Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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jueves, 29 de noviembre de 2007

Asombro


mari pili en casa de manolo

mari pili cubierta de pomada
muy triste aquella niña muy abrigada
y ya ves ahora con cuatro chiquillos
mari pili poniéndose los guantes
jugando a los papás y a las mamás
en el invierno del cuarenta y nueve
era el cine aquel cuarto de la plancha
y el pasillo un eterno tobogán
mari pili jugando a las cocinas
en una fiesta con mucha merienda
y de pronto las luces que se encienden
y la pantalla rota y el asombro

(ANTONIO MARTÍNEZ SARRIÓN, Teatro de operaciones, 1968)

A propósito de Verano fatal (Limbo Starr, 2007)


HÉCTOR ACEBO BELLO

La primera de las siete canciones que forman «Verano fatal» (Limbo Starr, 2007), el actual trabajo de Nacho Vegas y Christina Rosenvinge, anuncia una altura lírica y musical de principio a fin sólo comparable, en los últimos tiempos de nuestro rock patrio, a «El hombre que casi conoció a Michi Panero», aquel temazo incluido en el último disco de estudio del cantautor gijonés («Desaparezca aquí», Limbo Starr, 2005). En efecto, «Me he perdido» nos presenta a un Nacho tan sensual como cordial, sin la afectación vocal de antaño, que se desnuda, impotente, «sin quitarse el traje» ante los dulces coros de una sirena llamada Christina. Es precisamente en el siguiente tema, «Humo», cuando la solista entra en escena para disminuir el tempo musical en aras de una logradísima atmósfera lúbrica con perlas y consonantes incluidas. La tercera pista, que da título al disco, marca la primera parada del trayecto y comienza con un riff de guitarra que promete mucho, pero que se queda en una canción bien sostenida musicalmente (muy lograda, por cierto, la distorsión de Rosenvinge), que muestra, sin embargo, las prisas de los solistas a la hora de escribirla. En ese sentido, «la mujer del tiempo», que dice Nacho al final del tema, quizá pretenda ser un guiño, pero no llega a la altura, ni por asomo, de aquella otra fémina «que anuncia el vendaval» en la belleza solitaria de la «Canción de palacio #7».

«Ayer te vi» es una balada al más puro estilo indie que nos sumerge en los años gloriosos de este género en España pero que no aporta nada nuevo. El disco, un tanto decaído a estas alturas de la tarde, parece resucitar con la curtida voz de Rosenvinge en otro tópico del rock alternativo: «No pierdes lo que das». Sin embargo, no será hasta «Que nos parta el rayo» -con el susurro principal de Vegas y, de nuevo, con unos sensuales coros de la autora de «Continental 62»- cuando sintamos que funciona la química entre los dos cantautores. Lástima que la letra se quede en una simple rima de principiante, otro acto inexplicable del asturiano. El epílogo del «Verano fatal», «No lloro por ti», en la voz de Rosenvinge, es otra canción totalmente prescindible que no aporta nada nuevo a la faena (a pesar de ese «y me importas un pimiento» que pretende romper la monotonía) de este disco que se salva por los pelos gracias al espectacular prefacio.
La interesante ficción autobiográfica con la que juegan a lo largo del disco demuestra que se han aprendido de memoria la lección de Rimbaud, pero deja en evidencia, en la praxis, una falta de reposo considerable.
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Publicado en La Nueva España, 29/11/2007

sábado, 24 de noviembre de 2007

A propósito de Luz de domingo

(A propósito de «Luz de domingo»)

HÉCTOR ACEBO BELLO

La luz que ilumina los domingos de Cenciella -el pueblo asturiano inventado para la ocasión- es tan viva que mata a los que permanecen despiertos. Desde los Picos de Europa pueden verse las sombras caciquiles de los «chorizos» (la izquierda) y los «becerriles» (la derecha): bienvenidos a la España «de espíritu burlón y de alma quieta», como hubiera dicho Machado, de 1911. Desde entonces tal vez hayamos evolucionado en términos jurídicos, pero los sentimientos (el amor, el odio, el orgullo, la venganza...) que trata José Luis Garci en su última obra siguen siendo de actualidad. No se equivoca la tabernera cuando dice a Joaco (el honrado indiano interpretado por un espectacular Alfredo Landa) algo obvio: el hombre del pueblo no se alegra de su propio éxito, sino del fracaso de los demás.

Con este argumento preciso, Garci vuelve a sumergirse en el pasado para entender y vivir el presente. Y consigue su cometido mediante un gran tratamiento de la luz que culmina -no podía ser de otra manera en este relato clásico- con encadenados y fundidos de negro. Sin embargo, el autor de «Volver a empezar» (1982) deja en evidencia un sonido oportunista (cantos de pájaros desesperadamente enlatados, cohetes que se escuchan pero jamás se ven, un «Danubio azul» que no consiguen bailar al compás de la banda, etcétera). El guión, basado en un relato de Ramón Pérez de Ayala, es fluido y muestra, como de costumbre, el gusto de Garci por el costumbrismo. Pero cuando entra en escena, sin la ayuda del abuelo Joaco, el idilio entre Urbano (un Álex González no muy creíble) y la nieta Estrella (Paula Echevarría, la nueva musa de Garci) respiramos un olor a nata rancia que descabalga la historia. Mención aparte merece la durísima escena en que el abuelo manifiesta el rechazo a su futuro nieto, nacido de una violación por parte de los hijos del alcalde «becerril» (un soberbio Carlos Larrañaga). Es precisamente en la escena de la violación cuando la luz de domingo quema casi tanto como el desierto crepuscular de Sam Peckinpah. Sin embargo, al término de la misma, el filme vuelve a perder fuelle al compás de cantos que parecen más enlatados, si cabe, cuando salen de la boca de Urbano. Garci, en otro acto inexplicable, olvida el tratamiento psicológico de los personajes tras el cruento atentado. Y el mismo Landa parece darse cuenta de las cursiladas cuando espeta al futuro marido de su nieta una frase que este espectador agradece: «¡Déjate de pajaritos!».

La película se despide por la puerta grande gracias al señor Landa. Este coloso del cine español es capaz de matar, con la naturalidad que requiere la ocasión, a un cruel «becerril». Y lo entrega, en un ejercicio de intensidad increíble, a la iglesia que tantas veces se cruzó de brazos ante blasfemias, violaciones y robos. Sin duda, estamos ante un hombre capaz de calcular su propia muerte. Y la de los demás. Lástima que de nuevo los «pajaritos» se entrometiesen a bordo de un barco tan colorido que da ganas de vomitar.

Llegados a este punto, la pregunta es inevitable: ¿con qué «Luz de domingo» se quedaría Garci? ¿Con el canto enlatado de los «pajaritos» o con las fresas bergmanianas que saborean nuestros «buelos»?

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Publicado en La Nueva España, 24/11/2007

jueves, 22 de noviembre de 2007

Acerca de La Frontera


«La Frontera» de Javier Andreu y Toni Montana vuelve hoy a los escenarios asturianos, en Gijón

Oviedo, Héctor ACEBO
Veinte años y un día después, vuelven Javier Andreu y Toni Marmota. El Savoy de Gijón recibe hoy a la legendaria, superviviente, sincera y polvorienta «Frontera». Una banda que sólo se entiende echando la vista atrás.

Corría la segunda mitad de los 80, y la movida madrileña, después de haberle cantado tantas odas a la moda juvenil, tocaba a su fin. El verso rimbaudiano («Hay que ser absolutamente moderno») que había musicalizado aquella generación se tornaba en puntos hasta entonces no transitados. «Los Secretos» dejaron de hablar de amores adolescentes no correspondidos y se encontrarían a sí mismos con la publicación de la tristísima «Calle del olvido» (1989). En ese contexto, «La Frontera» apareció en escena con una evolución similar a la del grupo liderado por los hermanos Urquijo, aunque la lírica nunca llegue a estar, ni por asomo, a la altura de los tormentos de éstos.

Su ópera prima, de 1985, ya hablaba sobre «La ley de la horca», pero es sobre todo con el rotundo «Si el whisky no te arruina las mujeres lo harán», publicado un año más tarde, cuando nos descubren, al compás del banjo y el violín, el salvaje «Cielo del Sur».

Lejos de repetirse y de cansar los oídos con un efectivo pero oportunista country-rock, el grupo liderado por Javier Andreu se reinventa a sí mismo, acercándose al pop-rock comercial, sin dejar a un lado los sonidos fronterizos que les caracterizan, con «La rosa de los vientos». Este disco, que sale a la venta en el año de madurez de los Urquijo (1989), sitúa a «La Frontera», con temas como «Juan Antonio Cortés», en el «límite del bien y del mal». Y es que, a partir de este exitazo, Andreu y compañía empiezan a perder fuelle.

Con escaso apoyo promocional y unas melodías sin la fuerza deseada, «La Frontera» no conseguiría en esta década el apego recibido antaño, aunque seguiría con sus intensos y sinceros conciertos.

Y así llegan a nuestros días cumpliendo veinte años encima del escenario y celebrándolo con un merecido resumen de su carrera («Veinte años y un día», 2005) al lado de colaboradores de lujo (Calamaro, Coque Malla...). Seguro que Andreu y compañía demostrarán hoy en el Savoy (Gijón, 22.00 horas, 8 euros anticipada, 10 taquilla) todas estas credenciales. Enrique Urquijo, con sus «Ojos de gata», los juzgará.
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miércoles, 21 de noviembre de 2007

Fernando Fernán-Gómez, sé feliz en tu "viaje a ninguna parte"


GORRIÓN: Cuando uno se muere... ¿se muere o no se muere?
DON GREGORIO: ¿En su casa qué dicen?
G: Mi madre dice que los buenos van al cielo y los malos al infierno.
D. G.: ¿Y su padre?
G.: Mi padre dice que de haber juicio final los ricos irían con sus abogados, pero a mi madre no le hace gracia.
D. G: ¿Y usted que piensa?
G: Yo tengo miedo...
D. G.: ¿Es usted capaz de guardar un secreto?
G: (Asiente con la cabeza)
D. G.: Pues en secreto... Ese infierno del más allá no existe... El odio, la crueldad... eso es el infierno... A veces, el infierno somos nosotros mismos.

(De la película de J. L. CUERDA La lengua de las mariposas, en donde Fernán-Gómez interpreta al entrañable maestro republicano don Gregorio)

domingo, 18 de noviembre de 2007

¿Convivir?


Convivir durante unos minutos en un estadio de fútbol resulta ser algo así como palpar una miniatura de la sociedad. Los gritos que desgarran la garganta de los machos ("¡Oleguer, rojo de mierda, tú a las manifestaciones okupas!") demuestran la escasa cooperación que ofrecen a aquellos que, afortunadamente, no piensan como ellos. "Vale, soy facha, lo reconozco", afirmaba otro, asumiendo, orgulloso, su culpabilidad.
Por otro lado, están los aficionados que disfrutan viendo jugar a las estrellas, que te piden la hora para entablar conversación y que discrepan de los comentarios xenófobos que lanza el proyecto de cerebro que está detrás de nosotros. Qué razón tiene Benjamín Prado cuando nos recuerda aquellos versos de Valéry: "Sólo estoy seguro de haber comprendido una cosa cuando tengo la impresión de que hubiera podido inventarla". Yo tampoco puedo inventar ciertos insultos. Y eso que me pongo, no como ellos, en la carne del otro...

Claro que luego están la magia, la belleza y la precisión que desgranan Xavi Hernández, Cesc Fábregas y Andrés Iniesta. En el partido de clasificación para la Eurocopa que se disputó ayer en el Bernabéu (España 3 - Suecia 0), los alumnos aventajados de Guardiola volvieron a demostrar algo obvio que no parecen entender, como tantas otras cosas, los protagonistas del prefacio: cuando tres jugadores desbordan calidad a raudales, por muy parecidos que parezcan (valga la redundancia), pueden (y deben) jugar juntos. De la Peña tiene las puertas abiertas. Y Xavi debe tirar siempre las faltas (con permiso de Villa, que en los últimos metros no perdona) para demostrar que, a pesar de la sombra de Ronaldinho, sus parábolas destilan sabiduría.
Que aprendan de la selección algunos de sus aficionados.

Machadiano


"¿Qué es amor?", me preguntaba
una niña. Contesté:
"Verte una vez y pensar
haberte visto otra vez."
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  • Texto: A. MACHADO
  • Imagen: O. MUELLER

viernes, 16 de noviembre de 2007

Malos tiempos


¿Por qué viva Franco?

BENJAMÍN PRADO - El País, 15/11/2007

Después de leer el periódico, Juan Urbano se acordó una vez más de una supuesta crítica de cinco o seis líneas que la leyenda atribuía a Eduardo Haro Tecglen y que decía algo así como: "Ayer se estrenó en el teatro equis la obra equis, dirigida e interpretada por tal y tal: ¿por qué?" ¿No iba a ser el abominable Valle de los Caídos un centro de estudios del franquismo?
Si esa reseña existió de verdad, es probable que aunque hoy sea divertida, entonces fuese arbitraria, despótica o injusta, quién lo puede saber ya; pero lo que a él le importaba es que siempre la había servido de plantilla para otro millón de cosas y ahora volvía a serle útil después de leer que la Delegación del Gobierno había autorizado tres manifestaciones ultraderechistas para este fin de semana cuyo único fin era jalear la figura de los golpistas de 1936, enaltecer a los ideólogos de la masacre que desencadenó la Guerra Civil y glorificar al dictador y a sus secuaces por lo civil, lo militar y lo eclesiástico. ¿Por qué?

Juan Urbano, que esta semana, por primera vez en su vida, había sido monárquico diez minutos, gracias al porquenotecallas del rey al presidente de Venezuela, que es un personaje que le viene como anillo al dedo a esta historia porque, a fin de cuentas, también tiene un pasado de golpista y un presente de actor cómico, se preguntó por qué en nuestro país es delito quemar una foto del jefe del Estado pero no hacer apología del Funeralísimo, como lo llamaba Rafael Alberti, siempre tan exacto a la hora de asignar un adjetivo.

Tal vez es que uno de los agujeros en el barco de la futura Ley de Memoria Histórica sea ése: que no nos hemos atrevido a convertir en un delito contemplado por el Código Penal el ensalzamiento de la dictadura, como ocurre en otros países de Europa que han sufrido lacras semejantes.

¿Por qué? ¿Por qué tenemos que aguantar los madrileños que los nostálgicos del horror, esa gente que no cree en la democracia y suspira por el regreso de la tiranía, se reúnan el domingo en la Plaza de Oriente, igual que en los viejos tiempos, a gritar contra la inmigración, contra las libertades que tanta sangre y tanto sufrimiento nos han costado, a favor de los criminales de ayer y los locos de hoy?

¿Por qué tenemos que soportar el martes, que es otro infame 20 de noviembre, una marcha que vaya desde Moncloa hasta el Valle de los Caídos a honrar a los mismos cuyas estatuas estamos quitando de nuestras plazas, y que, da miedo decirlo, se parece tanto a aquella de noviembre de 1939 en que los falangistas llevaron a hombros el ataúd de José Antonio Primo de Rivera desde Alicante hasta El Escorial, vestidos con su uniforme paramilitar, desfilando con una pistola al cinto y una antorcha en la mano? ¿Por qué?

¿No iba a ser el abominable Valle de los Caídos un centro de estudios del franquismo, o algo así, y acaso no se iban a prohibir allí los actos que supusieran una alabanza del déspota? ¿Por qué los magistrados del Tribunal Superior de Justicia de Madrid permiten esa demostración anticonstitucional y afirman que "no existe riesgo de alteración del orden público con peligro para personas o bienes"?

¿La democracia no es un bien? ¿Invadir la ciudad para amedrentar a los ciudadanos o hacer que se marchen a otra parte por miedo a los fanáticos no es alterar el orden público?
Desde luego, Juan Urbano pensaba hacer justo eso, pedir dos días de permiso, marcharse de Madrid el sábado y no volver hasta el miércoles, con tal de no tener que cruzarse en una calle cualquiera del centro con esas personas, ni oír sus consignas, ni ver sus banderas llenas de águilas y sus camisas azules.

Eso es, su chica maravillosa y él se subirían a un tren con destino a cualquier otro lugar en el que los políticos que lo gobiernen no estén dispuestos a caminar hacia atrás mientras otros se calzan las botas estrepitosas de los bandidos; a retroceder hasta el comienzo del espanto, a la época en que todo era tan ilegal, tan viscoso, tan todo lo contrario de lo que ahora tenemos, mal que les pese a algunos, a esos que, por fortuna, aunque son los peores, también son los menos. Ya, pero ¿por qué?

Juan Urbano regresó a su casa y después de mirar a su chica capicúa hasta que los ojos se le volvieron islas, regresó al libro que estaba leyendo, los Cuadernos de Paul Valéry, y el poeta francés le dijo: "Sólo estoy seguro de haber comprendido una cosa cuando tengo la impresión de que hubiera podido inventarla".

Y Juan pensó que por mucha imaginación que tuvieran, él nunca podría comprender ni a la gente que estos días saldrá a la calle a darle vivas a un dictador, ni a los políticos que les permiten llenar a estos manifestantes el aire de la ciudad de ese odio antiguo.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Formación del colectivo femenino


El telecentro de San Tirso enseña a usar la red a las madres con hijos a punto de llegar a la adolescencia

Usuarios del telecentro de San Tirso de Abres.

San Tirso de Abres,
Héctor ACEBO BELLO

El telecentro de San Tirso de Abres, en colaboración con el AMPA del colegio santirseño, está llevando a cabo todos los martes (desde las 17 hasta las 18.30 horas) diversos talleres de ofimática e internet dirigidos a las madres con hijos en edad escolar. El fin no es otro que «darles a conocer los servicios más importantes que nos ofrece la red», cuenta Aida Bello, técnica del telecentro santirseño.

En esa misma línea, y de acuerdo con el proyecto «Internet y familia», desarrollado por el Gobierno del Principado (que tiene como fin fomentar el uso correcto y adecuado de internet entre los más jóvenes), la semana pasada se llevó a cabo en el telecentro santirseño una charla de «internet y familia». Se trataba de explicar a las madres de los alumnos del Colegio de San Tirso «la importancia que tiene el garantizar un uso seguro de internet a los más jóvenes», en palabras de Aida Bello.

Aida Bello se muestra satisfecha con la presencia de nueve de las madres de los alumnos del Colegio de San Tirso de Abres, a las que incorporó esta semana, gracias a la «charla de internet y familia», a un taller de iniciación a la informática. La técnica del telecentro de San Tirso espera que, en un futuro próximo, «todas las madres de los alumnos del colegio santirseño hagan uso de las nuevas tecnologías», a fin de incorporarlas «a diferentes talleres formativos del telecentro».

El telecentro de San Tirso de Abres (apenas 600 habitantes), que cuenta en su haber con más de un centenar de talleres de ofimática e internet y la participación de casi 600 usuarios, se distingue desde su apertura, en 2003, por considerar al femenino como uno de sus colectivos prioritarios.

En esa misma línea, Aida Bello participó, en setiembre, en las Jornadas de la Oficina de Igualdad de Oportunidades de Salas como representante de la red de telecentros del Principado de Asturias, a fin de ofrecer «todas las ventajas que suponen, para la formación de la mujer rural, las nuevas tecnologías». Y es que, en palabras de la técnica del telecentro santirseño, «los telecentros dan a la mujer rural la posibilidad de formarse».

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  • Texto: H. A. B. - La Nueva España, 07/11/2007
  • Imagen: Archivo del telecentro de San Tirso de Abres.

martes, 6 de noviembre de 2007

Al pasar


W. B. YEATS,

Los viejos admirándose en el agua


Oí decir a los muy, muy viejos:
"Todo cambia
y uno a uno vamos cayendo".
Tenían las manos como garras, y sus rodillas
torcidas como los viejos espinos
junto a las aguas.
Oí decir a los muy, muy viejos:
"Todo lo bello se pierde al pasar
como las aguas".

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  • Texto: W. B. YEATS
  • Imagen: KIRCHNER, El regreso de los animales, 1919

lunes, 5 de noviembre de 2007

Manuel Rivas


"O poeta é um fingidor. / Finge tão completamente / que chega a fingir que é dor / a dor que deveras sente"(*). Estos versos, escritos por el maestro Pessoa en un idioma muy cercano al suyo, podrían describir a la perfección la personalidad periodística-literaria de Manuel Rivas. Y es que desde el comienzo de su carrera como corresponsal de Galicia para el diario El País, allá por los años 80, el autor coruñés se ha valido de la metáfora y la metonimia para moldear con mimo un sinfín de personajes que lloran, sienten, ama y odian como nosotros.

El cabello revuelto de Manuel Rivas representa la rebeldía y la fugacidad de las olas gallegas, que domestica, con calma, su lápiz de carpintero. Sobre sus ojos verdes ya lo dijo todo José Hierro a través de aquellos versos que dedicó al amor de Lope de Vega: "Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar".

Luego viene, al hilo de su rebeldía, la parte política, siempre latente en sus novelas y artículos periodísticos. Diríase que sólo leen a Rivas los progresistas, pero su pueblo sabe bien que él no sólo prueba La lengua de las mariposas para criticar la filosofía del Partido Popular, sino también para reivindicar la lengua, el pensamiento y las costumbres de los suyos: es decir, de todos nosotros.

Es por eso que Manuel Rivas trata a las palabras como si fueran muslos: las palpa, las besa, las viste y las desnuda. Pero lo más importante es que "...os que lêem o que escreve, / na dor lida sentem bem, / não as duas que ele teve, / mas só a que eles não têm." (**) En un cuento, un poema o un reportaje. Tanto da. Y es que, como él dice, "cuando el periodismo y la literatura tienen valor, nos conducen al lado oculto de la verdad".


H. A. B.
Madrid, Facultad de CC de la Información,
octubre de 2007.


(*) "El poeta es un fingidor. / Finge tan completamente / que llega a fingir que es dolor / el dolor que de veras siente".

(**) "Y los que leen lo que escribe / en el dolor leído sienten bien, / no los dos que él tuvo, / más sólo el que ellos no tienen".

jueves, 1 de noviembre de 2007

A propósito de la Ley de Memoria Histórica (II)

Memorias históricas

ANTONIO ELORZA - El País, 20-10-2007


Hay que leer una, dos, tres, cinco veces el proyecto de ley llamado "de la memoria histórica" para encontrar algo que explique la enorme irritación que está produciendo en medios conservadores. Y tal vez la única causa se encuentre en el título del proyecto: "...por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas a favor de quienes padecieron persecución y violencia durante la Guerra Civil y la dictadura". Es decir, se trata ante todo de una ley de reparación de una situación de inferioridad en que se encontraron durante décadas los que perdieron la guerra, y con la suficiente sensibilidad para no convertirla en una norma maniquea, ya que su campo de aplicación abarca a las víctimas franquistas. Sólo que en este caso su régimen ya les proporcionó cumplida satisfacción. Parte de la devastación, del dolor, y propone simplemente el reconocimiento de una injusticia.

Rosa Díez ha citado acertadamente el ejemplo de Carrillo y Fraga en el Club Siglo XXI, en 1977, el uno olvidando a Grimau y el otro a Paracuellos. Pero es que entonces había otras prioridades en una transición insegura. Ahora la concordia debe venir de reconocer que hubo Paracuellos y que hubo Grimau, y Andrés Nin, y Lluís Companys, y Juan Peiró. Sin olvidar al mismo tiempo que entre "los bandos" no cabe la simetría: la legalidad estaba inequívocamente del lado de la democracia republicana; quienes se sublevaron fueron los militares y, a la hora de comparar las represiones, la "operación quirúrgica" puesta en marcha por los generales alzados respondió a un propósito deliberado y tuvo en la guerra y más allá de la guerra una intensidad muy superior. Y sobre todo, en lo tocante a la ley, que hasta ese punto mantiene un encomiable equilibrio, cuidándose de no ser un texto de exaltación de la República, es justo que la misma insista en la situación de radical inferioridad sufrida por quienes perdieron la guerra y muchas veces la vida, aunque no fueran fusilados, en defensa de la democracia. Es una cuestión de hecho, a pesar de la derogación de leyes anteriores por la Constitución: hay suficientes sentencias que muestran la necesidad de esa declaración de ilegitimidad de unos órganos judiciales que tanto daño causaron. Y aunque pueda doler la no anulación de las sentencias, el camino queda abierto para su revisión.

En el plano de los símbolos habrá sin duda problemas, pero al menos esperemos librarnos de las plazas de Arriba España, o de las que llevan nombre de generales y políticos implicados en la represión franquista, mientras siguen en la sombra, o en la penumbra, los grandes nombres de nuestra tradición republicana y socialista, de Pi i Margall y Manuel Azaña a Juan Negrín, Vicente Rojo o Dolores Ibarruri, sin olvidar a los pensadores "heterodoxos". No es revancha: los prohombres conservadores ya están ahí, en los lugares de memoria.

Es lo que no perciben deliberadamente los airados críticos del PP y aledaños. Evocar los aspectos positivos de la Segunda República o de la resistencia popular en la guerra y la clandestina durante el franquismo, reparar las injusticias sufridas por vencidos y perseguidos, no significa dar la vuelta al resultado de la Guerra Civil. Sólo descubrir la cara oculta de la luna, cosa que no se logra sólo acumulando libros de historia, sino haciendo además visible a toda la sociedad, con criterios de riguroso análisis y ponderación, el legado democrático y con él, porque existió y fue terrible, el legado de sufrimiento. Resulta lamentable que políticos templados como Mayor Oreja puedan hacer manifestaciones, en el marco de la campaña del PP, que les convierten en nostálgicos de la dictadura de Franco. Dar motivos para ser acusados de neofranquistas no es nada bueno para los populares.

Análisis y ponderación son criterios aplicables también a la eterna polémica en torno al Che. Fue el último revolucionario romántico, dispuesto a jugarse la vida por un ideal de emancipación de la humanidad: nada de extraño, pues, que en medio de un bosque de sectarios, traidores o criminales de despacho, tipo Stalin, Guevara se convirtiera en el icono del Redentor. Pero su actuación represiva en 1959 y los desastres causados a la población cubana por su concepción voluntarista de la economía están ahí. La memoria histórica debe ser en este caso dual.

A propósito de la Ley de Memoria Histórica (I)

La derecha y la memoria del franquismo
MANUEL RICO - El País, 30/10/2007


Los dirigentes del PP, ante la Ley de Memoria Histórica, que mañana se debate en el Congreso, preconizan el olvido afirmando que en la Guerra Civil hubo excesos en ambos bandos. Con ello, ocultan la raíz del drama: un golpe de Estado contra un gobierno legítimo. Pero siendo inadmisible ese argumento, que justifica y "comprende" la dictadura, lo es aún más cuando la ley se evalúa a la luz de la persistencia del régimen de Franco durante cuarenta años.

Con esta ley no se trata de resucitar el fantasma de las dos Españas, sino de algo tan elemental como restablecer, sin afán vindicativo, la prevalencia de los principios democráticos por encima de la legislación que, construida sobre un golpe de Estado y amparada por los regímenes totalitarios que asolaron Europa, los vulneró durante cuatro décadas.

¿Por qué una derecha que se proclama democrática se niega a la recuperación de la memoria de los demócratas condenados con leyes dictatoriales? ¿Por qué el PP no se homologa con los partidos conservadores alemanes, italianos o franceses? ¿Cuál es la razón de esa resistencia casi setenta años después del final de la Guerra Civil y a casi tres décadas de la aprobación de la Constitución? La respuesta que sus líderes dan es que las deudas de la Guerra Civil quedaron saldadas con la Transición y que la ley reabre viejas heridas. Sin embargo, de su letra y de su espíritu se desprende justo lo contrario. Profundiza en los valores constitucionales y cierra algunos agujeros negros que las fuerzas democráticas, recién salidas de la clandestinidad o del exilio, con inteligencia y generosidad dejaron abiertos en 1978 con el fin de consolidar una democracia frágil, demasiado precaria y amenazada. Es decir: la ley completa la transición, la hace más sólida y no al contrario. Es más: lo que podría romper el espíritu de la transición sería, precisamente, su inexistencia.

Tres razones pueden explicar la dura oposición del PP y afirmaciones tan preocupantes como las de Mayor Oreja: el casi nulo papel de sus líderes en el cambio político antes e inmediatamente después de la muerte de Franco, una percepción "comprensiva" con la dictadura y la carencia de una memoria de oposición a ella. La gravedad de esa percepción se acrecienta cuando nos alejamos de la guerra y ampliamos el campo de análisis hasta los años más próximos a la muerte de Franco. En 1975 había en las cárceles españolas casi un millar de presos políticos. Ese mismo año, el Tribunal de Orden Público abrió 4.317 causas, de ellas sólo 72 por terrorismo. Todas las demás, lo fueron por el ejercicio de derechos democráticos elementales. Esa actuación se producía junto a la Europa del Mercado Común, a treinta años de la Declaración Universal de Derechos Humanos y a más de un cuarto de siglo de la derrota de Hitler y Mussolini. Todas las condenas de 1975, más las cinco penas de muerte de septiembre de ese año, junto a la aplicación sistemática de la tortura, del despido, de la privación de cátedras o de la expulsión de la universidad, ¿no deben ser consideradas ilegítimas mediante una ley?

¿Cómo es posible afirmar que una propuesta alejada de todo rencor y dirigida a completar la biografía de miles de ciudadanos españoles aplicando principios que desde 1945 son una realidad en la Europa democrática, supone resucitar "las dos Españas"? ¿Acaso hemos de considerar intocable la condena, en el Proceso 1001, a diez sindicalistas a la friolera de 161 años de cárcel en 1973? ¿Y los larguísimos períodos de cárcel que sufrieron el poeta Marcos Ana o los dirigentes políticos Simón Sánchez Montero o Ramón Rubial, entre otros muchos? ¿Y las penas que cumplieron los miles de españoles que en los años 50, 60 y 70 llenaron las cárceles o los caminos del exilio por el único delito de ejercer unos derechos que todos los organismos internacionales reconocían?

¿Por qué el PP se opone a la deslegitimación de esas condenas? ¿No será que, en el fondo, justifica la actuación del régimen franquista y de sus tribunales, que no se atreve a afirmarlo abiertamente y, al negar la ley, elude el pronunciamiento sobre la ilegitimidad de la dictadura y sus normas?

La Ley de la Memoria Histórica homologa, de manera plena, la democracia española con las democracias europeas que sufrieron el fascismo. Sólo concibiendo la dictadura como un mal menor que fue necesario y sobre el que hay que pasar con sigilo se puede entender la actitud del PP. Pero la memoria histórica es la memoria de la democracia violentada y enterrada. Es decir, la memoria de todos los demócratas: españoles y europeos. ¿Por qué, entonces, el principal partido de la oposición se excluye de ella?