Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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viernes, 27 de febrero de 2009

Dos poemas de LUIS ANTONIO DE VILLENA

Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951):

UN ARTE DE VIDA
Vivir sin hacer nada. Cuidar lo que no importa,
tu corbata de tarde, la carta que le escribes
a un amigo, la opinión sobre un lienzo, que dirás
en la charla, pero que no tendrás el torpe gusto
de pretender escrita. Beber, que es un placer efímero.
Amar el sol y desear veranos, y el invierno
lentísimo que invita a la nostalgia (¿de dónde
esa nostalgia?). Salir todas las noches, arreglarte
el foulard con cariño esmerado ante el espejo,
embriagarte en belleza cuanto puedas, perseguir
y anhelar jóvenes cuerpos, llanuras prodigiosas,
todo el mundo que cabe en tantas euritmia.
Dejar de amanecida tan fantásticos lechos,
y olerte las manos mientras buscas taxi, gozando
en la memoria, porque hablan de vellos y delicias
y escondidos lugares, y perfumes sin nombre,
dulces como los cuerpos. ¡Qué frío amanecer entonces,
qué triste es, qué bello! Las sábanas te acogerán
después, un tanto yermas, y esperarás el sueño.
Del día que vendrá no sabes nada. (No consultas
oráculos.) Te quemarán hastíos y emociones,
tertulias y bellezas, las rosas de un banquete
suntuario, y las viejas callejas, donde se siente
todo, en el verano, como un aroma intenso.
Vivir sin hacer nada. Cuidar lo que no importa.
Y si todo va mal, si al final todo es duro,
como Verlaine, saber ser el rey de un palacio de invierno.

(De Hymnica, 1979)

***

SALAI
Sería tan hermoso tu irrumpir en mi vida…
Una mezcla muy dulce de fuerza y de ternura.
Esas palabras bruscas que dices a menudo
("muermo", "lefa", "de bute", "toña")
para hablarme luego de mí, pausadamente,
o contarme tus lances de estudio y deporte…
Podría alguna vez exagerar contigo,
y en íntimos momentos, cuando tu pelo baila
y tu cintura en la caliente sábana, decirte:
"No pareces real, y te brillan los ojos como una joya
antigua. Y tú me callarías, sonriente, en la penumbra.
No entiendes, a veces, por qué hago o digo algunas
cosas. Y lo que leo, otras, te parece tedioso...
Y yo tampoco sé por qué te gusta fingirte duro,
a ratos, tosco (que no lo eres) y hacer chanzas
obscenas con amigas, en noches imposibles...
Ocasiones te encuentro enfrascado en los libros,
y me dices que lees Las hazañas de Arturo y de sus
nobles pares
. Eres una mezcla de rubíes y lodo,
de pasión y dulzura, y te amo sobre todo en esos
días claros, calurosos, en que tu cuerpo brilla como
un regalo soberbio junto al agua, y a tu andar
tienen sed los que bañan y mis ojos te tejen azoras
sin saberlo...
Joven rey en un país de muertos,
que vendrás a salvar, rudo y bello, mi vida.

(De Huir del invierno, 1981)

martes, 17 de febrero de 2009

Tan frágil que podrías romperlo


El pasado 4 de febrero, durante el concierto que Nacho Vegas (Gijón, 1974) ofreció en la sala Joy (llenazo absoluto), me alegré de no ser un fan de ninguna celebridad humana (y eso que admiro a unas cuantas). Los que seguimos a Vegas desde tiempos remotos (bueno, no quiero exagerar: al menos desde antes de que hubiese saltado a la palestra con El tiempo de las cerezas, el disco que hizo a medias con Bunbury en 2006) solemos asistir a la escucha de historias (y me refiero, más allá del gusto por la narración, al sentido sistémico, porque juntar palabras rimadas puede hacerlo cualquier hijo de vecino: así vamos) sobre tipos atormentados con un silencio sepulcral. Un silencio que en la lírica (donde estamos obligados a rellenar tantos vacíos), como apuntara José Ángel Valente, debe escucharse antes que las palabras. Sin embargo, en la sala madrileña, no pocos novatos en asuntos poéticos ofrecían coreografías absurdas («¡La de Katy Jurado!», no paraba de gritar un grupillo con los brazos en alto, refiriéndose a «La pena y la nada», una de las más aburridas composiciones del asturiano) que impedían concentrarse en el placer del texto. Miedo me da el morbo de esas chicas que gritan «¡tío bueno!» y saltan al escenario antes de los bises a abrazar a su ídolo más decadente. Miedo me da el heavy de turno (a mi lado había uno) que se queja («¡Esto no es un karaoke!»)… cuando, paradójicamente, a él se le escucha en la primera fila tanto como al propio cantante. Miedo me da, en suma, que semejante griterío pueda romper a ese chaval (algunos le dicen caballero) tímido y enjuto que extrae virtud de la duda… Y eso, ¡ay!, no se paga con achuchones ni euros.

Todo comenzó un cuarto de hora más tarde de lo previsto (a las 21:15 h.) con «La plaza de la Soledá». Un cuarteto eléctrico conducido por ese obrero del folk-rock que es Xel Pereda, quien tuvo algún problemilla con la afinación y el volumen de su guitarra a lo largo del concierto, sonó desde el primer momento punzante, crepuscular…, sin necesidad de utilizar ningún tipo de procedimiento onanista. Por su parte, Nacho (guitarra en mano) se dedicó a estrujar las palabras y a medrar en los coros (ese registro agudo tan característico), resultando, como viene siendo habitual, menos afectado que en algunas grabaciones. Si bien es cierto que hubo momentos de todos sus LP’s en solitario, el cantautor se concentró en su actual Manifiesto desastre (Limbo Starr, 2008). Así, llegó «Dry Martini, S. A.»… y, a pesar del maldito bullicio, no pude ocultar mi estado de excitación. Es ésta una canción larga (sin embargo, no resulta nada pesada: hay mucho colorido en la parte vocal y en el piano de Abraham Boba) con la que nos sentiremos identificados todos aquellos seres solitarios que vivimos sólo a ratos en un mundo dominado por la podredumbre sentimental. Hay quien ha hablado de ida de olla para referirse al mentado sexo anal (S. A.), cuando yo veo ahí la metáfora perfecta del deseo brutal hacia una deliciosa persona que tal vez sólo existe en nuestra cabeza. Un juego que terminará, para nuestro daño, siendo real.


A mí es ese Nacho sarcástico («…y me pregunto si esto será lo más profundo que te voy a conocer jamás», dice refiriéndose a la práctica anal) el que más me atrae últimamente. Como el de «Lole y Bolan (un amor teórico)», otra canción del último disco en clave glam que, desgraciadamente, no interpretó. O como el de «Secretos y mentiras» (de El tiempo de las cerezas), en donde escupe un verso tallado a imagen y semejanza de tantos fans alienados: «Por favor, decídame la eternidad». También me gusta (volviendo al último disco) el Nacho sureño y pegadizo de «Crujidos» (magnífico, por cierto, el cajón flamenco de Manu Molina): «Es jodido, ya lo sé, pero no es dramático»: ¡qué mensaje neorrealista! Por el contrario, me resultan pesadas algunas canciones como «Mondúber» o «El tercer día». E incluso «Morir o matar», que es un tema bien narrado, con mayor altura que los dos anteriores, pero tal vez demasiado predicado en el cancionero del asturiano… El equilibrio se encuentra, bajo mi punto de vista, en «Detener el tiempo», que define la obra de Dylan, acaso el mejor parapeto contra la tormenta.

Sirvan, en fin, estos apuntes para constatar que la evolución del asturiano desde aquellos prometedores Actos inexplicables (2001) es de Perogrullo. Y en la mejor línea actual que he comentado (economía verbal, concisión, tensión, ironía, estribillos llamativos y punzantes…, sin perder la capacidad de contar cantando) debe seguir ahondando en sus próximos proyectos Vegas. El hombre que obra milagros cuando nosotros le entregamos el silencio.













Por HÉCTOR ACEBO (La Huella Digital, 16/02/09)
Fotos: Daniel Carretero (heineken.es)

viernes, 13 de febrero de 2009

La Guarida del Lobo


Por HÉCTOR ACEBO (La Huella Digital, 13/02/09)

¡Matar a Hitler: salvar al pueblo alemán (y al mundo) de un prolongado genocidio! Si el atentado llevado a cabo por el coronel Stauffenberg (un nazi arrepentido encarnado por Tom Cruise en Valkiria, 2008, de Bryan Singer) en 1944 contra el dictador por antonomasia hubiese fructificado, estaríamos hablando de un cambio inevitable en el curso de la Historia (¿el fin anticipado de la Segunda Guerra Mundial?) que no debe obviar la gran pantalla, generosa divulgadora de conocimientos. Claro que, según afirma Carlos Boyero (crítico de cine y televisión de El País), el suspense de Valkiria (éste es el nombre, por cierto, del complot) es «absurdo», porque «Hitler sobrevivió». No comparto esa teoría. Es más: no consigo imaginar qué sería de mi educación sentimental sin haber degustado decenas de películas maravillosas basadas en hechos reales (¡tantos westerns salvíficos!) cuyo final ya sabía de antemano. Unas películas en donde importa la representación tanto como el propio acontecimiento. Y a mí me parece que el gran acierto de Singer se encuentra precisamente en el empleo de ese clásico montaje nervioso (vivo reflejo del estado de ánimo que vivía el mundo durante la Segunda Guerra Mundial) que permite sostener con decencia, durante 120 minutos, una verdad histórica que es de dominio público.

Y tal vez por eso Singer obvia un análisis concienzudo del momento, dando por hecho que el espectador es consciente de las vejaciones que padecieron los judíos o de la lucha antinazi que promovieron algunos obreros. De todas formas, hay bastante fidelidad histórica en la recreación del atentado fallido: la asfixiante sala de reuniones del búnker de Hitler (llamada la Guarida del Lobo, nunca mejor dicho), el punto de mala suerte (y el agobio) en la preparación chapucera del explosivo (un Stauffenberg mutilado es interrumpido en la praxis por los enemigos de su propio barco: de ahí que finalmente sólo pudiese emplear la mitad del explosivo)… Lástima que el director estadounidense haya intentado lavar cualquier mancha histórica (ejemplo: la muerte real, omitida en el filme, de cuatro personas en el atentado fallido contra Hitler) que ensucie la efigie del héroe (¿o la del todopoderoso actor y productor Cruise?)…

¿Cuál es el principal fallo de Valkiria? Que resulta, cuando intentamos adentrarnos en la historia, un tanto plana. Y es que Singer explora muy poco (poquísimo, diría yo) la psicología de los héroes. Así, en el caso de Stauffenberg (todo el filme gira en torno a él) las escenas familiares (que en estos casos siempre son un aliado a la hora de conocer tanto los motivos del protagonista como las causas que lo mueven a actuar) chirrían, parecen metidas con calzador, casi por obligación… ¿También dará por hecho el director que la gente del común está al tanto de las contradicciones del coronel manco? Como yo me he documentado un poquito, les contaré que Stauffenberg se formó en el Estado Mayor… ¡y fue tutelado por Stefan George, un poeta homosexual que emigró, avergonzado, a Suiza tras comprobar como los nazis apelaban, para justificar tantas barbaridades, al mundo clásico que él idealizaba en sus poemas!

Resulta imposible ocultar con algún eslogan hollywoodense («El pueblo sabrá que anteponemos nuestros principios al beneficio personal», repite uno de los colegas de Stauffenberg en Valkiria) tantas lagunas. De todas formas, escenas tan acongojantes como la final, con un moribundo Tom Cruise tendido en el suelo (el rostro níveo en medio de tanta penumbra, la boca abierta, tras haber gritado «¡Viva la sagrada Alemania!»…), hablan por sí mismas… Y eso, estimado Boyero, a mí me produce mucho calor o mucho frío (según se mire: ¿de qué color es la impotencia?). Sin la necesidad de separar (ahora) la técnica del sentimiento. Como tiene que ser.

Rajoy resucita la teoría conspirativa para tapar la red de corrupción

Comparto cada una de las líneas y de las comas de este editorial que El País publicó ayer acerca de la teoría conspirativa que ha resucitado (bueno, en realidad... ¿tiene otra estrategia política?) el PP para tapar la red de corrupción:

Rajoy pierde el norte

El PP no puede buscar fuera las culpas y causas de los escándalos originados en su interior

El País, 12/02/2009

El Partido Popular no ha podido resistir el embate de los dos graves casos que afectan a su organización, principalmente en Madrid, y ponen en entredicho la autoridad y el temple como dirigente de su presidente y jefe de la oposición en el Congreso de los Diputados, Mariano Rajoy. La reacción ante la avalancha de ceses y dimisiones en relación con los escándalos cruzados que sufre el PP ha sido una cascada incontrolada de adjetivos: armado de ellos compareció ayer Rajoy, tras la reunión del Comité Ejecutivo Nacional, y ardió Troya.

Obsceno e inaceptable consideró que el juez Garzón y el ministro de Justicia compartieran el pasado domingo una jornada cinegética, hecho que en su opinión debería obligar al instructor a abandonar la investigación. Anunció también que desde ese mismo instante rompía relaciones con el Ministerio de Justicia mientras su titular fuera Bermejo, y que solicitaría una comparecencia parlamentaria del fiscal general para pedirle explicaciones sobre el trato desigual dispensado a los partidos afectados por casos de corrupción.

"No hay una trama del PP, sino una trama contra el PP", dijo para resumir. No es del todo falso: es gente del PP contra el PP. De una parte, fueron miembros de ese partido quienes grabaron conversaciones comprometedoras y denunciaron los hechos que investiga Garzón; y de otra, como dijo el líder popular en el País Vasco, Antonio Basagoiti, mientras algunos afiliados arriesgan su vida por serlo, otros intentan aprovechar su militancia para hacer negocios. Es hacia el interior de su partido donde debe mirar Rajoy, y no hacia quienes desde fuera investigan o piden explicaciones.

Aunque al principio, fiel a su estilo, Rajoy reaccionó con parsimonia a las noticias indicadoras de la profundidad de la trama, ayer perdió los papeles y decidió salir personalmente a marcar la posición, en unos términos que podrían corresponder a un desahogo personal, pero lamentablemente van mucho más lejos y no dejarán de tener consecuencias -malas-, sobre todo para los propios populares. Los hechos no admiten bromas ni malas excusas: ahí están esas prácticas corruptas de ediles del PP que en absoluto pueden quedar dispensadas porque también las haya en otros partidos. Y ahí está también la sensación de impunidad con que esas prácticas se han extendido en los territorios en que el PP tiene mayoría absoluta. Hablar de filtraciones o conspiraciones entre la Fiscalía General del Estado y un juez de la Audiencia Nacional suena a excusas de mal pagador.

Rajoy no va adquirir más credibilidad como líder del partido con mayor número de afiliados de España gracias a sus adjetivos indignados. Tampoco su partido, necesitado de una urgente y drástica limpieza interna: no basta una investigación para exculpar a los dirigentes, como en otras ocasiones, sino que debe romper con la confusión entre intereses públicos y privados enquistada en su seno. La opinión pública no reacciona tanto contra la corrupción como contra la pasividad de los dirigentes a la hora de hacerle frente.

lunes, 9 de febrero de 2009

Una cama alucinante

Por HÉCTOR ACEBO (La Huella Digital, 09/02/09)

Por mucho que le duela al omnipresente Bush, la civilización moderna no se vino a pique con la desaparición de la banca financiera de Wall Street, sino cuando los periódicos dejaron de confeccionar un suplemento dedicado a los niños (y de esto hace ya unos cuantos años). ¿Qué habrá pasado para que El País, por ejemplo, dedique ahora solamente tres páginas al tebeo los domingos, cuando en mi época aquel mítico suplemento que era «El Pequeño País» nos mantenía en vela hasta altas horas de la madrugada? «Los tiempos han cambiado», me dicen, y se quedan tan anchos. Ah, claro. Cosas del tiempo, que lo cura todo (a saber: los cuernos, las tetas planas, la timidez…). Pero si la sensibilidad se pierde, amigo, me interesa bien poco tanto avance tecnológico…

Rafael Azcona (el guionista más mordaz que dio este país) dijo en una entrevista que no se molestaba en idear esos efectos cómicos rápidos e inesperados que nosotros, críticos o espectadores, llamamos gags: lo que él contaba en sus filmes era la vida misma. Exactamente. A veces, cuando Mortadelo atisba un atajo, la flecha de Ibáñez nos obliga a continuar la historieta en la parte de abajo, no en la viñeta lateral. Los niños, que son los mejores lectores (sus mentes contienen imágenes en forma de alucinaciones, como descubrieran los psicoanalistas Jung y Rascovsky), también saben que esos saltos del tebeo proceden de la realidad. Y entonces, cuando sus padres los castigan por leer en horas intempestivas (nótese el subrayado: sin las imágenes, las palabras y el canto de la coruja para mí la Noche sería anacrónica), casi nunca protestan. ¿Para qué van a perder el tiempo respondiendo en una extraña lengua que los adultos, tan ocupados en envidias y negocios, probablemente hayan olvidado?

Todo esto ya lo dije al albor de enero en la Casa de Cultura de mi pueblo (San Tirso de Abres, Asturias) con motivo de la presentación de Domingo y os animales (ed. Nobel, 2007), un cuento infantil de Belén Rico Prieto (escritora y maestra natural de Vegadeo, donde yo estudié el bachiller y parte de la ESO). En este libro se reproduce un dibujo de Domingo (el chiquillo que inspiró el cuento de Rico Prieto) que aún hoy me sigue impactando. Se trata de una jirafa que aparentemente no tiene piernas. Y no es que Domingo se las haya amputado: ¡es que el animal está acostado: y por eso no se le ven, como hubiera dicho el propio niño! He ahí una bellísima alucinación: la facultad de imaginar con facilidad las cosas «que desean y no tienen», Anatole France dixit.

«Toda vida es sagrada»: eso suena muy bien, pero no se esfuerce, señor Bush: jamás podrá esconder debajo de la cama los cuerpos que se ha llevado por delante durante estos ocho años eternos. Dispense, yo me voy a soñar (que no a dormir: el matiz de un sinónimo puede salvar a las criaturas alucinantes de un paranoico yanqui como usted) en compañía de mi querido Spirou. ¿Quién se apunta?

domingo, 8 de febrero de 2009

Más allá del Oeste

Más allá del Oeste

El texto leído pertenece a Más allá del Oeste, el ensayo del malogrado Ángel Fernández-Santos, crítico titular de cine de El País durante más de veinte años, y, en fin, tal vez mi mayor referente periodístico. Combativo, lírico, culto, curioso, amigo de los (pocos) amigos, insobornable... Sus escritos, sus miradas encendidas, son mi parapeto en tiempos de ignominia.