Después de haber leído a
Neruda en la adolescencia, nunca he vuelto a mirar a las chicas deseadas de la misma manera. La lectura de aquella poesía amatoria y erótica fue, para un muchacho soñador de 13 ó 14 años, una absoluta epifanía veraniega, una tabla de salvación... De repente, me vi envuelto por un torbellino de sentimientos:
"Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Mi cuerpo de labriego salvaje te socava
y hace saltar el hijo del fondo de la tierra."
¡Ah, qué placer para los sentidos de un adolescente tierno pero insumiso!
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