He aquí, probablemente, el homenaje más emotivo al séptimo arte. En una escena de La noche americana (Truffaut, 1973), el propio cineasta francés, que interpreta a otro director, sueña con el niño que fue: aquél que robaba —con verdadera devoción— pósters de Ciudadano Kane (Welles, 1941). Eso es amor. Amor ilimitado al cine, a la imaginación, a la magia, a los sueños. Amor que no conoce leyes ni convenciones. "Siempre —dijo Truffaut— he preferido el reflejo de la vida a la vida misma. Si he elegido los libros y el cine desde la edad de once o doce años, está claro que es porque prefiero ver la vida a través de los libros y del cine." Igual que sus maestros (Welles, Hitchcock, Hawks, Bergman, Rossellini...), Truffaut es cine.
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