Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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sábado, 26 de febrero de 2011

Un ejemplo: Agustín González



Qué extraordinario actor era este Agustín González. Siempre resultaba creíble, incluso cuando componía personajes excéntricos o irrisorios. ¡Cuánto tienen que aprender de él los intérpretes de mi generación! Todo el oficio: así de claro.

La escena del vídeo está extraída de Las bicicletas son para el verano (1984), la obra de Fernán-Gómez que Jaime Chávarri llevó, con acierto, al celuloide.

miércoles, 23 de febrero de 2011

"Roque das Goás": Otra historia gallega de Cunqueiro


ROQUE DAS GOÁS

Esto acontecía allá por los años diez, cuando se hizo famoso Vedrines volando. Roque das Goás se puso a inventar una máquina voladora. La máquina le salía perfecta en su mente, y la dibujaba muy bien, con cinco asientos, para él, su mujer y sus tres hijos, y antes de ponerse a construirla, ya andaba buscando por los montes vecinos el lugar desde donde se lanzaría en vuelo sobre la Ulloa, viendo allá abajo a Mellid, a Palas de Rei y el castillo de Pambre, antes de virar para posarse en Santiago de Compostela. Roque hizo un viaje a Santiago para elegir sitio de aterrizaje, y le pareció el más apropiado la plaza del Obradoiro. No comentaba nada de la máquina voladora con nadie, ni con su mujer. Cuando mejor le salía la máquina en su imaginación, era por la mañana, antes de levantarse, todavía medio adormilado. Entonces, todas las piezas encajaban perfectamente, pero ya bien despierto, y desayunando, notaba que se le olvidaba algo. ¡Si pudiera escribir todos los detalles de la máquina y dibujarla al mismo tiempo que dormía! ¿No habría algún método? Roque dudaba si el asunto era consulta de médico o de abogado. Como no lograba la máquina perfecta más que en sueños, por decirlo así, no se lanzaba a la construcción. Tenía abandonada la labranza y la carpintería, en la que era muy apreciado, y el más de su tiempo lo pasaba tumbado, con los ojos cerrados, inventando la dichosa máquina voladora. Volaba sobre La Coruña y lo saludaba el señor Viturro en el Cantón Grande. Tanto lo deleitaban sus ensueños, que llegó a pensar que mejor soñar que se volaba, a volar, y quizás no mereciese la pena construir la máquina voladora. Pero, ¿cómo iban a enterarse sus vecinos y amigos, y el público en general, que volaba, si no volaba? ¡Nadie le aplaudiría uno de sus famosos aterrizajes soñados!

Lleno de dudas, Roque das Goás se tumbaba a imaginar vuelos. Una tarde de verano, mientras toda la familia estaba en la siega, Roque echaba una siesta a la sombra de un castaño. Y lo despertó alguien que dio con uno de sus zuecos en los zuecos de Roque. Era un bobo de cerca de Ribadiso, que salía a ganar unas pesetas ayudando en las siegas y en las mallas, pero si no había de merienda bacalao con ajada, no ayudaba e iba a ofrecerse a otro lugar. Era alto y gordo, mofletudo y desdentado, y se llamaba Pastor. Roque le dio las buenas tardes, y Pastor se le quedó mirando fijamente, sin responder. Al fin habló:

Moito se viaxa, Roquiño!–, dijo.

Roque miró al bobo Pastor estupefacto, porque efectivamente estaba imaginando que iba en vuelo con toda la familia a los baños de mar. Pastor estaba ante él, mirándole fijamente a los ojos. Roque podía decir que el bobo de Ribadiso lo estaba hipnotizando. Al fin, el bobo abrió los brazos y pegó un gran salto, un salto que lo llevó hasta la copa del castaño, primero, y al otro lado del camino después. El bobo se reía a carcajadas y se marchó corriendo hacia Mellid. Y desde aquel día Roque, se lo confesó a su mujer, nunca más pudo soñar que volaba y volvió al trabajo. No podía soñar que volaba porque, según él, el tal Pastor de Ribadiso le había robado del magín los planos de la máquina. Si no, ¿cómo iba a haber volado hasta lo alto del castaño y aterrizado en el camino, que estaba a cien metros? A Roque, en su interior, y recordando sus aterrizajes famosos, le entraban ganas de aplaudir.

Álvaro Cunqueiro, Las historias gallegas

sábado, 19 de febrero de 2011

"Arribada": Un maravilloso poema de Martínez Sarrión


ARRIBADA

¿Quién habla de una fácil travesía?
Las noches se poblaban de sirenas,
de cuartos donde ardía la revuelta,
de exilios que a tu cuerpo devastaron.
Mi amor fuerte, mi amor loco y profético
con vestidos que el puro azar cosía
y que eran desflecados por la bruma
entre las carcajadas reprimidas
de una Europa siniestra y satisfecha.
Son muchos los agravios, risueña. Pero algo
desatado y veloz, a mí te trajo a flote,
indemne, victoriosa, con el floral tesoro
de tu ternura oceánica, de tus ojos de miel.
Y en la tranquila tarde de este día de mayo
cruzas serenamente por tu sueño y yo velo,
mientras pasan los lentos veleros de la música,
tu tos de fumadora y tu jersey grandón.

(Antonio Martínez Sarrión, El centro inaccesible, Ed. Hiperión, Madrid, 1981)

viernes, 18 de febrero de 2011

Cómo hacer una película (o un poema, o un relato, o una novela)


"Si quieres hacer una película sobre tu novia, haz una película sobre tu novia, pero hazlo del todo: ve a museos y observa cómo pintaron los grandes maestros a las mujeres que amaban; lee libros y observa cómo hablan los autores sobre las mujeres que aman. Entonces, haz una película sobre tu novia. Puedes hacerlo todo en vídeo. ¿Cámaras Panavision, focos y dollies? Ya tendrás tiempo de sobra para preocuparte por eso después”.
Jean-Luc Godard

domingo, 13 de febrero de 2011

Contra el maltrato


"La nariz: esa fotografía la he visto antes, hace siglos. La de Aisha Bibi, la joven afgana con la nariz amputada. Obra de su marido, tras veredicto talibán. Esa misma estampa, labrada en piedra, aparece en la puerta de Platerías de la catedral de Santiago. Era la pena para las mujeres de dudosa conducta o indóciles, el cortarles la nariz y las orejas. La fotografía de Jodi Bibier, premio World Press 2011, equivale al peor e inconcluso capítulo de la infamia universal. Lo que une a todas las civilizaciones: el terror doméstico. En España, muchos de los maltratadores se suicidan, o lo intentan, después del crimen. Y la benévola pregunta es: ¿por qué no se anticipan?".

Manuel Rivas (El País, 12/02/2011)

sábado, 12 de febrero de 2011

Mi prosa "José Mediante, la flor del tojo" ha aparecido hoy en la prensa escrita


A lo largo de estos días he recibido, a través del e-mail y de las redes sociales, comentarios varios que celebran la semblanza del santirseño José Mediante, aparecida por vez primera en La Huella Digital (5/2/2011).

Amigos, conocidos y no conocidos aseguran (exagerando, claro) que he escrito una prosa enternecedora, melancólica, emocionante o sugestiva. Así que me complace decirles, a todos aquellos que quieran conservar el retrato, que el texto ha aparecido hoy en la prensa escrita, concretamente en la contraportada de La Comarca del Eo (el semanario que dirige mi buen amigo el periodista Javier Rivera y que edita El Progreso de Lugo).

En los sucesivos días, podrán encontrar La Comarca del Eo en las librerías de Vegadeo (Asturias) o Ribadeo (Galicia).

Quizás mejor que decirlo fuera cantarlo...

viernes, 11 de febrero de 2011

Un 'western' salvífico

'Valor de ley' ('True grit'), el nuevo trabajo de los hermanos Coen, es una fiel adaptación del clásico y emocionante filme de Henry Hathaway


Existen películas con extrañas propiedades curativas o, mejor dicho, salvíficas, pues logran que uno se olvide del paso del tiempo. El prodigio artístico se acentúa en esta época invernal: entramos en la sala del cine a las 5 de la tarde, en pleno día, y salimos dos horas más tarde, cuando la noche impone su dominio. Nos parece que, en un repente, hubiesen transcurrido varios siglos.

Esas propiedades salvíficas, me atrevería a decir, son consustanciales al mejor cine del Oeste, que posee sus códigos propios, prácticamente inalterables a lo largo del tiempo. El western, en palabras del crítico André Bazin, "se funda en el travelling y en la panorámica, que niegan el cuadro de pantalla y restituyen la plenitud del espacio". La cámara respira: y nosotros asistimos, al igual que en la infancia, a la conquista imaginaria de las infinitas praderas. La constante sensación de amenaza viene determinada por la rugosa cartografía. Y los personajes que más nos cautivan son aquellos que, dentro o fuera de la ley, poseen un código moral (al contrario que el villano, tan mezquino y avaricioso). Esos hombres ambiguos, rudos y lacónicos, que pertenecen a una época concluida y deambulan en busca de una oscura rehabilitación, nos arrastran a vivir una impagable aventura. En un territorio hostil, las íntimas conversaciones al amor del fuego nos animan a exorcizar los fantasmas y a seguir confiando, pese a tanta sangre derramada, en nuestros semejantes. ¡Ah, la épica!

Valor de ley, un western ejemplar dirigido en 1969 por Henry Hathaway, cuenta la historia de una muchacha de 14 años que busca venganza por la muerte de su padre y une a dos cazadores de recompensas. Para construir esta parábola sobre el bien y el mal (con todas sus tildes y ambigüedades), los hermanos Coen se han basado, como ya hiciera Hathaway, en el libro de Charles Portis. "No es un remake. Ni siquiera volvimos a ver la película original", aseguran los Coen. Pero lo cierto es que, para nuestro deleite, el novísimo filme es fiel a los postulados clásicos de Hathaway, quien, a través de la acción, contaba –con una envidiable soltura– las historias emocionales.

Las únicas variaciones reseñables tienen que ver con la fotografía y con el enfoque narrativo. Por un lado, en la adaptación de los Coen, Roger Deakins potencia, con una delicadeza cercana a la fantasía, los cielos nocturnos. Tocante a la narración: mientras que en la cinta de Hathaway se producían, al inicio y al término, dos determinantes elipsis temporales (la primera venía dada, en efecto, por la dolorosa muerte), los Coen optan por contar la historia mediante un largo flashback, valiéndose de la voz en off de Mattie, la otrora niña, convertida en una elegante señora. Pese a que este recurso de la voz en off funciona estupendamente en el epílogo, logrando acentuar la emoción de la pérdida del ser querido y la incomprensión ciudadana, el prólogo resulta, para mi gusto, un tanto cachazudo.

El filme de los Coen, pues, tarda en arrancar (o en atrapar, mejor dicho, al espectador) más que el de Hathaway, pero la presentación de los dos personajes protagonistas es prácticamente igual de modélica. La verdadera impulsora de la trama es la mentada Mattie, una adolescente que lleva –como sabemos desde un primer momento– las cuentas del negocio familiar. El personaje, inteligente, maduro y valiente, desmitifica el conservador canon femenino del Oeste: nada tiene que ver esta niña de 14 años con la sumisa e ignara ama de casa o con la chica fácil del saloon.

En el western, no caben las medias tintas: el decir equivale al hacer. Pese a resultar tan renovador, el personaje de Mattie está concebido, en las dos versiones de Valor de ley, de acuerdo a esa máxima. La adolescente, decidida a viajar al territorio indio con los dos cazarrecompensas, utiliza la palabra como un revólver ("No tolero que se me lleve la contraria cuando tengo razón"), sacando a relucir constantemente el nombre de su abogado y amenazando con llevar a los tribunales a todo aquel que se desdiga o no cumpla su palabra. Hay un diálogo que define perfectamente la rica psicología de este menudo personaje: "A las chicas les gustan las muñecas, pero a ti te gustan más las armas, ¿eh?", le dice el cobarde asesino de su padre. Y la propia Mattie responde sin titubear: "Si así fuera, no me habría fallado (el revólver)". ¿La muchacha lava, in situ, los pecados que está cometiendo? Yo más bien diría que trata de enfrentarse, con la mayor dignidad posible, a la cruda realidad del momento, asumiendo que en esas condiciones una niña sólo puede hacerse respetar a través de la violencia.


Tal vez porque me recuerda a José Mediante (un malogrado ser querido), uno siente, en esta historia, especial predilección por el personaje que interpretara originalmente el gran John Wayne: el tuerto y borracho Rooster Cogburn, quien vive en una especie de madriguera (el almacén de una tienda de ultramarinos regentada por un chino). En la versión de los Coen, Jeff Bridges (nuevamente nominado al Oscar) acentúa la embriaguez de este cazarrecompensas, demostrando un dominio absoluto de la voz, que es en realidad una prolongación de su devastado cuerpo. Atormentado, sí, pero muy locuaz, Cogburn es un personaje que traspasa el estereotipo lacónico del Oeste. Su brutalidad se torna en un simple disfraz cuando conoce a la atrevida Mattie: "¡Vaya con la chica! Me recuerda a mí mismo". Paradójicamente, el agente que dispara a un tiempo dos revólveres, el cazador de ratas, el hombre más temido del condado, se convierte, gracias a la muchacha, en el ser más valiente del Oeste: quiere –y se deja querer– aun a costa de perder su fama de tipo brutal. La misma fama por la que fue contratado para dar caza al asesino del padre de la propia Mattie.

¡Epifanía al cubo! Al conocerse, los entrañables protagonistas de esta salvífica historia anulan –como los más fogosos amantes– la conciencia del tiempo, nuestro mal mayor. Y ya es de noche…

La Noche Americana, 11/02/2011

viernes, 4 de febrero de 2011

José Mediante, la flor del tojo

Quizás mejor que decirlo fuera cantarlo. Se llamaba José Antonio Mediante Pereiro, y en nuestro Santiso nativo (donde ejercía de zapatero) todos lo conocían por su primer apellido, Mediante, pero para mí siempre fue (y será) José. Como mis padres y mis abuelos trabajaban, él y Elisa –su mujer, su bienamada Lisa– me cuidaron cuando yo era un chiquillo. En su zapatería, José (quien, al igual que Lisa, no tenía hijos) me enseñó a caminar, de lo cual se vanagloriaba. Sí, oyéndole contar el relato de mis primeros pasos, cualquiera diría que hubiese obrado un milagro. Y lo cierto es que a muchos de nuestros vecinos les parecía milagroso que un tipo borracho y malhablado se volviese, en un repente, manso, vulnerable y tierno frente a una criatura desconocida.

Nacido en la aldea de A Antigua, José tampoco fue comprendido por su labriega familia, ni siquiera en sus últimos días: los tipos pintorescos y de extraños perfiles, ya se sabe, van siendo cada vez menos en esta sociedad lela y ridículamente uniforme. Si bien es cierto que blasfemaba tanto o más que los otros hombres del pueblo, la mirada de José era vivaz y limpísima, y, si le decías una frase amiga, la luz de la mañana parecía posarse en sus mejillas. A pesar de sus querencias viajeras, José era, fundamentalmente, una persona hogareña: uno podía verlo cada noche en su sofá, tapado con el cobertor (así llamaba él siempre a la manta) y leyendo el Marca o El Progreso de Lugo. Además, sólo bebía en las cantinas. Imagino que el ambiente machista de un pueblo alejado de las ciudades (Lugo, Avilés, Gijón, Oviedo…) acabó por conferirle un aspecto espartano, que en realidad cumplía las funciones de una coraza, de un disfraz. José era, en fin, como la amarilla flor que, en nuestros montes, brota de una planta tan espinosa como el tojo: difícil de asir y de estimar. ¡El tojo, que atraviesa guantes y todo tipo de telas, y, al mismo tiempo, enciende, en las friísimas anochecidas invernales, los ojos del caminante sensible!

Yo era un niño pelirrojo, travieso, observador y extremadamente fantástico. Pasaba las horas tirado en el suelo, en apariencia para jugar con los cochecitos, pero en realidad mi fin no debía de ser otro que atisbar los elevados y coruscantes muslos de las muchachas, sus finísimas braguitas de seda… Fue José quien me salvó de la monotonía, atizando mis ensoñaciones viajeras y mi gusto por lo desconocido. Así, cuando lo acompañaba a su exigua huerta, allí donde dicen A Redondela, él me subía a su carretilla y me regalaba un viaje por el vasto campo, que yo tenía por nuestro reino. Sí, se diría que desembocábamos en otro pueblo y en otro tiempo más lento aún que el que gastábamos los santiseiros. En A Redondela, donde el silencio todo lo envolvía, a uno le faltaban ojos para retratar cuantos animales desfilaban al percatarse de nuestra presencia. Recuerdo cómo el aire se colmaba de blancura acariciando mi cara, la única parte de mi cuerpo que sobresalía dentro de aquella carretilla. Nunca un regalo como éste, creo yo, le fue hecho a un niño.

El gallego fue, durante muchos siglos, hablado pero no escrito: de ahí que este idioma se caracterice, todavía hoy, por una sintaxis variable y viva, así como por una natural predisposición para que el hablante y el escritor inventen –o renueven– vocablos. Como demostrara Dámaso Alonso, en la comarca del Eo hablamos, asturianos y gallegos, la variante oriental de la lengua de Rosalía de Castro, cuya marca del plural es –is (verbigracia: pantalóis en vez de pantalóns). Esto viene a cuento porque José se desenvolvía notablemente con el solemne castellano, mas tengo para mí que el gallego alcanzaba, en su boca, considerables cotas expresivas. Tanto es así que, por aquel entonces, mis mayores dudas tenían que ver con la lengua, con la traducción: ¿Sería posible que una palabra tan musical, tan renqueante, como zoqueiro (el artesano de las zocas o madreñas) tuviera su equivalente en otros idiomas? ¿Conservaría toda su oscuridad y angostura el cabozo o cabazo (el típico hórreo gallego, cuya forma es rectangular) si un dulzón francés lo llamase de otro modo? ¡Ay, si oyerais la grave voz con que José hablándome ya cantaba!

Volviendo de A Redondela, la aromada frescura subía de los pastos, y algunos vecinos nos miraban con apatía. Pero José les hacía la higa, y, al llegar a la altura de la iglesia parroquial, cuando se alzaba el viento de la atardecida y nos encontrábamos con la dócil Lisa, me preguntaba con aquella voz de fresca madera:

–¿Verdad que lo pasaste bien, nené? ¿Verdad que tu abuelo Paco nunca te dio un paseo, como yo, en la carretilla?

José falleció a causa de la cirrosis en el verano de 2005, justo antes de que yo emigrase a Madrid para estudiar Periodismo, una carrera de su gusto (¡qué fiesta hubiera montado al saber que uno trabajaría, años más tarde, en la redacción de El Progreso!). En los días previos a su recaída final, yo, que ya andaba con las faldas de la poesía, le dediqué una elegía. Evidentemente, eran versos sufridísimos y oscuros, pues reflejaban el derrumbamiento de los cimientos de un mundo mágico y protector:

Ven, que te daré un vaso
con lágrimas y sangre,
y cocinaré un guiso
con mi hígado para curarte
.

No llegué a mostrarle a José aquellos versos, y aún hoy prefiero no releer el poema completo, que ocupa casi dos páginas: una obra tan triste no podría hacer justicia al hombre que amó a una criatura desconocida sin pedirle nada a cambio, sin tener nada que ganar… Os digo que ni siquiera me pidió nunca un beso, y es una lástima: cuando se agachaba, mucho me gustaba despeinarle el tupido pelo, que, más que grisáceo, era de una tonalidad parda: como la cola de los gatos que merodeaban por nuestro reino, A Redondela.

¡Cuántas enseñanzas le debo a José Mediante, un hombre agreste pero sentimental, que siguió gustosamente su camino, sin importarle lo que pensase la inmensa mayoría! Como al tojo, quizás mejor que decirlo fuera cantarlo.

La Huella Digital, 5/2/2011

miércoles, 2 de febrero de 2011

Un documental sobre los maquis leoneses

Como sabemos, una vez terminada la guerra, Franco implantó el terror como estrategia de Estado. En un primer momento, muchos republicanos se echaron al monte no para matar o robar, sino para salvar sus vidas. Fue en León donde nació la primera organización guerrillera de España.

Para ver un interesante documental sobre los maquis de la montaña leonesa (muy cerca de la provincia lucense), emitido recientemente por TVE, podéis pinchar aquí.

Recordemos. Para que la tragedia no vuelva jamás a repetirse.