Para José Manuel Muñoz
Puigcerver
No
pudimos vernos en estas vacaciones, querido amigo. Realmente, desde que emigré
a Bolivia en 2018, solo nos vimos una vez, el año pasado, cuando te acercaste
al aeropuerto de Madrid, aprovechando que allí hacía escala antes de viajar a
Galicia. En efecto, se complican nuestros reencuentros: yo solo puedo cruzar el
charco en las navidades, no traigo muchos días, y tú ya sueles estar en Tarragona
con tu familia. Pero qué extraño se me hace no poder darle un abrazo a mi mejor
amigo al llegar a Madrid, máxime teniendo en cuenta que en esa ciudad vivimos
juntos más de cinco años…
En
la residencia universitaria —una representación en miniatura de la
sociedad— compartimos experiencias dulces y amargas. ¿Recuerdas
cuando hicimos frente a un grupo de ultraderechistas que quería campar a sus
anchas? Nosotros, antes de la medianoche, teníamos la costumbre de reunirnos en
el salón para tomar una taza de Nesquick
y charlar un rato. Aquellos niñatos comenzaron a quejarse de que no les
dejábamos dormir. Lo paradójico es que ellos montaban fiestas bulliciosas hasta
altas horas de la madrugada, incluso entre semana. Todas esas celebraciones las
organizaban sin quorum ni previo aviso; y aun así, nosotros nunca les
pusimos palos en las ruedas. Pero claro, sus reproches nacían del dogmatismo;
el “volumen de nuestras voces” no fue más que un pretexto para tratar de poner
cotos a la pluralidad ideológica y demostrar quiénes mandaban en la residencia.
El caso es que, como recordarás, después de varias escaramuzas, nos vimos
envueltos en una batalla dialéctica que duró más de dos horas; aquella noche tú
oraste espléndido, poniendo al descubierto las contradicciones y las
tergiversaciones de nuestros compañeros. No me sorprende que nos hubieran
amenazado; como decía Sócrates, “Cuando el debate se pierde, el insulto se
convierte en el arma del perdedor”.
Recuerdo
cuando, en unas vacaciones veraniegas, viniste a verme a Santiso, y te descubrí
la ría de Ribadeo, de la que tanto te había hablado uno de tus profesores: “Es
uno de los lugares que tienes que visitar antes de morir”. Estabas muy
emocionado. Para mí, fue proverbial el día en que me llevaste a Barcelona;
tenía el afán de conocer las calles que pisaron mi padre y muchos de mis referentes
artísticos e intelectuales. Más de diez años después, sigo pensando que el
aroma del Mediterráneo no tiene parangón.
Contigo
comencé a ir regularmente al cine, y la afición llegó a tal extremo que más de
un sábado el alba nos sorprendió hablando sobre el lenguaje simbólico de Alfred
Hitchcock, Sam Peckinpah o David Lynch. No es extraño que algunos de los filmes
que vimos juntos —como ‘Grupo salvaje’,
‘Obaba’ o ‘Vértigo’— los haya revisitado
en múltiples ocasiones. Con respecto a la maravillosa película de Hitchcock,
admiré tu perspicacia cuando descubriste un pequeño agujero en el guion. Te rechinaba
que Galvin estuviese convencido de que su amigo Scottie —detective privado al que había contratado— no sería capaz de subir al campanario, donde supuestamente se
suicidará la chica a la que ama, Madeleine, esposa a su vez de Galvin. Ciertamente,
Scottie padecía vértigo, pero ello no fue óbice para que llegase hasta la torre
en la última parte del filme, movido por un sentimiento fuerte como la ira.
Además, un detective tiende siempre a buscar pruebas de las circunstancias de la
muerte de una persona a la que está ligado afectivamente. Pero claro, si el
protagonista subía al campanario antes (o justo después) del supuesto suicidio,
descubriría el macabro plan urdido por su amigo, y toda la trama posterior —media película con olor a necrofilia— no tendría sentido. Te sorprenderá saber que
hace unos meses Pedro García Cuartango explicó esta pequeña inconsistencia
argumental en ‘Classics’, el programa que José Luis Garci dirige para Trece.
Todos
estos recuerdos me ponen melancólico, pero también me hacen sonreír. Y es que conocerte
fue como cuando se descubre una fuente de origen romano. Amigo, hagamos todo lo
posible para que no pase otro año sin vernos. Es injusto que estén tan caros el
abrazo y la frase “¿Qué pasa, chaval?” con los que nos saludamos decenas de
veces. Tenemos pendientes muchos viajes (a Abel le gusta la idea de que visitemos
con él París y Donosti), y ya sabes que en la Filmoteca Española siguen
proyectando ciclos de eminentes cineastas. El tiempo me ha enseñado que hay
pocas amistades verdaderas, y ninguna como la tuya. Hace unos días, hablábamos
por WhatsApp de ‘Recorda, míster’, el entrañable programa de Barça TV. Parafraseando ese título, quisiera terminar el
presente artículo diciéndote, casi en tono de consigna: “Recorda, mestre".
(Publicado en El Progreso de Lugo, 17/01/2023).
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