Le escribí una sentida carta a
mano, y me contestó con un sucinto mensaje de texto:
—Feliz Navidad, Héctor. Gracias por
el detalle. Qué bien escribes.
Pasaron más de cuatro años, y sigo
sin saber si elogió mi letra o mi estilo literario.
No hemos vuelto a vernos. A veces,
aún me acuerdo de ella cuando pincho el Moondance, en esas noches mirandesas en
que necesito calentar el alma...
—No sé por qué ese disco te
recuerda a mí: Van Morrison no me gusta.
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