Hace poco más de un año apareció en Madrid, bajo el
sello de Vitruvio, la obra reunida de un poeta uruguayo cimero, Jorge Arbeleche (Montevideo, 1943). El
grueso recopilatorio —559 páginas—, titulado Mito, incluye un prólogo del también
uruguayo Rafael Courtoisie y un epílogo del manchego Miguel Galanes. Ambos vates son buenos conocedores de la poesía
arbelechiana.
El poeta Jorge Arbeleche, miembro de número de la Academia de las Letras del Uruguay y académico correspondiente de la Real Academia Galega. La foto está extraída de la web de la Fundación María Tsakos. |
En una trayectoria que cubre casi medio siglo,
Arbeleche, comprometido con el rigor formal y a contrapelo de las modas, no ha
dado un paso en falso. Independientemente de la temática en la que se adentre —amor, mitología, denuncia social, familia, metapoesía...—, este
multipremiado poeta y académico insufla a las palabras una sonoridad mayúscula.
Verdad que Arbeleche sólo ha cultivado esporádicamente una forma tradicional,
el soneto (véase “Los cuervos”, una de las secciones de El oficiante, 2003). Pues bien, pese a su libertad
expresiva, a menudo me parece estar escuchándolo
en metro clásico, no en verso libre, ya que nuestro protagonista es un maestro
de la acentuación. Con razón Courtoisie (otro de los máximos exponentes de la
poesía uruguaya) dice del propio Arbeleche: “antes que nada, canta”.
Mito (Vitruvio, 2014), la poesía reunida de Arbeleche. |
De entre todos los colosos del canto —dicho
esto en un sentido literal—, yo asocio a Arbeleche con el mirlo, cuyas virtudes
han sido apreciadas por líricos de la talla de Juan Ramón Jiménez, Wallace
Stevens o Cernuda. Como el citado pájaro, el poeta charrúa seduce no sólo por
su fluyente melodía, sino también por el sugerente silencio con que rodea a
ésta.
Leyendo a Arbeleche, percibo el silencio no sólo en
las acusadas elipsis, sino también en dos aspectos enumerados por Galanes: la
frecuentemente heterodoxa puntuación (las comas y los puntos transmiten calma
tras la tensión de algunas frases carentes de dichos signos) y los multiplicados
espacios en blanco (esas respiraciones
sirven para resaltar ciertos vocablos). Desde luego, el silencio es la prueba
del nueve de la lírica genuina, puesto que sin su existencia la emoción se
desborda. El propio Arbeleche sentencia en “La palabra”, poema de La
casa de la piedra negra (1983):
“El fin de la palabra
es el silencio.”
En sintonía con Vicente
Aleixandre u Octavio Paz, el
creador rioplatense logra un equilibrio envidiable entre la sensorialidad y una
imaginación imbuida de reflexión. Recordemos, verbigracia, “El sueño del
bosque”, un entrañable texto que forma parte de La sagrada familia (2010)
y que concluye de este modo:
“Mi madre sueña el bosque donde
yo sueño el bosque de mi madre.”
Alta noche (Acali, 1979), significativo poemario de Arbeleche. |
Dios-humano. Este binomio es el principal responsable, junto
a la elipsis, del
gran misterio que caracteriza a la obra de Arbeleche. Hombre de raíces
cristianas, el rioplatense vincula la poesía con lo sagrado, puesto que a
partir de ésta entra en contacto con una realidad absoluta. Los relieves místicos son apreciables en diversas zonas de su
lírica, apareciendo de forma reiterada en la erótica. Refractario a los límites espacio-temporales, el
amante arbelechiano acompasa su respiración con el movimiento del cosmos y encuentra
a Dios en la amada. Reproduzco el inicio de “Cuerpo
presente” (Las vísperas, 1974):
“Cuerpo
presente sobre el aire abierto.
Ardiente
silenciosa presencia de Dios.”
Ardiente
silenciosa presencia de Dios.”
Aunque siempre exista una búsqueda de lo absoluto, no
todo es éxtasis en esta poética. Vayamos a Alta noche (1979), volumen escrito y publicado
durante la dictadura militar uruguaya, que sufrió el propio Arbeleche. En una sección del mencionado poemario, “Alta
noche de Itaca”, el montevideano prolonga
varios de los personajes de La Odisea, inyectándoles una gran
humanidad. Ulises, Calypso o Circe experimentan una nostalgia tan honda como la
del álter ego de Arbeleche y su amada, víctimas de la inseguridad cotidiana. Este
binomio, mito-hombre, queda magníficamente reflejado en “Último Ulises”:
“El que todo lo vio por los
ojos de un ciego
héroe de la total aventura
es también una sombra del polvo de Itaca
el reflejo tan sólo de una ilusión y un mito.
Como nosotros
que nada vemos sino
la imagen de un espejo borroso
donde se esfuma la forma de seres y de cosas
que en la alta noche se concentran y duelen.”
héroe de la total aventura
es también una sombra del polvo de Itaca
el reflejo tan sólo de una ilusión y un mito.
Como nosotros
que nada vemos sino
la imagen de un espejo borroso
donde se esfuma la forma de seres y de cosas
que en la alta noche se concentran y duelen.”
El diálogo con Homero también vertebra “Las murallas
del silencio”, una de las secciones de Parecido a la noche (2013), el
último poemario de Arbeleche, que constituye el número dieciocho en su
trayectoria. Esta vez el texto matriz es La Ilíada, de cuyo canto I el
uruguayo toma el título de su libro. Arbeleche,
en fin, siempre se ha alimentado de la cultura clásica, por eso resulta tan justo
su rótulo Mito.
Uno de los poemas más emblemáticos del sudamericano,
“El jardín”, pivota sobre el binomio luz-oscuridad:
“Lo oscuro
estaba en el centro
y en los costados lo claro.
Pero en lo claro venía
germinándose lo oscuro.
Ángeles insomnes iban
volando sordos jardines.
Lo claro estaba en lo oscuro
y en lo oscuro hueco el aire.”
y en los costados lo claro.
Pero en lo claro venía
germinándose lo oscuro.
Ángeles insomnes iban
volando sordos jardines.
Lo claro estaba en lo oscuro
y en lo oscuro hueco el aire.”
Esta prodigiosa composición —incluida en Alta noche—
admite, desde luego, no pocas interpretaciones. De entrada, podríamos decir que
el vate acaricia la belleza de lo íntimo sin por ello eludir la hostil
sociedad…
Según María Zambrano, el poeta aspira a rescatar, a través del saber, la
pureza previa a la pubertad, cuando los sueños aún regían nuestros actos. Esta
síntesis de contrarios, conciencia-inocencia, puede
considerarse el núcleo de la dialéctica arbelechiana, porque la pérdida de los
prejuicios es precisamente consecuencia de reconquistar la mirada originaria. En
efecto, muchas veces el referido binomio no está expresado directamente (de él derivan los otros pares que he citado en el
artículo). Los ejemplos más transparentes se hallan en La
canción de los duendes (2011), obra de temática infantil. He aquí un
fragmento del poema homónimo:
“¿Qué comen los ángeles?, preguntó la niña.
Bombones de luna y jugo de nube,
yo le contesté.
¿Y los duendes comen?, volvió a preguntar.
Bizcochos de espuma, gotas de rocío,
yo le respondí.”
Bombones de luna y jugo de nube,
yo le contesté.
¿Y los duendes comen?, volvió a preguntar.
Bizcochos de espuma, gotas de rocío,
yo le respondí.”
Fiel al pensamiento de
Zambrano, el lírico
charrúa
reconcilia
al hombre consigo mismo; ya no existe distancia entre lo que éste fue y lo que es, entre el permanente asombro y la lucidez.
Arbeleche y un servidor, en la Casa de los Escritores del Uruguay. Montevideo, 8 de abril de 2014. |
Creo conveniente resaltar que Mito, si bien aglutina toda la producción de Arbeleche publicada
hasta la fecha, no debe considerarse su “poesía completa”; el subtítulo del
volumen es revelador: “Poesía reunida (1968-2013)”. Pongo el acento en este
aspecto porque el autor latinoamericano no está retirado; es más, mantiene —desde
su exigencia— un ritmo de creación alto, nutrido por su labor
téorica (estamos ante un gran conocedor de la lírica de Juana de Ibarbourou, San Juan de la Cruz, JRJ, García Lorca o Antonio
Machado). Por tanto, cabe esperar de este sincrético poeta, como del mirlo
en primavera, nuevas formas de consagrar el instante.
[Artículo mío publicado en Revista de Letras, 22/02/2016]
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