Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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viernes, 30 de abril de 2010

Los diarios internacionales más notorios defienden al juez Garzón

Un editorial publicado por el diario británico Financial Times sobre el procesamiento del juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón:

Baltasar Garzón, el magistrado instructor español de renombre internacional, ha sido procesado bajo acusaciones que podrían terminar con su carrera. El caso tiene todos los visos de un intento, guiado por motivaciones políticas, de desacreditar e inhabilitar para el ejercicio de su profesión a un valiente funcionario público que ha luchado contra terroristas y contra escuadrones de la muerte amparados por el estado, contra la corrupción y la tiranía. No tiene ningún fundamento y da una imagen muy poco favorable del sistema judicial español, cada vez más politizado.

La acusación principal contra el señor Garzón, presentada por un grupo fascista residual, es que se extralimitó en sus poderes al investigar crímenes contra la humanidad cometidos por las fuerzas franquistas en la Guerra Civil de 1936-1939 y en las represalias de la postguerra.

Hay pendiente un debate sobre la forma de manejar los cadáveres que existen en el armario de cada nación. Países diferentes, desde Sudáfrica hasta Chile o desde Polonia hasta Argentina, han encontrado fórmulas diferentes de acuerdo con sus circunstancias. El procedimiento español fue el de una amnesia negociada en la transición postfranquista, en virtud de la cual se olvidarían los crímenes de la Guerra Civil (y las pruebas seguirían enterradas o serían destruidas). Sin embargo, tal cosa negaba un entierro decoroso a las decenas de miles de republicanos derrotados, cuyos restos se están exhumando a centenares de fosas comunes en todo el territorio de España conforme a la polémica ley de «memoria histórica» del año 2007.

El señor Garzón llevó las cosas más allá y abrió un proceso contra los responsables franquistas, prácticamente muertos todos ellos, lo cual causó una gran indignación en la derecha, que sostiene que una cosa así contraviene la ley de amnistía de 1977. Sin embargo, no puede haber una situación legal restrictiva en los crímenes contra la humanidad. La cuestión es cómo encontrar un equilibrio entre la justicia y el juicio político. En todo caso, el señor Garzón estaba dando respuesta, como es su deber, a las peticiones de las familias de los muertos ante los tribunales; el año pasado, él mismo decidió no seguir adelante con el proceso.

El auténtico delito que ha cometido quizás sea que está persiguiendo casos de corrupción que implican a ‘barones’ regionales del derechista Partido Popular (PP) en la oposición. No obstante, a mediados de los años noventa puso al descubierto en la instancia procesal las escuadras de la muerte que, contando con el amparo del gobierno, habían cometido 27 asesinatos en un intento de destruir las estructuras de apoyo de Eta, el grupo terrorista vasco. Su iniciativa hirió de muerte al partido socialista en el gobierno (del que el señor Garzón se encontraba próximo) y contribuyó a llevar al PP al poder en 1996.

El problema de fondo en este asunto es que la política en España, desde el mismo momento en que los socialistas se vieron aupados espectacularmente al poder a raíz de los atentados contra los trenes de Madrid en el año 2004, ha adquirido un carácter destructivo entre facciones. Sin embargo, eso no es justificación para convertir en víctima a uno de los servidores públicos más eminentes de España.

jueves, 29 de abril de 2010

Pepe el Ferreiro participa en el Encontro de tradición oral de San Tirso de Abres

H. ACEBO - San Tirso de Abres,

La Asociación «San Tirso del Eo», de San Tirso de Abres, no ceja en su empeño por dignificar la identidad cultural de la comarca Eo-Navia. Así, este domingo celebrará, en la Plaza del San Juan del concejo, el VI Encontro de portadores de tradición oral.

El acto (dividido en cinco áreas: oficios, costumbres, música, juegos y literatura oral) se inaugurará a las 12 de la mañana y contará con la intervención de Pepe el Ferreiro, fundador y ex director del Museo Etnográfico de Grandas de Salime. Los amantes del buen comer podrán disfrutar, a partir de las 2 de la tarde, de un menú tradicional compuesto por empanada, chorizo, jamón cocido, arroz con pollo de corral, natillas ecológicas, pan y café. El precio es de 12 euros.

(La Nueva España, 29/4/2010)

domingo, 25 de abril de 2010

La frontera

«And it stoned me» es el sugestivo tema que abre Moondance (1970), el segundo disco en solitario de Van Morrison. El cantante irlandés cuenta que a la hora de componer esta canción se inspiró en una experiencia de su infancia: «Creo que tenía sobre doce años. Solíamos ir a un sitio llamado Ballystockart a pescar. Parábamos en el pueblo cuando íbamos de camino a este lugar e iba a una pequeña casa de piedra, y había un hombre viejo, y le preguntamos si tenía agua. Nos dio agua que dijo era del arroyo. Bebimos un poco y todo pareció pararse. El tiempo parecía estar parado. Durante cinco minutos todo estuvo tranquilo y yo estaba como en otra dimensión. Eso es de lo que trata la canción».

Morrison -que venía de fraguar una obra tan experimental como Astral weeks, 1968- se valió de una clásica formación soul (dos vientos y una sección de ritmos) para transformar los temas de Moondance en ensoñaciones lúcidas, directas (no elementales) y extáticas. Su voz, un tanto mascullada, se deslizaba -cual lancha- con tanta soltura como congoja: «Oh, the water!»… y el avisado público entraba en otra dimensión.

Me gusta pensar que descubrí «And it stoned me» en las últimas horas de mi infancia: las cosas -decía Valle-Inclán- no son como son, sino como las recordamos. Las sensaciones que me sigue produciendo aquel tema se asemejan mucho a las declaraciones del propio cantante. También yo, en aquellas legendarias tardes dominicales, solía ir de pesca con mi padre a un arroyo (a la sazón, zona de recreo de la raposa o de la comadreja). Es la mía una tierra fronteriza regada por el Eo y por las leyendas de los ancianos labriegos. De aquel escenario de mi niñez sólo permanece el agua y el eco (aún me gusta cantar y que mi voz se pierda entre las inmensas montañas). ¡Qué difícil resulta ahora pescar en medio de tanta maleza! La mano del hombre, ocupada en menesteres muy materiales, ha descuidado tanto sus veredas, su intrahistoria, que a este paso terminará por desaparecer (ojalá me equivoque) la toponimia, el alimento de tantos viajes imaginarios y reales. Rego do Lobo (Arroyo del Lobo, traduzco directamente del gallego): así se llama el rincón mítico que he traído hoy a estas páginas… y que recuerdo siempre al escuchar la citada canción de Morrison.

Resulta triste comprobar cómo a algunos habitantes de mi fronteriza comarca, Eo-Navia (Asturias), les da vergüenza hablar en público la lengua que mamaron. Uno no es menos suizo o menos austriaco por hablar en alemán. Nuestro idioma natural es (como en los orientales pueblos lucenses y en las comarcas limítrofes de León -hasta Ponferrada- y Zamora -hasta Padornelo-) el gallego, concretamente su dialecto oriental, cuya marca del plural es -is: aviois (aviones). De este asunto escribió con mucha sabiduría el filólogo y poeta Dámaso Alonso: «Baste hoy decir que la afirmación ya antigua de que el gallego llega, dentro de Asturias, hasta el río Navia, es justísima, si bien, como es sabido, algunos fenómenos típicamente asturianos penetran al Oeste de esa línea. Esas hablas de entre el Navia y el Eo, fundamentalmente gallegas, pero con algunos rasgos asturianos, las designo con el nombre de gallego-asturiano» (1945).

En efecto, nuestra situación lingüística es, como estudiamos en el Bachiller, el resultado de la colonización romana y de la evolución de los primitivos dialectos romances surgidos de la fragmentación del latín. Cada una de estas lenguas que configuran nuestro mapa lingüístico tiene su propia historia, mas la convivencia durante siglos ha permitido ciertas coincidencias y elementos comunes. (Ningún filólogo de fuste obvia que las tierras fronterizas son riquísimas en tradiciones y en cultura, pues permanecen abiertas a cualquier transfusión). Huelga decir que no ha habido ningún tipo de galleguización del Navia-Eo: es tan autóctono el gallego de este territorio (habitado a la llegada de los romanos por tribus galaicas) como el bable en el resto de Asturias (a partir de la orilla derecha del río Navia). Dejen, vecinos míos, de confundir la política con la lengua: los idiomas son un patrimonio de la humanidad, no de la Administración. Lo diré, por enésima vez, con orgullo: Yo soy asturiano y mi lengua materna es -por su fonética, por su morfología y por su sintaxis- la gallega. El que escucha, descubre; quien es escuchado, se descubre a sí mismo. Hai corvos no carballo?



Por HÉCTOR ACEBO (Diario de Ávila, 25/04/2010)

miércoles, 14 de abril de 2010

14 de abril: Aniversario de la Segunda República Española


Frente a los intentos de seguir denigrando un periodo que alumbró una de las mayores esperanzas colectivas vividas por el pueblo español, se impone un esfuerzo adicional para que las generaciones jóvenes sepan lo que verdaderamente pasó. La Segunda República fue un serio intento de modernizar y democratizar España. Recibida con alborozo por la población en un ambiente de orden y fiesta, revolucionó la enseñanza y combatió eficazmente el analfabetismo, dando un inédito protagonismo a maestros y docentes; llevó el saber a los rincones más escondidos de la España rural a través de las Misiones Pedagógicas; favoreció el que la vida cultural del país alcanzara niveles de vanguardia; hizo una ambiciosa política de obras públicas; intentó una reforma agraria que terminara con el hambre y las flagrantes injusticias de las zonas latifundistas; llevó a cabo una necesaria reforma militar, e implantó el laicismo, tal vez de manera demasiado radical dadas las circunstancias.
(FÉLIX SANTOS, El País, 14/4/2008).

viernes, 9 de abril de 2010

El hombre que destruyó un género para salvarlo


A mis coetáneos (nací en el 87) el western no les dice nada. Lo consideran un género petrificado, aburrido, previsible, rancio, insulso, soez… Tal vez no hayan sentido, todavía, la fascinante nostalgia de la aventura (este género, como supo ver Andre Bazin, niega el cuadro de pantalla y restituye la plenitud del espacio a través de los travellings y de las panorámicas), la necesidad de cumplir un código de valores, de cuestionarse todos los sentimientos (desde los más puros –el amor– hasta el asqueroso racismo), de compartir en soledad infinitud de secretos, tormentos, frustraciones… Efectivamente, el western me ha salvado de la depresión nocturna en interminables ocasiones: me ha reconciliado con la sugestiva vida (no con esa chabacana realidad que siempre he odiado)…

El cine del Oeste constituye –según Borges– la única gran forma moderna de la épica, ese género tan descuidado por los escritores contemporáneos. En el western (que es la reducida historia –apenas dura cien años–, o, mejor dicho, el nacimiento de un solo país: EEUU), abundan los arquetipos, los valores y las situaciones heroicas: el jinete solitario, la interminable llanura, el coraje, la conquista, la constante sensación de amenaza… No es descabellada, pues, la tajante afirmación de Borges: Hollywood ha salvado (con sus loas a los conquistadores taciturnos) la épica, “un apetito elemental del ser humano”.

A mí el western que más me gusta es el elegíaco, inventado por John Ford en La diligencia (1939) y continuado por Howard Hawks en Río Rojo (1948) o Río Bravo (1959). En estas películas, la acción se caracteriza, se reviste de sentimientos, poniéndose de manifiesto un tópico muy jugoso: la lealtad masculina puede dominar una situación caótica. Anthony Mann y Budd Boetticher ahondaron aun más, si cabe, en las profundidades de la psique. El primero, en los 50 (El hombre de Laramie, El hombre del Oeste, Winchester 73…), revistió a sus solitarios héroes (interpretados magníficamente por James Stewart y Gary Cooper) de un infinito deseo de venganza; una angustia fortísima les obliga a ajustar cuentas con sus enemigos (a veces, desconocidos), a lavar un pasado tenebroso... Sólo de esa forma, al resolver sus conflictos internos (propios de una época convulsa, del paso de una época salvaje a una sociedad civilizada) podrán aceptar el coste de seguir en marcha.

Los lacónicos héroes de Boetticher (que dirigió una serie de formidables westerns de serie B, con Randolph Scott como protagonista, en la segunda mitad de los 50: Seven men from now, Estación comanche, Los cautivos…) también están sumidos en la confusión. Pero su apariencia, respecto a Mann, es todavía más brutal: son espectros suspendidos en el tiempo, deambulan por la llanura (no acostumbran a mezclarse con la atronadora gente del pueblo) y cualquier excusa les sirve para lanzarse (regidos únicamente por sus obsoletos principios, no por ninguna ley) a vivir una aventura suicida…


Siguiendo esta resumida cronología, no hace falta ser un lumbrera para deducir que, cuando Sam Peckinpah (Duelo en la Alta Sierra, Grupo salvaje, Pat Garrett y Billy The Kid…) irrumpió en la rugosa geografía del western, este género pasaba (eran los primeros 60) por un estado crítico. No por la calidad (los cineastas nombrados son cimeros), sino por la pronunciada temática elegíaca que obliga a enterrar –en cierta manera– un universo irrepetible. El propio John Ford acababa de rodar El hombre que mató a Liberty Valance (1962), conmovedora obra que reflejaba –valiéndose de unos flashbacks que han creado escuela– el fin de una época plagada de mitos, en donde la leyenda prevalecía por encima de la verdad… Éste es el inicio del western crepuscular.

Dijo Billy the Kid (Kris Kristofersson) a Pat Garrett (James Coburn): “Los tiempos habrán cambiado, pero yo no”. En efecto, ese es el lema que resuena en todas las obras que Peckinpah dedicó al Oeste. El vaquero (viejo, agotado, envuelto en la total desilusión…), en su negativa a mudar de principios, escribe conscientemente su epitafio. En ese nuevo mundo civilizado (regido por el darwinismo social), más que justicia, hay leyes: la caza del hombre está legalizada y no hay espacio para aquellos que incumplen los nuevos requisitos. La frontera que separa a los buenos de los malos está, en fin, desdibujada.

Envuelto en tal percal, Peckinpah (que fue ayudante de Don Siegel en cinco películas) renueva el género, desmitifica sus valores, explotando al máximo las posibilidades del montaje: la asociación de imágenes (a través de planos medios muy cortos) le sirve para mostrar los diversos puntos de vista de la historia. De la Historia. En Duelo en la Alta Sierra, el enfrentamiento final anuncia esa ruptura formal (el western hasta entonces se había valido especialmente de los planos generales para reflejar cualquier escaramuza). Una ruptura que, realmente, supone una evolución en un género que había apostado, desde los tiempos de Ford, por la caracterización, por el canto, por la hondura psicológica de los personajes…

La descarnada violencia de Peckinpah ha supuesto la crítica más negativa hacia su crepuscular obra. Para algunos estudiosos, el uso –en las escenas sangrientas– de la cámara lenta (Grupo salvaje) desprende única y exclusivamente morbo, se trata de una irresponsabilidad intelectual… Sin embargo, para mí Peckinpah refleja, de manera acertada, la tremenda queja de Rilke: “Allí donde muere un hombre, muere la humanidad”. Es sólo una opción formal…


Me explico. Fuller, Siegel y Godard mostraban la sangre con una sequedad absoluta (Tarantino recogería el testigo de una manera mucho más pronunciada, casi irrisoria), en un intento de reflejar la alienación y la brutalidad del poderoso hombre capitalista, capaz de matar a uno de sus semejantes del mismo modo que engulle una hamburguesa. Peckinpah, por su parte, critica la violencia desde dentro, la usa de manera tan vistosa y elegante (es como si los cowboys se despidieran de este mundo trenzando una desconsoladora balada) para que seamos conscientes de la brutal desgracia, del verdadero valor de una vida humana... No obstante, la sangre, en los filmes peckinpahnianos, casi nunca constituye un fin, sino un procedimiento formal.

Controversias aparte, imagino que incluso los críticos más cítricos coincidirán conmigo en que a este cineasta le iría bien (por su contribución a la renovación de un género clásico) el epitafio de uno de sus protagonistas, Cable Hogue: “Era un hombre que encontró agua donde no la había”. En efecto, la mejor manera de homenajear a un artista es el acercamiento a su propio lenguaje. Y en Peckinpah todo remite al cine: a la fuerza, a la amistad, al llanto, a la aventura, al sexo, al amor… ¿No dejó dicho Fuller que el séptimo arte (esté o no plagado de guiños) se resume en una sola palabra: emoción?


Una entrañable secuencia de esa aventura que lleva por título Duelo en la Alta Sierra.


Una emocionante escena de Grupo salvaje.


La archiconocida matanza final de Grupo salvaje.

Por HÉCTOR ACEBO (La Noche Americana, abril de 2010)

domingo, 4 de abril de 2010

Curvas de músicas elevadas


Tanto la deteriorada política como la Historia, tristemente tergiversada, ocupan muchas de nuestras líneas. Y da la impresión de que nos olvidamos (¡tan sesudos!) de admirar las maravillas cotidianas. Lo cual es un error: quien conoce la naturaleza tiene una idea de la literatura (y viceversa). Digo esto porque llega el buen tiempo a Madrid, y a uno (que es de naturaleza irremediablemente melancólica y ya ha sufrido bastante durante el largo invierno) le apetece más que nunca escrutar los níveos muslos de las chicas, que en breves llegarán más desnudas que vestidas a las aulas universitarias. ¡Cuántas ganas de componer himnos que hagan justicia a semejante venustez!

Confieso, como el crítico y novelista Vicente Molina Foix en El cine de las sábanas húmedas, mi predilección por los shorts, “esas prendas tan exiguas como suficientes, que exhiben y a la vez no resaltan y son tan difíciles de llevar sin que uno o una parezca hortera”. Hoy en día estos pantaloncitos cortos y ajustados están muy extendidos entre las mujeres jóvenes, quienes los lucen, de manera informal, durante el estío. En otra época, los shorts femeninos destilaban ingenuidad y atrevimiento; de hecho, esta prenda fue usada exclusivamente, hasta bien entrada la década de los 40, por los críos. En los 50 y los 60, la campeona de los shorts era claramente Jean Seberg (a la sazón, un nuevo tipo de mujer), la bellísima actriz de Al final de la escapada o Buenos días, tristeza.

Esta Jean –mundialmente conocida por su pelo rubio a lo garçon y por la venenosa dulzura de su rostro– era tan voluptuosa que no necesitaba, para despertar el deseo del público, encarcelarse en un vestido abombado; es más –y coincido con Molina Foix–, tal indumentaria es la negación de aquellos shorts que le permitían irrumpir (complaciente y libertaria) en la pantalla con las nacaradas piernas desnudas, al aire…

Una mujer que enfunda sus muslos, su sexo y sus nalgas en los shorts, ¿qué condiciones ha de reunir para no caer en la cursilería? No hay ninguna ley escrita al respecto. Evidentemente, la donosura (un cuerpo proporcionado, las curvas, las esbeltas piernas) es una buena aliada. Pero imagino que, como sucede con otras prendas, la clave está en la clase: esa cosa tan personal, magnética, extraña e intransferible. La propia Seberg no era alta, no tenía unas piernas especialmente largas, y, sin embargo, nos hechizaba con sus poses. ¡Pocas mujeres han llevado con tanta distinción los sombreros borsalinos, pocas han resultado tan sensuales vistiendo camisetas de marinero...!

Uno ha visto –en la calle y en las aulas– varias chicas esplendentes, entregadas al placer del cuerpo, ajenas –aparentemente– al dolor y al sufrimiento. ¡Mujeres que acaso se recrean al contemplar, en el espejo, los planetas que tienen por ojos! Si las observas (el acto más opuesto a la misericordia), no se detienen: sus andares son siempre ondulados, cadenciosos… Uno intenta, a veces, hablarles, pero es difícil coordinar las palabras y los pensamientos en esos instantes turbadores, místicos... Pensándolo bien, resultaría imposible ponerse –a través de un verbo improvisado– a la altura de sus elevados (y desnudos) atributos. ¿Por qué no buscamos entonces, los enamorados y los eternamente seducidos, la justicia poética: es decir, la máxima exactitud de las palabras?

En efecto, son muchos los poetas que han cantado a los muslos. Para mí (disculpen la osadía), esa parte de la anatomía que tan bien exhiben los shorts son “camas de finísimas hierbas”. Neruda abría sus Veinte poemas de amor… de la siguiente manera: “Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos, / te pareces al mundo en tu actitud de entrega.” Luis Antonio de Villena habla, en Celebración del libertino, de una “curva de música elevada”. José Ángel Valente, por su parte, escribió: “Los muslos de la mujer eran largos y húmedos. El fino vello brillaba dorado al sol. Interminable profundidad sin fondo de la piel.” Cunqueiro se refirió a una “suma breve, / gozo de clara visión. / Lancha.”

Sólo de esta forma, al evocar a los poetas, estaremos en condiciones de preservar tanta belleza cotidiana y diáfana. Es un objetivo arduo pero excitante. Justo.


Por HÉCTOR ACEBO (Diario de Ávila, 04/04/2010)