Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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martes, 29 de junio de 2010

Sobre mi ópera prima, "Camas de hierba"


Compañeros de viaje:

Acabo de firmar mi primer contrato con una editorial (Ediciones Vitruvio). El poemario, Camas de hierba, saldrá publicado a comienzos del próximo año. Haremos presentaciones en Madrid y en Oviedo.

Gracias a todos los que, de una forma u otra, me habéis apoyado en esta ardua pero excitante travesía. La casa está encendida.

lunes, 28 de junio de 2010

Eso es ser fuerte



-¿Qué clase de persona crees que necesita una chica?
-Pues... un hombre.
-Sí, claro, pero un hombre que sea cariñoso y bueno.
-Sí.
-Igual que tú. Y, además, que dé la cara si es necesario. Como tú, que fuiste amigo de Platón cuando nadie le hacía caso: eso es ser fuerte.

(Rebelde sin causa, de Nicholas Ray).

sábado, 26 de junio de 2010

Le daba gusto y miedo


Uno no se cansa de leer este entrañable poema de José Agustín Goytisolo:

CONCHITA ERA SU NOMBRE

Le cuidaba y temía acercarse a los hombres
que le decían cosas porque era muy bonita.
Y le hablaba de Asturias: aún recuerda
su acento. Y lo que más él deseaba
era oírle decir: a la camina.
Y le ayudaba a desvestirse al punto.
Luego abría su blusa. Los durísimos
botones de sus pechos en los labios:
una mano servía a cambiarlos
y la otra se hundía entre la falda.
Cada noche seguían con el juego.
Neno: no digas nada. Le daba gusto y miedo.
Él tenía seis años y ella tal vez catorce.

martes, 22 de junio de 2010

Renovar la educación, transformar la realidad


En su Panfleto desde el planeta de los simios, el malogrado Vázquez Montalbán se muestra convencido de que el marxismo “sigue sobreviviendo como un sistema de análisis, como un método de comprensión de la historia, no en balde es el mejor diagnóstico que hasta ahora se ha hecho del capitalismo”. Pese a que ya ha pasado más de una década desde la publicación del citado ensayo, probablemente siga vigente la idea del periodista y escritor: nuestra época histórica se caracteriza (como todas las anteriores) por un modo de producción específico que se corresponde con el sistema de poder establecido y, por ende, con una clase dirigente en constante conflicto con una clase oprimida. Una clase (media, en muchos casos) que goza de no pocos derechos sociales, pero que, sin embargo, es frecuentemente tratada como un mero objeto, cuando no devorada por el monstruo de la alienación o de la depresión…

El marxismo –como es sabido– interpreta la realidad para transformarla. Para conseguir tal fin, es necesario que el individuo adquiera una cultura sólida, una base teórica, que le ayude a comprender la historia –como dice el propio Vázquez Montalbán–, a construir su propio análisis de la sociedad cambiante. Sin embargo, históricamente (y aquí reside el punto débil), muchos de los intérpretes del marxismo, en su afán por imponer un único dogma, se han mostrado reacios a fomentar los debates colectivos (la confrontación de ideas y de argumentos). Lo cual resulta paradójico en una filosofía que apuesta por interpretar la realidad. Pues sólo a través de la oposición de juicios puede un individuo analizar los posibles puntos débiles de una escuela, tratando de corregir o de renovar la correspondiente ideología.

En Latinoamérica, hoy la (necesaria) renovación del marxismo se traduce en los movimientos sociales, surgidos durante la pasada década (periodo ultraliberal), a raíz del enorme descontento popular frente al aumento de las desigualdades. Estos nuevos grupos de protesta (que apuestan por la defensa de los recursos naturales y del medio ambiente, cuestionando las políticas de privatización) dieron lugar a un notable cambio en las formas colectivas de organización y de acción. Ahí está el caso, en Brasil, del Movimiento de los trabajadores Sin Tierra (MST), fundado hace 25 años, hoy convertido en el principal actor organizado del país.

Traemos a colación el ejemplo del MST para dar cuenta de la impresionante transformación educativa (independiente del Estado) que ha llevado a cabo tal movimiento: “(…) dos mil escuelas en las que cincuenta mil personas fueron alfabetizadas y cerca de doscientos mil jóvenes son escolarizados”, según Christophe Ventura (Le Monde Diplomatique –edición española–, julio de 2009).

Pero este aspecto no difiere del tradicional aparato educativo marxista, que, a lo largo del siglo pasado, logró erradicar el analfabetismo (con rapidez y eficacia) y democratizar la cultura en diversos puntos del planeta. Lo que distingue al MST es su afán por fomentar, a la hora de interpretar la realidad (el fin no es otro que la transformación, como en el marxismo clásico), el debate y la discusión.

Pongamos como ejemplo la Escuela Nacional Florestan Fernandes, cuya dirección política es asumida por un colectivo pedagógico perteneciente al MST. “Como parte de su pedagogía –escribe Joao Pedro Stedile, miembro de la dirección nacional del MST–, la Escuela desarrolla la necesidad permanente de que haya debate y discusión sobre todos los temas estudiados. No hay manual. Hay argumentos, teorías, experiencias, reflexiones. Y cada estudiante necesita dominar las diversas vertientes: debatir y producir su propia argumentación, su concepción personal con respecto al fenómeno analizado.” La vocación es, según Stedile, “que sea una escuela de cuadros para toda la clase trabajadora latinoamericana. Por eso siempre se priorizan los cursos que mezclan campesinos con obreros, trabajadores con estudiantes. Gente de todo Brasil, de todo origen social, del campo y de la ciudad. Obviamente, pueden pertenecer a distintos movimientos sociales, con experiencias muy diversas y con líneas políticas muy diferentes de la del MST”. Stedile deja claro que, tras el estudio correspondiente de una materia o de un tema (casi siempre relacionado con la ciencia política), los estudiantes y los profesores, en un espacio común, debatirán sus posturas. Pues “la confrontación contradictoria en un debate colectivo permitirá al estudiante elegir qué tesis es la más adecuada para la realidad”.

Hoy saludamos con ahínco la intención de crear escuelas plurales, alejadas de un único dogma, a fin de formar cuadros para que el movimiento social consolide su base política: e interprete –como alternativa al capitalismo–, de la forma más precisa posible, la realidad. Mas resulta arriesgado emitir un juicio diáfano sobre una escuela con muy pocos años de andadura (fue fundada en enero de 2005, en el municipio de Guararema, Brasil). Lo que sí debe valorarse es el hecho de que, en varios países del Norte de Latinoamérica (Venezuela, Bolivia, Ecuador, Paraguay), el pueblo (a través de todos los movimientos sociales), y no las instituciones, está cambiando el status quo.

Los movimientos sociales contribuyeron en buena medida, gracias a los intensos procesos de movilización, a que Evo Morales (presidente de Bolivia) o su homólogo en Ecuador (Rafael Correa) fuesen ratificados, en las últimas elecciones generales, con porcentajes situados por encima de los dos tercios del electorado. Del mismo modo, los citados movimientos son culpables de los avances sociales producidos recientemente en materia de educación (erradicación del analfabetismo, en Bolivia), de justicia (la nueva Constitución de Ecuador, que define la naturaleza como sujeto de derecho) o de salud (gratuidad de la atención médica en los hospitales públicos de Paraguay).

De una u otra naturaleza (en Paraguay, abundan los movimientos campesinos; en Bolivia las organizaciones indígenas se entreveran con algunos sectores medios urbanos radicalizados; en Ecuador, son visibles las organizaciones indígenas…), la creciente importancia de los movimientos sociales contrasta con la debilidad de las tradicionales formaciones políticas. Y es que, según el sociólogo Josep Pont Vidal, “La democracia de masas deja al individuo en un rol y situación totalmente impotente, teniendo solamente dos opciones para su integración política: identificarse con un sistema de dominación totalitario o asumir el valor de participar en la sociedad —civil society—, dividida a su vez en diferentes grupos de interés. (…) Las modernas democracias no son suficientes para la integración política en la sociedad de los medios tradicionales para resolver las nuevas exigencias y problemas planteados. La combinación ideal sería la superación del pluralismo tradicional del sistema liberal para desembocar en una red en concurrencia de diferentes grupos de interés. (…) Las asociaciones tendrían una función catalizadora”.

La función catalizadora de los movimientos sociales (y la consiguiente pérdida de credibilidad de las tradicionales formaciones políticas) en el Norte de Latinoamérica es un hecho probado. El tiempo dirá si se radicaliza (algunos sectores medios urbanos de Ecuador ya han tomado ese camino) o no este actor decisivo que apuesta por fomentar la pluralidad educativa para transformar la realidad. De entrada, el entorno no ayuda: el MST es, en Brasil (donde mantiene una relación absolutamente conflictiva con el presidente Lula da Silva, quien no parece dispuesto a escuchar ciertas reivindicaciones rurales, económicas, ecológicas…), objeto de una fuerte campaña de criminalización.

Por HÉCTOR ACEBO (La Huella Digital, 22/6/2010)

viernes, 18 de junio de 2010

El problema fue el 16

Disfruten este maravilloso relato de Rivas:

El misterio de Uz

Por MANUEL RIVAS (El País, suplemento Mundial Sudáfrica, 9/6/2010)


No era un equipo temible, pero había algo en ellos que metía miedo. Me refiero a los de Uz. Sporting Electra de Uz, para ser exactos. Era uno de los clubes históricos de la Liga de la Costa. Y por lo que oí, el nombre tenía su origen en una de las primeras centrales hidroeléctricas. La compañía había desaparecido, engullida después de la guerra por otra más poderosa, pero el nombre de Electra sobrevivió a lomos de aquel equipo hosco, que parecían arrastrar el balón como una penitencia, con sus piernas leñosas, empujando los propios cuerpos como carretillas.

Eran duros, pero no criminales. El castigo iba con ellos más que con el contrario y contagiaban su juego pesaroso. Todo era así en Uz. La afición consistía en una comitiva deshilachada, unida sólo por un engranaje de silencio rumiante, hidráulico, que sólo se manifestaba en los momentos álgidos como un resentimiento de la naturaleza. De vez en cuando, sobresalían algunos lobos solitarios que merodeaban con la mirada oblicua al árbitro.

Todos los partidos que me tocó jugar en Uz eran invernales. Incluso cuando florecían en organdí los saúcos, laureles y mirtos que ceñían aquel camposanto con unas letras escritas en alquitrán que rezaban Stadium. Incluso en esas fechas de primavera, antes de San Juan, sobre la cancha de Uz había un toldo de nubes con voluntad pétrea.

El de hoy era un match de juveniles. Excuso decir que los jóvenes de Uz aparentaban un conjunto de recios veteranos de una segunda posguerra. Su objetivo era transparente. Jugaban a no perder. Casi nunca perdían. Nunca ganaban. Y hoy nosotros queríamos machacarlos, hundirlos de una puta vez en la miseria. Así como lo digo. Y la cosa marchaba. Entramos con dos a cero en la segunda parte. Habían sido dos tantos laboriosos, conseguidos después de salvar la ciénaga donde se atrincheraba la defensa anfibia del Uz.

El problema fue el 16.

Hicieron un cambio y salió un bailarín pelirrojo, lampiño y con pecas. Con ese número, el 16. Digo bailarín porque contrastaba con el bloque del Electra, la geometría corporal en pentágono del resto de los jugadores. Y bailarín también por la forma de jugar. Se movía con el balón como el vagabundo de Chaplin, veloz, juncal, zigzagueante. Nos desarboló abriendo rutas intransitables. Había metido un tanto nada más entrar, y ahora enfilaba de nuevo nuestra meta con desparpajo, capeando el temporal con la camiseta volandera. Lo agarré. La prenda se rompió en jirones. Tenía una piel blanquísima, de un blanco hipnótico. Y el rojo del cabello se incendiaba más a medida que se alejaba, driblaba a nuestro guardameta, y nos humillaba entrando con el balón en la portería.

Se fue al vestuario, con la camiseta desgarrada, sin esperar al pitido final. Antes de subir al autocar, busqué al 16 en todo el entorno del campo. Al fin lo distinguí. Iba solitario, con una mochila a la espalda, caminando por la orilla de la carretera y de un mar de centeno.

Un parroquiano de Uz, con voz de aguardiente, me dijo al pasar: “Te gusta la chica, ¿eh? ¡Quién la pudiera pillar!”.

viernes, 11 de junio de 2010

Alba saliendo del sueño


¡Ésta es Alba saliendo del sueño,
tableteando gemidos
y sintaxis descoyuntadas,
presagiando –como los mejores
escritores de diarios–
un lento trajín humano…!

¡Ésta es Alba saliendo del sueño!
En tal extático instante,
es posible intuir por qué
los más firmes detractores
de la realidad aman
la vida: el asomo
de unas braguitas
blancas, insinuantes…

Por HÉCTOR ACEBO (La Huella Digital, 11/6/2010)

sábado, 5 de junio de 2010

Bergman, por una mirada

El cine moderno existe desde el mismo momento en que comienza a subyacer una tensión (dramática, se entiende) entre el cineasta y su artefacto, entre el intérprete y el público. El creador se da cuenta de que la historia o el guión no llegan a decirlo todo: e investiga no tanto los límites como las correspondencias entre la creación y la crítica.

Solemos afirmar, para evitar explicaciones dilatadas, que con François Truffaut (Los cuatrocientos golpes, 1959) y Jean-Luc Godard (Al final de la escapada, 1960) nace el cine moderno, en tanto y en cuanto estos creadores-críticos rompen el canon clásico del espectador, quien juzgaba hasta entonces un filme por la perfección narrativa. Sin embargo, es Ingmar Bergman (adorado por aquellos críticos de Cahiers du Cinéma) quien desafía por vez primera las reglas establecidas.

Antes de Un verano con Mónica (Bergman, 1952), existía la épica (John Ford), el suspense (Hitchock), la comedia (Chaplin), el surrealismo (Buñuel), el terror (Tourneur) e, incluso, la banda sonora que refuerza el dramatismo de las imágenes (Orson Welles)… Pero ningún cineasta se había atrevido a mirar de frente, sin complejos ni ambages (y, lo que es más importante, sin salir de la ficción), al espectador. La cámara, ahora, ya no sólo registra: cuestiona, canta y cuenta al mismo tiempo. Importa, en fin, tanto la expresión como el contenido.

En Un verano con Mónica, el personaje principal, interpretado por Harriet Andersson, está a punto de volver a acostarse con un chico al que ha abandonado. La bella muchacha, avergonzada de sí misma, desplaza su mirada al objetivo, como si estuviese interrogándonos en silencio, demostrándonos que ella no es la única culpable… Una mirada que Bergman sostiene –en un tristísimo primer plano– durante medio minuto. En esos instantes, se resume el paso de la fervorosa adolescencia a la cruda edad adulta: nuestra Mónica –que, durante todo un verano, amó tanto, sin ningún tipo protección– cuestiona, por vez primera en su vida, el amor. Parece estar pagando las consecuencias de la llegada del invierno, de la pertenencia a una clase social baja, de la ausencia de cariño familiar…

Podría decirse que, hasta entonces, los actores –constreñidos en sus papeles– interpretaban más bien a figuras de vidrio. Ahora los espectadores somos, por vez primera, testigos de los pensamientos de un personaje. Entramos en la historia (el intérprete, al convertirse en un humano más, nos moja con sus lágrimas, nos quema con un parpadeo…). Conversamos. Juzgamos.

Con Bergman nacen todos esos intermedios (anotaciones, reflexiones, Juegos de verano, asociaciones, exorcizaciones…) que hoy practicamos, involuntariamente, en una sala de cine o en el salón de nuestra casa. El director sueco era un especialista en retratar el momento, el estado de ánimo, el pasaje, el gesto, la circunstancia… Todos sus filmes se resuelven en detalles. Así, en Un verano con Mónica, el genio sueco rompe la narración para celebrar la soledad de una isla, un pecho agresivo, unos muslos desnudos, un rostro adolescente…

Sólo Bergman ha llegado tan lejos por una mirada. Una mirada que detiene el mundo. Que –tomando como testigo al público– lo cuestiona, lo desviste, lo salva de su zafiedad…



Por HÉCTOR ACEBO (La Huella Digital, 5/6/2010)