A mi madre
Tantas veces recé para convertirme
en una niña, que ahora luzco
–como ella– lunares, sortijas
y un fular azul celeste
encima de la camisa.
A veces, nos acostábamos juntos,
y lo que más me gustaba era pedirle
(cuando la madrugada arreciaba)
un vaso de leche con cacao.
Bien calentito.
No éramos novios: Yo tenía
–de puntillas– 10 años;
y ella tal vez 30, recostada.
Aida se llamaba
aquel amor de fantasía.
(De mi libro Camas de hierba, 2011)
Hoy, con mis padres, frente a la ría de Ribadeo.
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