencias sobre blogs interesantes (me vale cualquier tema), para dar un poco de comer a mi Google Reader, que lo tengo abandonado”. Uno piensa, en buena lógica, que para esta persona, y para tantas otras, lo importante es única y exclusivamente el fin en sí mismo (no el medio para conseguir un fin): o sea, navegar por la Red (descargar compulsivamente cientos de podcasts que probablemente sólo sirvan para “dar de comer” al disco externo, repasar los vídeos más vistos de Youtube, actualizar la red social –con cualquier comentario intrascendente– en medio de una tertulia amistosa…). Lo de menos es el contenido: “Si me quitan este programa –dirán algunos–, ya encontraré otro que se le parezca, y, si el nuevo hallazgo no me gusta, haré lo posible para adaptarme al mismo cambiando mis hábitos, mis filias, mis fobias…”.

Esta ideología extrema puede degenerar –como apunta Di Lorenzo– en violencia, en fantasías totalitarias y guerras contra la verdad. Como los tertulianos de la telebasura, como los fascistas, como los estalinistas, muchos acérrimos de la Red no perdonan disidencia a su credo: repasen algunos insultos –muchos de ellos anónimos– que contaminan las bitácoras o los periódicos digitales. Uno entiende, por tanto, que la libertad de expresión se confunde hoy con la posibilidad de ser soez y despótico. ¡Qué dolorosa contradicción: la lectura siempre ha sido infalible a la hora de constatar que el mundo puede verse de diversas miradas! Sin profundizar en asuntos filosóficos y psicológicos, sólo diré –a modo de epítome– que no hemos cambiado mucho, pese a los incontables inventos tecnológicos, desde que Marx acuñara (refiriéndose a las relaciones de trabajo capitalistas) el terrible término alienación, esto es, el estado mental caracterizado por una merma del sentimiento de la propia identidad. El hombre, oprimido por un sistema dictatorial o por la publicidad consumista, deja de tener opiniones propias y actúa (tilde más, tilde menos) como un robot: al dictado de los poderosos.

También le preocupa a uno hoy la total confusión de los términos información y conocimiento. Conviene recordar que Internet, al igual que los libros, nos da la posibilidad de acceder a la información, no al conocimiento. Este conocimiento sólo adquiere su verdadero sentido cuando el lector, en el papel o en la pantalla, transforma, cuestiona, asimila, interpreta y, en definitiva, procesa los contenidos. Quiero decir: sin un aprendizaje, sin un esfuerzo previo, Internet sólo es un instrumento –muy válido, desde luego–, no un milagro pararreligioso (uno, sin ser católico, no ve más transparencia de oblea que una prosa de Azorín o Cunqueiro). La misma tesis –tan vetusta– puedo extrapolarla al señorito que adorna las estanterías con libros que no leerá jamás, a fin de propagar su elitismo. También es aplicable esa tesis al estudiante de Humanidades que en la Universidad cumple un mero trámite, y no bebe, paralelamente, la plural belleza que nos han legado los escritores, cineastas, músicos y artistas. Ya digo que no importa tanto el soporte como la intención o el esfuerzo…

A propósito de esa plural belleza, uno, cuando escribe, siempre intenta ponerse en el lugar –pues la literatura es una continuación, una revitalización– de sus maestros desaparecidos. ¿Qué pensarían ellos al respecto? ¿Con qué palabra precisa expresarían el desafecto ante esta creencia pararreligiosa de la que habla el periodista Di Lorenzo? Don Antonio Machado dejó escrito un poemita que hoy adquiere mucha vigencia, entre otras cosas porque su época también se caracterizó –salvando, claro, las distancias– por el fanatismo de las ideologías: “¡Qué difícil es / cuando todo baja / no bajar también!”. Un alumno aventajado de Machado, José Agustín Goytisolo, construyó hace tiempo “La mejor escuela”, a fin de criticar el automatismo, la indiferencia y la ignorancia de algunos estudiantes y docentes: “No aprendas sólo cosas / piensa en ellas / y construye a tu antojo situaciones e imágenes / que rompan la barrera que aseguran existe / entre la realidad y la utopía: / (…) / Después sal a la calle y observa: / es la mejor escuela de tu vida.”

Desgraciadamente, es difícil que algunas de las personas de mi generación (nací en el 87) asistan a esa escuela que funde la lectura con la vida: la tecnología (entendida, repitámoslo, como la única esperanza) ya comienza a sustituir las conductas humanas más elementales: el beso por el icono de unos labios, la caricia por el tecleo, la sencillez por la simpleza del lenguaje, la voz entrecortada por las abreviaturas… Y, qué quieren que les diga, si uno no tiene la posibilidad de dedicar –con su puño y su letra– un libro a un ser querido, si uno no tiene la posibilidad de personalizar –o de subrayar– un sentimiento universal, ¿de qué sirven los gigas de un e-book? Los humanistas –hay que repetirlo una vez más– tenemos el deber de preservar el lenguaje, renovándolo, y de cultivar la sensibilidad. Para lograr tales fines, no es necesario suprimir ningún instrumento o soporte. Todo lo contrario: las cartas y los e-mails son –ya lo dije– complementarios. Como la película y el libro. La plural belleza se construye a partir de síncopas, de notas aparentemente disonantes…

Por H. ACEBO
La Huella Digital, 24/11/2010

martes, 23 de noviembre de 2010

La "sociedad basura"

Uno piensa, en buena lógica, que una sociedad como la nuestra que ha perdido el miedo y el asco al concepto 'basura' hasta el extremo de divertirse y gozarse con él, no puede ser -mayoritariamente- sino una 'sociedad basura', una sociedad en que los emblemas de la excelencia no sólo se han perdido sino que han sido sustituidos por sus contrarios, una sociedad de la bajura y la falta de calidad, de gusto y de formación cívica e intelectual. ¡Qué manjar para los políticos mediocres!

LUIS ANTONIO DE VILLENA (El Mundo, 5/11/2010)

viernes, 19 de noviembre de 2010

Las canciones

La mayor parte de sucesos y hechos fundamentales de mi vida están ligados a una canción, que sirve como telón de fondo o complementa –las más de las veces– un diálogo, una sensación, una mirada, una descubierta, una suerte de creación... Sam Cooke (el inventor, junto a Ray Charles, del soul) ha musicalizado muchos de mis capítulos madrileños. Es de recibo recordarlo a través de su desgarradora voz.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Los actores

Falta interés en muchos de nuestros actores jóvenes. Sin entrar en la dicción, en las voces atropelladas y opacas, a veces uno tiene la sensación de que esos intérpretes están ausentes –como si hubieran concluido sus trabajos– cuando sus compañeros de reparto hablan. Y saber escuchar es tan importante como dar la réplica. ¿Quiénes relevarán algún día a Ángela Molina, a José Sacristán, a Miguel Rellán, a Tina Sainz, a Carlos Hipólito, a Emilio y a Julia Gutiérrez Caba, a Manuel Galiana…?



Rellán es uno de nuestros mejores actores, una presencia que humaniza los mitos (ahí está el alma en pena de Fiz de Cotovelo, en El bosque animado) y que contiene como nadie a los personajes excéntricos (locos, humanistas maniáticos, sacerdotes impetuosos...). En el vídeo que adjunto, falta, eso sí, una de las mejores interpretaciones del actor: el falangista de la Tata mía de Borau. El primer Goya para un intérprete.

martes, 9 de noviembre de 2010

Valente


En el jeroglífico había un ave, pero no se podía saber si volaba o estaba clavada por un eje de luz en el cielo vacío. Durante centenares de años leí inútilmente la escritura. Hacia el fin de mis días, cuando ya nadie podía creer que nada hubiese sido descifrado, comprendí que el ave a su vez me leía sin saber si en el roto jeroglífico la figura volaba o estaba clavada por un eje de luz en el cielo vacío.

JOSÉ ÁNGEL VALENTE, “De la luminosa opacidad de los signos”, Treinta y siete fragmentos, 1971

sábado, 6 de noviembre de 2010

Gijón



En Volver a empezar (Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 1982 y un fracaso de taquilla en España tan solo unos meses antes), un nostálgico Garci se apoyó en la prodigiosa melodía de Pachelbel para presentarnos la ciudad donde uno pasó todos los veranos de su infancia, Gijón. ¡El internacional escritor Antonio Miguel Albajara (interpretado por Ferrandis) rememorando el cine de su mocedad, paseando por la playa de San Lorenzo, pisando suavemente la regada hierba de El Molinón...! Esta manera de mirar, de fundir la memoria con la imaginación, a mí me eriza –por enésima vez– el vello de la piel.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Rajoy: la minoría absoluta


A Jesús Ferreiro, mi alcalde

Está dando mucho que hablar la entrevista de Mariano Rajoy con Javier Moreno (director de El País), aparecida el pasado domingo 31 de octubre. Hasta entonces el presidente del PP y los suyos parecían tener un plan oculto para salir de la crisis. O no lo tenían o no pretendían detallar sus propuestas de ajuste hasta que se acercaran las elecciones, para evitar el desgaste. Lo cual, en términos de responsabilidad social, decía muy poco a favor de unos señores que pretenden gobernar un país debilitado. Tras la reciente remodelación del Gobierno, Rajoy (el señor que debía de confiar en la coyuntura económica adversa para ganar las elecciones de 2012, el grisáceo registrador de la Propiedad que, en lugar de ofrecer alternativas, se dedicó a impugnar prácticamente todos los Presupuestos del Estado desde que Zapatero entró en La Moncloa) se ha visto obligado a mover ficha, aclarando ciertas ambigüedades.

En la entrevista de El País, el presidente del PP manifiesta su admiración hacia David Cameron. De hecho, si llega a La Moncloa, a Rajoy le gustaría hacer en España algo similar al plan de ajuste decidido por el primer ministro de Reino Unido: “Por una razón: transmite ideas claras, transmite que lo que hace, lo hace porque se lo cree y, por tanto, genera confianza”. Esta opinión, pese a su claridad (o quizás por ello), no deja de ser preocupante: el ajuste presentado por el también conservador Cameron es –como sostiene Javier Moreno– el mayor plan de recorte del estado de bienestar desde la II Guerra Mundial en el Reino Unido. Para reducir el déficit público del país, Cameron ha optado, entre otras cosas, por recortar las prestaciones sociales (conseguir una vivienda social va a ser, en efecto, mucho más caro), por reducir el presupuesto de los ministerios a un 19% de media y por multiplicar las tasas universitarias. Además, según una investigación publicada por Financial Times (30/10/2010), dos tercios de las escuelas británicas verán reducidos sus presupuestos, lo cual no se corresponde con la promesa electoral de Cameron: mantener el gasto en un gran servicio público fundamental como la Educación.

El director de El País estuvo muy lúcido al recordar que Cameron se ha propuesto suprimir medio millón de empleos en el sector público. Ahí Rajoy fue más cauto: “No he entrado en el detalle de cuáles son los empleos públicos que quiere suprimir”. Y añadió: “Yo aquí no hubiera suprimido 500.000 empleos públicos, pero las circunstancias de Reino Unido son muy distintas a las de España; y yo creo que en esa situación lo habría apoyado”. En ese momento de la conversación, Moreno, una vez más, se valió de un titular interpretativo –como decimos en la jerga periodística– que puso contra las cuerdas a Rajoy, recordándole que, medido en puntos de PIB de reducción de déficit, en el Reino Unido “el esfuerzo sí es similar a España”.

En El País del pasado 2 de noviembre, Cristóbal Montoro (responsable de Economía del PP) dilucidó las escasas dudas que algunos españoles tenían, al afirmar que su partido pretende privatizar –si llega a La Moncloa– servicios sociales básicos como la Sanidad, la Educación o la Dependencia, a fin de reducir el gasto público. Rajoy denomina a esas privatizaciones “liberalizaciones”, que es una palabra menos agresiva. Pero el significado es el mismo. La defensa de la propiedad privada es inherente a la derecha, y en el PP actual el terreno ya estaba sembrado: tanto en la Comunidad Valenciana como en Madrid los Gobiernos autonómicos de tal partido ya habían puesto en marcha la cesión de servicios sociales –como la Sanidad– a empresas privadas.

“Las conquistas sociales han quedado obsoletas, os las vamos a quitar para modernizarlas”, decía el humorista El Roto –siempre tan punzante– en su viñeta del 3 de noviembre, como si leyese el pensamiento de Rajoy. Pues bien, esa supresión de los servicios sociales básicos que tiene en mente el PP, acaso movilice al electorado del PSOE, animado por la reciente reestructuración del Gobierno (con un convincente Rubalcaba al frente del barco, eclipsando a un desgastado Zapatero). Y es que no podemos obviar lo siguiente: el PSOE, al contrario que el PP, siempre tiene en su contra la desmovilización de sus votos. El electorado de centro-izquierda –históricamente pasivo– es tentado por la abstención cuando el viento le sopla a favor (“No hace falta que vote: está claro que vamos a ganar”, dirían algunos) o, por el contrario, cuando la coyuntura económica es especialmente adversa e incierta, teniendo los trabajadores que pagar, ¡ay!, los platos rotos por las altas esferas. Eso es lo que sucede hoy. Pero faltan dos años para las elecciones, y es imposible esclarecer el desenlace.

Los derechos civiles

En cuanto a los derechos civiles, a día de hoy Rajoy es absolutamente diáfano. Pese a que hace sólo dos años –antes de las últimas elecciones– el líder del PP optaba por refugiarse en la ambigüedad a la hora de tratar la ley del matrimonio homosexual, ahora, si gana en 2012, no se compromete a mantener tal ley (cree que “no es constitucional” y le disgusta que se llame matrimonio a la unión entre personas del mismo sexo), ¡incluso aunque la avale el Tribunal Constitucional! Del mismo modo, el presidente del PP declaró al director de El País que propondrá a su partido reformar la ley del aborto –según él, “no protege suficientemente el derecho a la vida, porque permite libertad total en las primeras 14 semanas”– y a suprimir la posibilidad de que, en casos de conflicto familiar, las chicas de 16 años puedan abortar sin que sus padres lo sepan. Rajoy, cómo no, tiene recurridas ante el Constitucional las dos leyes comentadas, junto a otras ocho (la de igualdad, la del suelo, la reforma de la ley orgánica que regula el propio Tribunal Constitucional…).

Una vez más, los actuales políticos derechistas de este país dan muestras de que sólo son –o serían– capaces de gobernar pensando en sus votantes, es decir, en una minoría. Se olvidan de que un presidente (estatal o regional) rige a una comunidad, a miles de personas con intereses y gustos distintos, no a un partido. Ahí está el machismo de León de la Riva (alcalde de Valladolid), quien descalificó recientemente a la ministra Leire Pajín haciendo alusión a su físico: “Cada vez que veo esa cara y esos morritos pienso lo mismo, pero no lo voy a decir”. ¿Qué ejemplo puede dar a los ciudadanos una persona que denigra a las mujeres o que descalifica a una persona por su físico? ¿Y qué responsabilidad política puede tener Rajoy, quien no ha censurado en público a León de la Riva? ¿Cómo va a gobernar una persona que mira con recelo a un colectivo como los homosexuales? ¿Acaso las minorías no deben disfrutar de los mismos derechos y privilegios, máxime cuando una ley ya está aprobada porque contó con una mayoría parlamentaria, social y política?

¿Y qué decir de la postura de Rajoy hacia el aborto? Es inconcebible que esa ley se utilice como arma política, cuando este país no está en condiciones de dejar de fomentar la educación sexual: muchos niños, adolescentes e, incluso, adultos –uno, que sólo tiene 23 años, da fe de ello– sufren en las aulas el machismo, siendo torturados mental y físicamente. Algunos llegan a suicidarse o viven con el trauma el resto de sus días. La educación está –al contrario de lo que debe de creer Cameron– no sólo para prohibir, sino para saltar barreras, para proponer modelos que puedan ser útiles a los alumnos, para ofrecer valores dirigidos a la generosidad y a la tolerancia. La tarea del docente sería hacer del niño un hombre capaz de vivir una vida completa, como dijera el filósofo Spencer. Y ahí entran en juego, evidentemente, leyes como la del matrimonio homosexual. Leyes que fomentan la cultura democrática, que benefician a toda la sociedad y que hacen felices (o, mejor dicho, que realizan) a un colectivo, por muy minoritario que éste sea.

Dicho de otro modo: el verdadero regidor jamás crispa el ambiente y quiere –sin fomentar los odios ni excluir a nadie– lo mejor para su ciudadanía. Así es como gobernaba Jesús Ferreiro, alcalde socialista de mi San Tirso natal durante veinte años (1979-1999), por eso hoy he querido dedicarle estas humildes líneas. ¡Ojalá más de un autoritario político nacional siga su ejemplo: y trate de escuchar al pueblo, más que a su partido! Treinta y cinco años después de la muerte del dictador, queda mucho camino por recorrer. Todavía.

Por HÉCTOR ACEBO (La Huella Digital, 4/11/2010)

martes, 2 de noviembre de 2010

"Pedro Corto": Un relato de don Álvaro Cunqueiro


Todos lo conocíamos por Pedro Corto, o Pedro de Antón, pero se llamaba Pedro Regueira García. Fue compañero mío en la escuela de Riotorto, un año en el que hubo tifus en Mondoñedo, y a mí me mandaron a la aldea, a casa de mi tío Sergio Moirón. Yo tenía ocho años, y él, once o doce. Era un calígrafo lento, como un chino de los días de los Tang y de los Sung, que yo llegué, pasando los años, a conocer y admirar tanto. Pedro daba de todas las muestras Itzurzaeta unas planas limpísimas. Yo tenía una letra muy mala, unos mosquitos caídos a voleo sobre el papel, y le envidiaba a Pedro Corto la clara escritura solemne tomada de José Francisco Itzurzaeta, quien seguía la tradición de los vascos de buena letra que fueron secretarios de los Austria. Pedro Corto llegaba a la escuela con sus grandes zuecos, la chaqueta de pana verde que le quedaba corta y unos pantalones de pana negra que le quedaban estrechos con remontes en las rodillas; una enorme bufanda a rayas rojas y negras le envolvía la cabeza, tapándole las orejas, donde un invierno le florecían los sabañones. Siempre tenía frío, y media hora antes de la sesión de caligrafía paseaba con las manos en los bolsillos, con permiso del señor maestro. Pedro Corto sabía hacer globos de papel, que subían alegres y se perdían tras los oscuros montes. Pedro Corto nos decía:

–¡Los globos siempre van al mar!

Él no viera nunca el mar, y esperaba el día de verlo, el día en que tuviese que ir a tomar baños a Foz con receta de médico, en la primera semana de septiembre que es medicinalmente la indicada. Pero el arte de Pedro, el arte mayor, era la domesticación de saltamontes. Pedro, cuando en mayo comenzaban a verse, cazaba media docena, los metía en una cajita con tapa la mitad de rejilla y la otra mitad de cristal, y se disponía a la doma del saltón. Era tan difícil como puede serlo el arte búlgaro o siríaco de domar pulgas. Los saltamontes de Pedro Corto terminaban por usar el columpio que les ponía en la caja, y pasando al través de un aro doble, hecho con una horquilla de pelo, y saltando una barrera de papel colorado, como caballitos. Cuando a los trece años marchó a Buenos Aires, con unos zapatos nuevos, pero, eso sí, con la misma bufanda de la escuela, le dije a su tío Felipe de Anteiro:

–Pedro se va a hacer rico en Buenos Aires, en los teatros, con los saltamontes.

–Allá –me dijo el señor Felipe, mirándome gravemente y perdonándome mi ignorancia– no hay saltamontes en el campo. Allá en La Pampa sólo saltan la langosta de oro y la rana guajanera, que no son dominables.

Callé, y bajé la cabeza. Años más tarde me enteré de que no había tal langosta de oro ni tal rana guajanera, que ambas fueran invención de Felipe de Anteiro, invención poética. Ignoro qué habrá sido de Pedro Corto. Cuando por mayo y junio veo saltamontes en los campos gallegos, siempre lo recuerdo.

Á. CUNQUEIRO, Xente de aquí e de acolá (traducido al castellano como La otra gente)