Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
-Correo: acebobello@gmail.com
-Instagram: @hectoracebo
-Twitter: @HectorAcebo

miércoles, 20 de diciembre de 2023

HILO DE RAFIA

Uno de los momentos más emotivos de ‘El amor después del amor’, la serie sobre la vida y obra del rockero argentino Fito Páez, es cuando el protagonista —interpretado por Iván Hochman— y Fabiana Cantilo —a quien encarna Micaela Riera— ponen fin a su relación amorosa. «Yo siempre estaré cerca de usted, Páez», le dice Fabi a Fito con suma ternura. Deduzco que esa escena está ficcionada, porque no aparece en ‘Infancia y juventud’ (el libro de memorias del propio Páez, donde la presencia de su ex tiene mucho peso), pero, en cualquier caso, refleja el tono real de la separación. Entre los dos músicos no hubo el más mínimo atisbo de rencor. Tampoco distancia. Ni siquiera aplacaron el sentimiento; solamente le dieron otro enfoque debido a las circunstancias —adicciones, muertes, etcétera—. De hecho, cuando ya habían roto, Cantilo hizo las armonías vocales de ‘Fue amor’ (1990) y ‘Brillante sobre el mic’ (1992), memorables baladas que ella le inspiró a Páez. Y con motivo del 63 cumpleaños de la cantante porteña, Fito publicó en sus redes: «…te amé, te amo y te amaré, luz de todos los astros».

La referida escena de ‘El amor después del amor’ me recordó mucho al epílogo de mi relación con una boliviana fantástica. Fue en el aeropuerto, después de haber pasado juntos el fin de semana, cuando nos enfrentamos a la hostil realidad. Sin duda, la química seguía intacta, pero la distancia geográfica nos afectaba. Además, era una época en que los mediocres burócratas de Migración me ponían palos en las ruedas; la frustración multiplicaba mi nostalgia —estuve a un paso de retornar a España— y no podía entregarme por completo en la relación. La situación me apenaba, porque era consciente de que ninguna otra chica me había tratado con tanta ternura y porque, indefectiblemente, la seguía amando. Eso le expliqué con la voz desgarrada. Ella, con una madurez encomiable, me respondió: «Me hace daño necesitarte y no poder tenerte para mí. Me lastima saber que lo pasas mal y no poder estar para ti. Te dejo ir porque te amo». Fundidos en un abrazo, rompimos a llorar. Fue un momento lacerante pero reparador. «Yo siempre estaré para ti», le dije. «Y yo para vos», respondió con un tono adorable. Sé que jamás traicionaremos esa promesa.

Por cierto, hace unos meses me confesó que, después de aquella despedida, subió al balcón del aeropuerto para ver el despegue de mi avión: «Tú me llorabas en el aire y yo te lloraba en tierra». Esa experiencia refleja su pasión a prueba de bombas, su capacidad para empatizar y su mirada atenta a los detalles —no es casualidad que ella me haya hecho las mejores fotos—.

Nuestra complicidad se mantiene intacta. Nos contamos confidencias, nos llamamos con apelativos metafóricos, recordamos los momentos de plenitud compartidos, nos reímos de nuestras pequeñas catástrofes domésticas (siempre he admirado su agudo sentido del humor, signo de inteligencia) y, por supuesto, seguimos escuchando nuestra playlist, donde abundan las canciones de Fito Páez y Fabiana Cantilo.

Acaso el hilo que nos une sea de rafia: como el pasador que una tarde se quitó de su cabello. Al volver del aeropuerto, me di cuenta de que se lo había olvidado en mi sofá. Lo guardé, como si se tratase de un tesoro, en el cajón de mi ropa interior. Y evoqué, fascinado, sus formas de niña. Exactamente igual que hoy.

(Publicado en El Progreso de Lugo y Diario de Pontevedra, 19/12/2023).