Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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miércoles, 21 de septiembre de 2022

LA ÚLTIMA PELÍCULA DE GODARD

Tres corrientes renovaron sustancialmente el lenguaje del cine: el expresionismo alemán, el neorrealismo italiano y la Nouvelle Vague francesa, que tuvo como máximos exponentes a los directores François Truffaut y al recientemente desaparecido Jean-Luc Godard. Su película ‘Al final de la escapada’ (1960) contribuyó enormemente a sentar las bases del celuloide moderno, en el que, tanto o más que la trama argumental, importarán el punto de vista del director, la naturalidad diálogos coloquiales, rodaje en interiores reales, uso de la cámara en mano... y la imbricación entre la cultura y la vida.

En su etapa como crítico de la prestigiosa revista Cahiers du Cinéma, siendo un veinteañero, Godard ya asombraba por su gran conocimiento del séptimo arte y su perspicacia. De Hitchcock aprendió que la puesta en escena es la traslación de la mirada del cineasta. Ford y Lang le contagiaron el gusto por la sentencia. Bergman le transmitió que los detalles íntimos marcan la diferencia, y más aún cuando se cargan de lirismo. Bresson le hizo ver que, a través del montaje, la noción del tiempo prevalece sobre la del espacio. Preminger le descubrió el rostro expresivo de Jean Seberg, quien acabaría protagonizando precisamente ‘Al final de la escapada’.

En sus películas juveniles, Godard no huía de los tópicos ni de las estructuras más fértiles: los adaptaba a su tiempo. Como hicieran Cézanne en la pintura y Pound en la poesía, el director franco-suizo ponía la tradición al servicio de la modernidad, rebelándose, eso sí, contra el tono academicista. “Una película debe tener planteamiento, nudo y desenlace, pero no necesariamente en ese orden”, sentenciaría.

Luego, desnortado y petulante, Godard quiso incorporar la causa maoísta a su obra y le salieron panfletos: ‘Week-end’ (1967), ‘La chinoise’ (1967), ‘Todo va bien’ (1972)… Aparatosas y llenas de consignas, esas películas parecían rodadas por un político queriendo hacer cine, más que por un cineasta queriendo hacer política.

Pero hoy prefiero detenerme en la época (1960-1966) que ocupa la plenitud de su talento. Sus filmes de entonces no solamente eran dramas o policíacos, sino también documentales sobre la belleza de las actrices Jean Seberg, Brigitte Bardot y, sobre todo, Anna Karina, con quien contraería matrimonio. “Ella tenía sombras profundas bajo sus ojos; eran gris-Velázquez”, escuchamos en ‘El soldadito’ (1963).

Algo que siempre me ha maravillado de la colaboración Godard/Karina es el uso de la música popular. Los bailes de ‘Vivir su vida’ (1962) o ‘Banda aparte’ (1964), que tanta huella dejarían en Tarantino, rompen la narración en beneficio de la poesía. Vemos a unos jóvenes que se dejan llevar por los sentimientos, trascendiendo una realidad hostil. La lúdica los cualifica; ya no serán marionetas al servicio del poder o del guion. Este estilo tan renovador sitúa el nombre de nuestro autor en uno de los capítulos fundamentales de la historia del séptimo arte.


Heterodoxo guionista, Godard escribió también el final de su vida. Y lo llevó a la práctica: a los 91 años, murió por suicidio asistido en su domicilio suizo.

(Publicado en El Progreso de Lugo, 20/09/2022).

martes, 13 de septiembre de 2022

JAVIER MARÍAS, EL NOVELISTA PENSADOR

El teatro de Shakespeare; la prosa de Faulkner; la traducción, que practicó con esmero; la poesía de Eliot; el fútbol, que definía como «la recuperación semanal de la infancia»… Todas las pasiones de Javier Marías —fallecido el pasado domingo a los 70 años— atraviesan su portentosa escritura. Pero acaso sean la filosofía y el cine los ingredientes que dejan un sabor más intenso en sus libros. Lógico: su padre era el filósofo Julián Marías, discípulo de Ortega y Gasset; y su tío materno, el cineasta Jesús Franco. Además, su hermano mayor, Miguel Marías, es crítico de cine; y su primo Ricardo Franco dirigió ‘Pascual Duarte’ (1976) o ‘La buena estrella’ (1997).


Vayamos por partes. Sería justo definir a Javier Marías, que aprendió tanto de su amigo Juan Benet, como «el novelista pensador» de las últimas cuatro décadas. La mayor parte de sus protagonistas necesita encajar las piezas del puzle de su pasado. Eso les lleva a afrontar diversos dilemas morales: la verdad y la mentira, la fidelidad y la traición, el secreto y lo que se saca a la luz… Los personajes reflejan esas dudas a través de abundantes pero fragmentadas digresiones. Narran y reflexionan a un tiempo.

Por otro lado, el cine negro de los años 40 (Fritz Lang, Otto Preminger…) deja su marca en los potentes arranques de las novelas de Marías. Es ahí cuando las palabras y la puesta en escena —lo que equivale a la mirada del cineasta— crecen de consuno. Así comienza ‘Corazón tan blanco’ (1992): «No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola...». 

Hubo una época (no tan lejana) en que las series televisivas juveniles incluían referencias a literatos de fuste. Digo esto porque yo descubrí a Marías en una de las últimas temporadas de ‘Compañeros’ (Antena 3). Si mal no recuerdo, dos de los personajes leían, a través del recurso de la voz en off, unos fragmentos de ‘Corazón tan blanco’. A mis 13 años, quedé prendado del ‘estilo Marías’: esas oraciones que, siendo largas y ricas en matices, resultan de una fluidez asombrosa…

El literato madrileño era alérgico a las florituras; jamás buscaba el halago del lector, pese a poseer una cultura tan fecunda. En su obra, sientes el nervio e, incluso, el hueso. Palpas algo esencial que no lograrían disolver toneladas de ácido. En una entrevista, Marías confesó que, a veces, prefería tumbarse en el suelo a recostarse en el sofá, del mismo modo que escribía a máquina —no a ordenador— todos sus textos. Estas imágenes, propias de alguien que odiaba las convenciones, se adaptan perfectamente al tono de su prosa.

El columnista

Desde hace casi dos décadas, Marías era el columnista estrella de El País. En el periodismo, empleaba un estilo casi conversacional, sin que se resintiese la calidad de sus argumentaciones. Unas veces expresaba sutilmente ternura y melancolía, como en la semblanza ‘Mayor que Lolita’, que dedicó a su madre, la traductora y profesora Dolores Franco. Otras veces Marías lanzaba dardos contra los pusilánimes, los hipócritas o los políticos arribistas; una recopilación de sus columnas se titula significativamente ‘Cuando los tontos mandan’ (2018).

Nuestro protagonista también era muy crítico con el infantilismo y la consecuente irresponsabilidad social; por ejemplo, el año pasado, a propósito del paso de la borrasca ‘Filomena’ por Madrid, escribió estas líneas tan elocuentes: «…saltaba a la vista que había peligros, y fueron advertidos: pueden caer árboles enteros, cornisas, bloques de hielo, las aceras son pistas de patinaje (centenares de fracturas por hacer caso omiso). A demasiadas personas les dio igual: había que salir; no a verla, sino a fotografiarla para enviar las imágenes a las amistades o a las cretinas redes de las que tantos son esclavos (recuérdense los muertos por selfies al borde de un precipicio o corriendo ante un toro o en coche a 200 por hora)».

Era Marías contra el mundo. Y, por mucho que le llamasen «gruñón», ganaba Marías.

(Publicado en El Progreso de Lugo, 13/09/2022).