Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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-Twitter: @HectorAcebo

lunes, 29 de enero de 2007

Homenaje de José Hierro al periodismo versificado


Como ya sabemos, el nacimiento del periodismo surgió de la literatura (la Odisea –reportaje periodístico– o la Iliada –crónica de guerra– dan fe de ello). En la Edad Media, juglares y trovadores cantaban las noticias –nadie puede negar que el Cantar de Mío Cid es un reportaje eminentemente realista-, por tanto estamos hablamos de un "periodismo versificado". Pero no debe extrañarnos esto: es lógico trabajar con música a la hora de aprender una noticia de memoria.


Me he permitido el lujo de escoger un poema de José Hierro, "Réquiem", incluido en su libro Cuanto sé de mí (1957), que creo que funde la noticia con la música y recupera el espíritu de los periodistas –y digo bien: tanto juglares como trovadores eran periodistas aunque no se conociese el término– de la Edad Media:



Manuel del Río, natural
de España, ha fallecido el sábado
11 de mayo, a consecuencia
de un accidente. Su cadáver
está tendido en D'Agostino
Funeral Home. Haskell. New Jersey.
Se dirá una misa cantada
a las 9,30 en St. Francis.

Es una historia que comienza
con sol y piedra, y que termina
sobre una mesa, en D'Agostino,
con flores y cirios eléctricos.
Es una historia que comienza
en una orilla del Atlántico.
Continúa en un camarote
de tercera, sobre las olas
—sobre las nubes— de las tierras
sumergidas ante Poseidón.
Halla en América su término
con una grúa y una clínica,
con una esquela y una
misa cantada, en la iglesia de St. Francis.

Al fin y al cabo, cualquier sitio
da lo mismo para morir:
el que se aroma de romero,
el tallado en piedra o en nieve,
el empapado de petróleo.
Da lo mismo que un cuerpo se haga
piedra, petróleo, nieve, aroma.
Lo doloroso no es morir
acá o allá...

Requiem aeternam,
Manuel del Río. Sobre el mármol
en D'Agostino, pastan toros
de España, Manuel, y las flores
(funeral de segunda, caja
que huele a abetos del invierno)
cuarenta dólares. Y han puesto
unas flores artificiales
entre las otras que arrancaron
al jardín... Liberanos domine
de morte aeterna...
Cuando mueran
James o Jacob verán las flores
que pagaron Giulio o Manuel...


Ahora descienden a tus cumbres
garras de águila. Dies irae.
Lo doloroso no es morir
dies illa acá o allá;
sino sin gloria...

Tus abuelos
fecundaron la tierra toda,
la empaparon de la aventura.
Cuando caía un español
se mutilaba el universo.
Los velaban no en D'Agostino
Funeral Home, sino entre hogueras,
entre caballos y armas. Héroes
para siempre. Estatuas de rostro
borrado. Vestidos aún
sus colores de papagayo,
de poder y de fantasía.


Él no ha caído así. No ha muerto
por ninguna locura hermosa.
(Hace mucho que el español
muere de anónimo y cordura,
o en locuras desgarradoras
entre hermanos: cuando acuchilla
pellejos de vino derrama
sangre fraterna). Vino un día
porque su tierra es pobre. El Mundo,
Liberanos Domine, es patria.
Y ha muerto. No fundó ciudades.
No dio su nombre a un mar. No hizo
más que morir por diecisiete
dólares (él los pensaría
en pesetas). Requiem aeternam.
Y en D'Agostino lo visitan
los polacos, los irlandeses,
los españoles, los que mueren
en el week-end.

Requiem aeternam.
Definitivamente todo
ha terminado. Su cadáver
está tendido en D'Agostino
Funeral Home. Haskell. New Jersey.
Se dirá una misa cantada
por su alma.

Me he limitado
a reflejar aquí una esquela
de un periódico de New York.
Objetivamente. Sin vuelo
en el verso. Objetivamente.
Un español como millones
de españoles. No he dicho a nadie
que estuve a punto de llorar.

domingo, 28 de enero de 2007

Un artículo de Manuel Vicent

El dictador
"Aunque nada pueda devolverte aquel tiempo del esplendor en la hierba y la gloria de las flores, no debes dolerte por ello; en la belleza que quedó atrás tienes que encontrar toda la fuerza". La gente de mi generación difícilmente podría recitar estos versos de William Wordsworth. Treinta años han pasado, treinta veranos, treinta largos inviernos desde la muerte del dictador. A Franco lo juzgará la historia, afirman aún sus adictos; pero, de hecho, el juicio ya lo ha emitido el espejo corrosivo del tiempo donde su imagen va adquiriendo la forma de un esperpento aciago a medida que se aleja en el recuerdo. Desde esta altura de la vida uno vuelve la mirada y no encuentra en aquel espacio gris de la dictadura ningún esplendor donde agarrarse, salvo que en medio de un país aplastado por la miseria política, nuestra juventud estaba diluida en los placeres de la naturaleza y pese a todo nos creíamos inmortales. El día en que enterraron a Franco una niña se hallaba en un desván, que olía a manzanas y desde allí oía la voz de un cardenal que por la radio recitaba las exequias del muerto en la plaza de Oriente. Un tembloroso adolescente a su lado le pasó el cigarrillo para que diera la primera calada y el humo envolvió también el primer beso y las primeras caricias con que la niña se inició en el amor, mientras el sonido del funeral llegaba hasta el desván desde el jardín donde brindaban sus padres con unos amigos. Treinta años han pasado. A partir del momento en que una losa de mil kilos cubrió los despojos del dictador, el azar comenzó a gobernar los sueños de aquella niña, lejos ya de la voluntad del tirano. Su cuerpo espigó en la transición, tuvo otros amores en medio de la libertad y puede que hoy esa mujer asocie la dulzura del pasado al perfume de manzanas que dio sepultura a aquel terrible difunto. En cambio, nuestra generación, vuelve hoy la mirada atrás sin ira y sólo halla un espacio color ala de mosca poblado de guardias desdentados, trenes desolados, aulas con olor a orín escolástico, ventanillas mugrientas, fritangas de calamares y chorizos banderilleados por un mondadientes, sabañones que luego se convirtieron en anillos de oro de la especulación y la paciencia infinita de las madres ibéricas que limpiaban los mocos a sus niños en la sala de espera de los hospitales. Nada podrá devolvernos a nosotros el tiempo del esplendor en la hierba y la gloria de las flores. Ésa es la miseria del franquismo, el que nos haya arrebatado también la dulzura de la memoria.


(Publicado en El País, 2006)

jueves, 25 de enero de 2007

Impotencia


W. B. YEATS
Hacia el amanecer

¿Era el doble de mi sueño
la mujer que a mi lado yacía,
soñaba, o compartíamos un sueño
bajo el primer destello frío del alba?

Pensé: “Hay una cascada
del lado de Ben Bulben
que dominó el pensamiento de toda mi niñez;
por mucho que viajé por todas partes
nunca pude encontrar nada tan querido”.
Tantas veces había glorificado el recuerdo
aquel deleite infantil.

La habría tocado como un niño,
mas sabía que mi dedo sólo podría tocar
la fría piedra y el agua. Me enfurecí,
incluso acusé al Cielo, pues
había establecido entre sus leyes
que nada de lo que amamos en exceso
es ponderable a nuestro tacto.

Hacia el amanecer soñé
con frías gotas rociadas sobre mi nariz.
Pero ella que a mi lado yacía
había visto, en más amargo sueño,
el maravilloso ciervo de Arturo,
aquel altivo y blanco ciervo,
que salta de cortado en cortado.

____
Imagen: R. MAGRITTE, El imperio de las luces.

martes, 23 de enero de 2007

Poética de Leopoldo María Panero

Entender la poesía

(Comentario de Wassily Kandinsky, Punto y línea por el plano)


La poesía, es verdad, no es nada en sí misma; muchas veces lo he dicho: no es nada sin la lectura. Es por eso que el gnomo hispánico se siente en la necesidad de descifrar la poesía, rebuscando en ella la presencia de un contenido objetivo. Olvida, sin embargo, que la lectura poética debe ser subjetiva: y como descubriera Chomsky, el alma está antes que las palabras, lo que de paso nos libra de otra lectura científica, que sería la lectura estructural.


Lo mismo que el dibujo o la pintura, el poema es una creaci6n, como bien se dice; no es una reproducción fotográfica de la realidad objetiva: así, afirma Kandinsky, un dibujo puede ser bueno independientemente de que contradiga a la anatomía, a la botánica o a cualquier otra ciencia (Kandinsky, De lo espiritual en el arte). Del mismo modo, la poesía o la literatura modernas pueden ser buenas o malas, independientemente de que contengan un buen o mal mensaje. Como descubriera el primer Mallarmé, a quien imito, un poema es una creación en el vacío, y no tiene otra regla que sí mismo.


Del mismo modo que un cuadro no es bueno por ser "exacto en sus valores", como afirma el ya citado pintor ruso, el verdadero poema no es fiel a otra realidad lingüística que la rotura de! lenguaje por la metáfora Y, la metonimia, la sinécdoque, la aliteración y la rima. La poesía se parece así al lenguaje coloquial, y es, como aquél, una destrucción del lenguaje. una negación de la gramática.


Por el contrario, la retórica y la gramática son una interpretación del lenguaje, una ficción arbitraria, por tanto, de un lenguaje coloquial cuya única regla es la más feroz anarquía. Y es que, si el lenguaje no fuera libertad, jamás hubiera evolucionado, y estaríamos todavía emitiendo microfonemas como en el indoeuropeo, que, al no estar todavía lejos de la boca primitiva, consiste sólo en sílabas. Porque el lenguaje, si es creación de la boca, es creación del hombre, y no demora exterior a él. Es por ello que, contra lo que afirma Deleuze, no hay dualidad entre comer y hablar. Del mismo modo que el manjar, la poesía es algo objetivo, por mucho que este algo sea bello, y he aquí lo que la hace independiente o, como se dice, abstracta, lo mismo que la escultura o la pintura modernas. Ahora bien, en esta abstracción o independencia es donde está el riesgo del poema, del que ya nos hablaba Derrida: «Todo verdadero poema corre el riesgo de carecer de sentido, y no sería nada sin ese riesgo.» He aquí el verdadero golpe de dados que hace de la poesía una invención de lenguaje, esto es, una destrucción de aquél si tomado como cosa muerta o fetiche.


En fin, tanta palabra sólo pretendía justificar el hallazgo, por cierto, sorpresivo, de que algunos de mis poemas no valen. The craft so long, como diría alguien, life so short. Me refiero concretamente al poema "Homenaje a Catulo", de Teoría, en donde un verso, «El culo de Sabenio está cantando», se entiende dificultosamente incluso como poesía, esto es, como aquello que, moderno o no, tiene por fin el lenguaje como música para el oído.


En aquel poema, yo, joven aún como Plebas el fenicio antes de morir, creía aún en la inspiración, en la «bestia de la inspiración», como luego la llamé. Si ahora lo volviera a escribir, diría «El odio de Sabenio (el culo) es música», esto es, el odio nos ofrece un poema. Porque la fuente de mi inspiración ha sido siempre el odio, el odio a la realidad y a la vida, cuya destrucción acrisola el lenguaje. Así Mallarmé, otro «mal poeta», llega a decir: «O bords siciliens d'un calme marecage, qu'a l'envie de soleils ma vanité saccage.» «Oh playas sicilianas de tranquila marea, que ante el sol envidioso mi vanidad saquea»: lo que en otras palabras quiere decir que la literatura, y en especial la llamada literatura moderna o de vanguardia, desfigura o deforma la realidad, si es que aquélla no era ya bastante horrenda.


La literatura es la ciencia de la realidad devenida insoportable.

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- Texto de Leopoldo María Panero. En: ABC (26-3-88). Fuente: Pedro Provencio, Poéticas españolas contemporáneas, II, Hiperión, 1988.

- Imagen de W. Kandinsky

lunes, 22 de enero de 2007

Poeta en Nueva York

FEDERICO GARCÍA LORCA
Tu infancia en mentón
Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
(JORGE GUILLÉN)


Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
El tren y la mujer que llena el cielo.
Tu soledad esquiva en los hoteles
y tu máscara pura de otro signo.
Es la niñez del mar y tu silencio
donde los sabios vidrios se quebraban.
Es tu yerta ignorancia donde estuvo
mi torso limitado por el fuego.
Norma de amor te di, hombre de Apolo,
llanto con ruiseñor enajenado,
pero, pasto de ruina, te afilabas
para los breves sueños indecisos.
Pensamiento de enfrente, luz de ayer,
índices y señales del acaso.
Tu cintura de arena sin sosiego
atiende sólo rastros que no escalan.
Pero yo he de buscar por los rincones
tu alma tibia sin ti que no te entiende,
con el dolor de Apolo detenido
con que he roto la máscara que llevas.
Allí, león, allí, furia del cielo,
te dejaré pacer en mis mejillas;
allí, caballo azul de mi locura,
pulso de nebulosa y minutero,
he de buscar las piedras de alacranes
y los vestidos de tu madre niña,
llanto de medianoche y paño roto
que quitó luna de la sien del muerto.
Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
Alma extraña de mi hueco de venas,
te he de buscar pequeña y sin raíces.
¡Amor de siempre, amor, amor de nunca!
¡Oh, sí! Yo quiero. ¡Amor, amor! Dejadme.
No me tapen la boca los que buscan
espigas de Saturno por la nieve
o castran animales por un cielo,
clínica y selva de la anatomía.
Amor, amor, amor. Niñez del mar.
Tu alma tibia sin ti que no te entiende.
Amor, amor, un vuelo de la corza
por el pecho sin fin de la blancura.
Y tu niñez, amor, y tu niñez.
El tren y la mujer que llena el cielo.
Ni tú, ni yo, ni el aire, ni las hojas.
Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.


viernes, 19 de enero de 2007

Vertientes



EUGÉNIO DE ANDRADE

Las madres


Cuando vuelva a Alentejo ya habrán muerto las cigarras. Pasarán todo el verano transformando la luz en canto –no sé de destino más glorioso. A quien allí encontraremos, con seguridad, es a aquellas mujeres envueltas en la sombra de sus lutos, como si la tierra se les hubiese muerto y para todo el siempre se quedasen huérfanas. No las veremos sólo en Barrancos o en Castro Laboreiro, están en todas partes donde nazca el sol; en Coria o en Catania, en Mistras o Santa Clara del Cobre. La mirada despierta o somnolienta, el cuerpo hecho un espetón o apenas pudiendo con las carnes, ellas son las madres. La tuya; la mía, si no se hubiera muerto tan pronto, sin tiempo para que su rostro fuese labrado por el viento. Probablemente están ahí desde la primera estrella. ¡Y cuánto duran! Hechas de brezo reseco, parecen inmortales. Si no lo fuesen, son por lo menos incorruptibles, como si participasen de la naturaleza del fuego. Con manos quebradizas han tejido la red de nuestros sueños, nos han alimentado con la luz filtrada por la oscuridad de sus pañuelos. A veces se apoyan en la cal o haciendo unos peúcos para el último de sus nietos, las entrañas abiertas en las palabras que van cambiando entre sí; otras veces caminan por callejuelas y callejuelas de piedra suelta, llaman a un postigo, piden lumbre, un puñadito de sal, dan las gracias por las almas de quien vive allí, vuelven al calor animal de su casa, calientan una miaja de café, riegan los geranios, después de barrer el patio. Son las Madres, esas mujeres que Goethe piensa que están fuera del tiempo y del espacio, anteriores al Cielo y al Infierno, así de viejas, así de terrosas, los ojos perdidos y vacíos, o vivos como brasas sopladas. Solitarias o innumerables, ahí las tienes frente a ti, graves calladas, casi solemnes en su inmovilidad, olvidadas de que fueron el primer rocío del hombre, su primera luz. Pero también las puedes ver yendo por lentas veredas de sombra, las piernas ayudando poco a la voluntad, detrás de una o dos cabras, con restos de garbo en la cabeza levantada, a pesar de las tetas mustias. ¿Cómo hallarán descanso en los caminos del mundo? No hay nadie que no las haya visto con unas cuentas en las manos arrugadas rezando por sus difuntos, echando pestes contra una vecina que ha plantado alrededor del corral tres matas más de col que ella, de regreso de la fuente maldiciendo a sus años que ya no pueden con el cántaro, o debajo de un olivo robando unas aceitunas para machacarlas. Y huelen a migas de ajo, a rancio, a aguardiente, pero también a poleo cogido en los azudes, a albahaca cuando San Juan. Y los domingos se lavan la cara, y se mudan de ropa, y van a buscar al arca un pañuelo de seda negra, que también se ponen en los entierros. ¡Y ved cómo, al abrir el arca, huele a alhucema! Algunas todavía cuidan los crisantemos que llevan a los cementerios o venden en los balnearios, junto a un puñado de manzanas maduradas en el aroma de los henos. Y conozco a una que se pasa horas vigilando las travesuras de un niño que tiene en la cabeza una estrellita de cabrito montés –y que sólo ella, sólo ella ve.
Son las Madres, ignorantes de la muerte pero seguras de su resurrección.
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Imagen: MAGRITTE, La bella estación

jueves, 18 de enero de 2007

Asombro


LEOPOLDO MARÍA PANERO
Mutis


Era más romántico quizá cuando
arañaba la piedra
y decía por ejemplo, cantando
desde la sombra a las sombras,
asombrado de mi propio silencio,
por ejemplo: "hay
que arar el invierno
y hay surcos, y hombres en la nieve"
Hoy las arañas me hacen cálidas señas desde
las esquinas de mi cuarto, y la luz titubea,
y empiezo a dudar que sea cierta
la inmensa tragedia
de la literatura.

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Imagen: MAGRITTE, La cuerda sensible



(Poema extraído de la obra de Leopoldo María Panero El que no ve)

martes, 16 de enero de 2007

Un verano con Andrade


Este verano descubrí la poesía de Eugénio de Andrade gracias a mi amigo-y-profesor Arturo Peralta. Los versos del poeta portugués me ayudaron a revivir pasajes de la infancia, a asumir la mayoría de edad, a "convertir la luz en canto".

Los versos de Vertientes de la mirada y otros poemas en prosa -mi libro favorito de Andrade- desprenden fulgor, frescura, magia... En todos ellos siempre está presente la figura materna y el paraíso de la infancia. Son versos que piden a gritos ser leídos en el campo (bajo la sombra de un viejo roble, tal vez), riegan nuestras raíces.

He escogido tres poemas de Andrade que resumen mi último verano en San Tirso (mi querido pueblo). El primero de ellos se titula "Infancia" y es el punto de partida, la vuelta al campo, a las raíces... Releo estos versos y vienen a mi memoria las vastas tardes de verano. El contexto es el siguiente: palpo la naturaleza, me unto de blancura, paseo lentamente por las veredas del tiempo. Alrededor de las siete de la tarde emprendo el viaje más hermoso: la visita al caserío de Robaín (el hogar de mis queridos abuelos): y regreso, aunque sólo sea durante unos minutos, al paraíso de la infancia.
Salgo de casa para ver los estorninos; son incontables a esta hora de la tarde,
en revuelos sucesivos sobre los árboles. Cuando la noche cae, ya estoy de
vuelta, la mirada atravesada por rápidos fulgores. La luz es todo lo que me
traigo, porque también yo tengo miedo de lo oscuro.
(EUGÉNIO DE ANDRADE, "Infancia")



"Infancia" se enlaza -por lo menos en mi mente- con el siguiente poema que he elegido: Sobre el lino. Llego a lo alto de la colina, mis abuelos están trabajando en el campo, besohondamente sus mejillas. “A las ocho y media cenamos, voy a preparar la cena”, anuncia mi abuela. Mi abuelo y yo nos fundimos en la blancura del campo, laten las gatas –de Pavese, tal vez-, el cielo es del color de las hormigas. De regreso al caserío, cenamos en la solana. La tarde, como mis abuelos, se resiste a envejecer. Yo resucito. En su regazo.

De aquel cielo de campesinos traje el azul, el azul limpio de lino, el azul blanco. Aquí lo extiendo, donde la noche es más pura(exactamente como otrora en la ribera unas mujeres antiquísimas tendían la ropa en las piedras de la mañana) y en él me acuesto. Ojalá pudiese, como ellas, dormir ahora tranquilo, la tarea cumplida.
(EUGÉNIO DE ANDRADE, "Sobre el lino")



Por último, he escogido un canto de despedida, "Vastos campos", que representa mis últimos días en San Tirso, el corazón en carne viva. Intento aprovechar al máximo las últimas horas en el pueblo, paseo por la orilla del Eo, me fundo en la obscuridad, imito el canto de los grillos. Pienso en mis padres, en mis abuelos, en Elisa, en Castro, en Moncho… en todos los seres queridos. Son, sin duda, las noches más largas del año. "Aquí, en este momento, termina todo, / se detiene la vida. Han florecido luces amarillas / a nuestros pies, no sé si estrellas (...)": los versos de José Hierro laten en mi mente. Arden los campos.

Voy a hacerte una confidencia, tal vez haya empezado a envejecer y el deseo, ese perro, me ladra ahora menos a la puerta. Nunca he necesitado visitar curanderos
del alma para saber lo vastos que son los campos del delirio. Ahora voy a sentarme en el jardín, estoy cansado, septiembre ha sido un mes de venenosas claridades, pero esta noche, para mi alegría, la tierra va a arder conmigo. Hasta el final.
(EUGÉNIO DE ANDRADE, "Vastos campos")

domingo, 14 de enero de 2007

Comentario de la obra de teatro Así es (si así os parece) de Luigi Pirandello. (Dirección: Miguel Narros).


La imagen que anuncia la obra del Premio Nobel italiano Luigi Pirandello (1867-1936) es una réplica del cuadro Reproducción prohibida del pintor surrealista belga René Magritte. Esta imagen ya nos anticipa el tema principal que se desarrollará en el escenario: el problema de la verdad: cómo se ven las cosas dependiendo de quien mire, una de las cuestiones existenciales de mayor importancia.

El propio título también refleja las dos partes contradictorias que envuelven el problema de la verdad. Por un lado, el Así es… muestra el supuesto orden constituido de una familia burguesa de provincia: la “razón” de unos seres que rozan la caricatura. Por otro lado, la segunda parte del título …(Si así os parece) nos avisa de todo lo que se esconde bajo ese falso orden: el desorden, la locura, un profundo dolor que ignoramos… Es decir, todo aquello que estalla, porque está dentro de nosotros, cuando alguien o algo nos provoca. El montaje no hace otra cosa que reflexionar sobre las dobleces de lo que se ve: esas dos partes que todos poseemos. Recordemos las sabias palabras de San Agustín: “Yo soy dos y estoy en cada uno de los dos por completo” –el “yo” grande sería el personaje de Laudisi, especie de alter ego con el que el autor maneja los hilos; y el “yo” pequeño serían el resto de los personajes–.

Los personajes que Pirandello puso en escena están sacados de la narrativa e intentan buscar su lugar en el teatro, por eso podemos decir que en esta obra está el teatro dentro del teatro, tal y como podemos ver al principio y al final, cuando los actores leen su propio guión en el escenario. Esto, a la vez, viene a ser una metáfora de la sociedad provinciana, tan criticada por Pirandello. Hablo de esa burguesía cuya máscara desborda “razón”, que actúa representando ese papel conservador que les han asignado, que tienen miedo a la locura, pero que no dudan, en cambio, en llevar a cabo esa odiosa sinrazón: la crítica desmedida del prójimo. Los personajes de la obra intentan con insistencia descubrir la verdad ajena y, en su fallido intento, se desesperan, porque no entienden que cada uno de nosotros es distinto para los demás (véase el cuadro de Magritte). Por eso escribió Pessoa:

Tengo pena y no respondo.
Mas no me siento culpado
porque en mí no correspondo
al otro que en mí has soñado.

Cada uno es mucha gente.
Para mí soy quien me pienso,
para otros – cada cual siente
lo que cree, y es yerro inmenso.

Ah, dejadme sosegar.
No otro yo me sueñen otros.
Si no me quiero encontrar,
¿querré que me halléis vosotros?

Esto justifica que un individuo no posee una personalidad definida, sino muchas, dependiendo de cómo es juzgado por los que entran en contacto con él. De esta manera, también podemos afirmar que las acciones concretas no son ni buenas ni malas, sino que lo son según el modo en que se les mire, por tanto, no debemos aferrarnos a una verdad absoluta.

En fin, tanta palabra sólo pretendía justificar el hallazgo, por cierto, sorpresivo, de que los géneros literarios, al igual que la Verdad, son inútiles: sólo sirven para los críticos. En uno de sus internamientos manicomiales, Antonin Artaud clamaba: “¡Que me digan a qué genero pertenece la Divina Comedia! ¡Que me lo digan!...” El éxito de Así es (si así os parece) quizá resida en que es, ante todo, una rica coctelera. Así pues, a la hora de catalogar la obra, tan sólo podemos afirmar, en palabras del propio autor, que es una “farsa filosófica”. Farsa porque aborda de forma irónica el problema existencialista de la verdad. Ese equilibrio entre el drama de lo desconocido y la comedia de la curiosidad es difícil de conseguir, ya que camina sobre una línea muy fina que puede caer hacia uno o hacia otro, pero la puesta en escena se encuentra bastante lograda.

Esta puesta en escena es bastante simple, amplia y abstracta (tal vez demasiado amplia y abstracta), una especie de salón-teatro en donde la gente entra y sale y donde se llega a realizar una representación. La iluminación, que ayuda a que se resulten más reales o más difusos los personajes, contribuye a la buena factura de un trabajo sólido no exento de algún problema de ritmo. No obstante, el mayor problema de la obra lo encuentro en la puesta en escena de Laudisi, un personaje clave, que debido a sus características (conduce la acción y cuestiona de las creencias de los demás) no está dotado –tanto a nivel de dirección como de interpretación– de la densidad que necesita. Teniendo en cuenta que Pirandello utiliza a Laudisi como cómplice del público, la interpretación de éste resulta un tanto forzada a la hora de relacionarse con el espectador. A pesar de todo, terminamos participando –no tanto por méritos de Narros como de Pirandello– en la angustia coral de los personajes en busca de la “verdad”.

Pero lo verdaderamente importante es que estamos ante una obra, a pesar de tener ya casi un siglo –se publicó en 1917– muy actual, pues en ella se plasma el poco respeto que solemos tener hacia las diversas culturas (qué poco hemos evolucionado), la insumisión que presentamos frente a las leyes del actual paradigma social: que todos tengamos la “obligación” de comulgar con un pensamiento único que no tiene porque ser válido, sino que está ahí posiblemente porque, como dijo Foucault, “la verdad científica no tiene que ver con el conocimiento, sino con el poder”.

Para terminar, la moraleja de este cuento, a cargo de Solón: “Aprende a gobernarte a ti mismo antes que gobernar a los otros”. Es decir, debemos conocernos intrínsecamente antes de criticar, juzgar o no aceptar la vida de los demás. Hay que tener paciencia, observar distintos puntos de vista y aprender a contrastar, ya que, en palabras de Virginia Woolf, “cuando un tema se presta mucho a controversia (…) uno no puede esperar decir la verdad. Sólo puede explicar cómo llegó a profesar tal o cual opinión”.
HÉCTOR ACEBO BELLO

jueves, 11 de enero de 2007

Un poema de José Agustín Goytisolo


Así son

Su profesión se sabe es muy antigua
y ha perdurado hasta ahora sin variar
a través de los siglos y civilizaciones.
No conocen vergüenza ni reposo
se emperran en su oficio a pesar de las críticas
unas veces cantando otras sufriendo el odio y la persecución
mas casi siempre bajo tolerancia.

Platón no les dio sitio en su República.

Creen en el amora pesar de muchas corrupciones y vicios
suelen mitificar bastante la niñez
y poseen medallones o retratos
que miran en silencio cuando se ponen tristes.
Ah curiosas personas que en ocasiones yacen
en lechos lujosísimos y enormes
pero que no desdeñan revolcarse
en los sucios jergones de la concupiscencia
sólo por un capricho.

Le piden a la vida más de lo que ésta ofrece.

Difícilmente llegan a reunir algún dinero
la previsión no es su característica
y se van marchitando poco a poco
de un modo algo ridículo
si antes no les dan muerte por quién sabe qué cosas.

Así son pues los poetas
las viejas prostitutas de la Historia.

martes, 9 de enero de 2007

Un artículo de Diego Medrano

Un ciego y un loco
El Comercio - 6-06-2006
Es de sobra conocida la anécdota, la mejor anécdota de un hombre mutilado, mitad falo y mitad lengua verde de lagarto. Leopoldo María Panero, en cierta ocasión, a la salida de unos encuentros literarios, se encuentra con un ciego pidiendo en la calle. Queda impresionado por la mano extendida del ciego, se palpa los bolsillos, pide dinero a un par de académicos que habían salido junto a él, pero nadie parece tener fondos. Leopoldo, más ciego que el propio ciego, más loco que cualquier divino vidente, ni corto ni perezoso, se quita la dentadura postiza y se la pone al ciego en la mano, como si fuera un fósil o un regalo del Ratoncito Pérez. Un Ratoncito Pérez, todavía más loco que el poeta, que ya no recoge dientes sino que devuelve el producto, como a veces en las rebajas de El Corte Inglés. El ciego no palideció, porque la dentadura postiza de un poeta es siempre esponjosa, tierna, algo que poder usar como relicario o rosario plural de todas las ausencias. El cielo cogería los dientes que no eran suyos y, al tacto, pensaría quizás que eran de puro oro. No todos los ciegos saben que lo primero que emplean los poetas es el oro. Los poetas y los yonquis venden oro todo el día, oro toda la noche; e incluso, su mayor frustración es ver la cantidad de oro que tienen otros y ellos sólo tiene chatarrería. La chatarra férrea del lenguaje, tan pronto oxidada, y la soledad gutural de la palabra, a veces escrita sin el menor diente. Leopoldo, ¿qué coño haces?, le increpó entonces uno de esos académicos que, pese al estatus, no tenía euros, o no quería darle euros a un pobre, quizás porque todo eso no va en la mentalidad de un académico. Alguien (desde luego, no el académico) tendría que volver por los dientes de Leopoldo, y recogerlos como si fueran una reliquia, el mejor de los fósiles, y entonces el pobre, nuevamente con la mano vacía, pensaría que otro le roba lo que antes le han regalado. Y entonces el pobre, sí, soñaría que habría tenido en sus manos el mejor de los tesoros, sin saber que unos dientes son siempre el comienzo del éxito y la mejor de las sonrisas. Que unos dientes, sí, son el oro de cualquier aeda tierno, vestido de yonqui.

miércoles, 3 de enero de 2007

Bievenidos a mi palacio de papel


ANTONIO COLINAS

Escalinata del palacio


Hace ya mucho tiempo que habito este palacio.
Duermo en la escalinata, al pie de los cipreses.
Dicen que baña el sol de oro las columnas,
las corazas color de tortuga, las flores.
Soy dueño de un violín y de algunos harapos.
Cuento historias de muerte y todos me abandonan.
Iglesias y palacios, los bosques, los poblados,
son míos, los vacía mi música que inflama.
Salí del mar. Un hombre me ahogó cuando era niño.
Mis ojos los comió un bello pez azul
y en mis cuencas vacías habitan escorpiones.
Un día quise ahorcarme de un espeso manzano.
Otro día me até una víbora al cuello.
Pero siempre termino dormido entre las flores,
beodo entre las flores, ahogado por la música
que desgrana el violín que tengo entre mis brazos.
Soy como un ave extraña que aletea entre rosas.
Mi amigo es el rocío. Me gusta echar al lago
diamantes, topacios, las cosas de los hombres.
A veces, mientras lloro, algún niño se acerca
y me besa en las llagas, me roba el corazón.

De Truenos y flautas en un templo (1972)

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Imagen: CHIRICO, La incertidumbre del poeta.