Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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martes, 29 de marzo de 2011

Más sobre los actores

En un estupendo artículo (El País, edición madrileña, 25/03/2011) dedicado al actor José Luis Gómez, escribe Molina Foix:
"Gran Bretaña, que tantísimas clases no-académicas tiene que darnos en materia teatral, distingue con frecuencia a sus grandes actores, les ennoblece, les aplaude en ocasiones solo con que aparezcan sobre las tablas, apaga en señal de duelo las luces de la capital cuando alguno eminente muere, como hizo con Laurence Olivier."

No le falta a razón a Molina Foix: en España apenas reconocemos a nuestros grandes intérpretes. Qué vergüenza.

sábado, 26 de marzo de 2011

Marta, desvestida y trinadora


Se llamaba Marta, y en los albores de este siglo, cuando éramos dos adolescentes soñadores, fue muy nombrada en la luguesa Tierra de Miranda, donde pasaba los veranos. A pesar de su altura –debía de rondar los 1,70 metros–, los rasgos de esta muchacha viguesa eran tan aniñados que daban ganas de llevarla en brazos. Entre otras cosas, Marta destacaba por la claridad de sus ojos –a veces tan absortos– y por su cabello dorado, largo e irredento, casi de cuento nórdico: tanto era así, que uno se entretenía en deshacerle las trenzas sólo por el gusto de volver a hacérselas.

Nuestras relaciones, más que de juegos amorosos o galanteos, tenían el carácter de huidas del quehacer cotidiano, de excursiones al bosque, de baños en los solitarios arroyos… El silencio de la siesta nos evitaba dar explicaciones en nuestras respectivas casas, y no perdíamos un segundo en lanzarnos a la aventura. Todas nuestras aspiraciones pasaban por poner nombres mitológicos a las cosas, por trasmutar los iconos cotidianos en efigies totémicas y por inmortalizar, en fin, los más fulgorosos instantes. Miranda –la tierra que va del Miño al Eo, tan pródiga en bosques misteriosos y montañas suaves– era el espacio idóneo para dotar de credibilidad a nuestras innumerables fantasías.

A un roble centenario que nos servía de cobijo en las cálidas tardes agosteñas, le decíamos El Sereno, porque nos maravillaba la capacidad que tenía ese árbol para resistir, incólume, las inclemencias del tiempo y del hombre. Abrazar el grueso tronco de aquel roble sólo era comparable a contemplar la desnudez de Marta en los cristalinos arroyos de Miranda. ¡Teníais que haber visto las venas de sus senos: se transparentaban tanto que parecían talmente íes griegas dibujadas con tinta azul! ¡Y qué decir de aquellos lunares, los cuales estaban dispuestos estratégicamente por todo el nacarado cuerpo, a fin de delimitar las fronteras y los abismos! Allí, en el claro herboso del bosque, bajo los susurrantes pinos, yo no podía hacer otra cosa que ponerme a recibir aquel perfume en forma de caricia, y me ponía a recibirlo como un pequeño gato se frota en las piernas de su amo, confiando en que la dulce mano de éste va a repasarle la cabeza o el lomo.


–No sé si yo podría vivir durante todo el año en un pueblo tan apartado como San Tirso o como Miranda… Me extraña que, atravesando a diario semejante pantano de machismo, no se haya resentido aún tu sensibilidad femenina… –me decía Marta a media voz.

Me gustaría creer que Marta y yo nos amamos de una forma tan pura que en ningún momento echamos en falta el conato sexual. Pero supongo que mi cortedad de ánimo pudo más que el deseo, el cual tampoco –hay que decirlo– hizo entonces mucho acto de presencia (en mi caso, todo se redujo a un par de sesiones nocturnas de frenético placer solitario). En cualquier caso, Marta y yo formábamos una pareja envidiada. Sus bikinis, tan coloridos y minúsculos, eran copiados por la práctica totalidad de las muchachas de Miranda. Y mis amigos de entonces no hacían otra cosa que repetir, en forma de letanía, las palabras que yo empleaba al hablar de mi Marta querida:

–Nívea, coruscante, sensitiva, sinuosa, grácil, desvestida, elástica, trinadora…

Sí, digo bien: trinadora: Marta tenía el canto fácil y continuo, y yo era feliz componiéndole piezas sentimentales: no conocía otra forma mejor de inmovilizar los instantes más esplendentes. ¡Cómo me gustaba que la chica tomase el relevo de mi voz (dúctil, pero con muchos menos matices que la suya) en los estribillos! Marta abría el cielo de la garganta, y brotaba cielo líquido. Naturalmente, al cantar, la bella muchacha siempre lograba mejorar lo que uno escribía.

No, no exagero al afirmar que yo podía medir la calidad de un texto escuchando a Marta. Así, su fraseo era mucho más claro y dulce si respiraban, bajo los versos, los silencios y los misterios. Por el contrario, ella masticaba las palabras cuando era menos confidente en la canción, cuando no conseguía convertir a las palabras en pluralidad de sentidos y significados, en cópulas de sonidos… ¡Con qué fervor y compromiso cantaba Marta todas aquellas letras que hablaban de unos muslos –los suyos– portadores de la fragancia de la lluvia! ¡Ojalá volvieran tiempos idos!


Claro que todo este imaginar se me volvió, en un repente, desasosiego y acedía. Uno notaba que Marta –la dulce Marta– sacaba temas de esos que lo mismo pueden prolongarse que interrumpirse. Ella decía: “Bueno, habría que hablar con más calma sobre ese cantante…”, y dilataba los silencios. Yo dejaba traslucir algo como una costumbre de los pasados veranos, una costumbre musical y aventurera de la que ella tenía que seguir formando parte. Pero Marta no seguía el curso de mis preocupaciones estéticas, no me traía el regocijo de un beso…

Paulatinamente, pese a que ella atendía –a media voz– todas mis llamadas, fuimos aparcando las citas. Y así llegó el ocaso del verano. ¡Aceda era para mí la fantástica Tierra de Miranda! ¡Acedos la música, las gentes, los días y las noches! Airado, viendo cómo Marta se subía en la moto de unos y de otros, grité desde el romano puente del Pasatiempo (“a ponte do Pasatempo”, como decimos en gallego):

–¡Todas las delicadezas y atractivos que envasa el cuerpo de una muchacha, sólo sirven para contrarrestar el sexto mandamiento!

Con el paso de los años, aquel vengativo grito de mi adolescencia acaso haya devenido en este gruñido melancólico, en este resentimiento contra los valores del triunfo…

H. ACEBO (La Huella Digital, 26/03/2011)

jueves, 24 de marzo de 2011

Sobre la publicación de "Camas de hierba", mi poemario

Dice mi editor que Camas de hierba (mi poemario) saldrá, finalmente, en abril. Parece ser que ya está lista la portada. Confiemos en que no haya más retrasos. Aparte de la evidente emoción que supone la publicación de la ópera prima, ya tiene uno ganas de dejar cerrada esta etapa artística y vital tan fructífera.

***

Hoy, escribiendo un melancólico relato sobre una tal Marta, me he vuelto a acordar de la homónima canción de Tom Waits. A la espera de que se publique mi texto, os dejo con "Martha", la canción de Waits. La versión es de Tim Buckley:

miércoles, 23 de marzo de 2011

Un artículo de Javier Valenzuela sobre la intervención militar en Libia

En El País de ayer, el periodista Javier Valenzuela publicaba este acertado análisis acerca de la intervención militar en Libia:

¿Irak 2003? ¿Por qué no España 1936?
Por JAVIER VALENZUELA (El País, 22/03/2011)


En las aguas de este río no nos habíamos bañado. La intervención militar en Libia no es, ni en el fondo ni en la forma, comparable a la invasión de Irak en 2003. Resulta penoso escuchar a progresistas de buena fe efectuar tal equiparación. Si son españoles, cabría incluso sugerirles que, aunque Heráclito tenía razón y uno nunca se baña dos veces en las mismas aguas, si de lo que se trata es de buscar antecedentes para ilustrar el debate, pensaran más bien en la España de 1936. Entonces, la política de no intervención adoptada por Francia y Reino Unido supuso que nuestras fuerzas democráticas combatieran en manifiesta situación de desigualdad militar con los franquistas y, en consecuencia, terminaran siendo vencidas.

Los españoles de izquierda que se oponen a la participación de nuestro país en la operación libia debieran haber encontrado una pista clarísima para forjar su criterio en el hecho de que el propio Gadafi se haya comparado con Franco.

Pero volvamos a Irak. De la forma ya se ha hablado: la invasión de 2003 no fue aprobada por el Consejo de Seguridad; en cambio, la operación libia sí lo ha sido. Más importante, sin embargo, es el fondo. Se intentó justificar lo de Irak con pretextos quiméricos -las inexistentes armas de destrucción masiva-, mientras que lo de Libia se basa en razones evidentes para cualquiera que vea los telediarios -los valientes que se alzaron contra Gadafi estaban siendo aplastados a sangre y fuego-. En 2003 Bush intentaba reafirmar el poderío del imperio estadounidense tras el 11-S; ahora se trata de impedir que un tirano aborte el movimiento democrático en su país y, por extensión, en el mundo árabe. La pasividad frente a Gadafi suponía lanzar este mensaje a los autócratas árabes: el fallo de Ben Ali y Mubarak fue no desencadenar una matanza.

Por lo demás, lo de Irak, una invasión descarada, solo podía ser contraproducente, solo podía terminar dando argumentos y reclutas a los yihadistas. Y, amén de sumir a ese país en un caos infernal, es lo que consiguió. Lo de Libia no es fácil, sin duda, pero, bien llevado, podría certificar el compromiso de los demócratas de todo el mundo con los pueblos árabes que se alzan por la libertad.

Hoy se escuchará en el Congreso de los Diputados algún comentario reprochándole a Zapatero el que, tras oponerse a la invasión de Irak, se sume a la operación en Libia. Pues bien, no hay contradicción entre una y otra actitud, sino, al contrario, continuidad. Los mismos principios y valores que sirvieron para oponerse a lo de Irak sirven hoy para apoyar lo de Libia: legalidad, justicia y necesidad. Puede que la confusión proceda del eslogan de 2003: "No a la guerra". Nunca me gustó: muchos estábamos contra aquella guerra, pero sabiendo que hay algunas que deben ser libradas. Por ejemplo, la guerra contra el golpe de Estado franquista o la guerra contra Hitler. Es más, en los noventa, deberíamos haber librado algunas y no lo hicimos: para detener antes el sufrimiento de Sarajevo y para impedir las matanzas en Ruanda. El pacifismo a ultranza no es progresista. Sin unas cuantas revoluciones y/o guerras justas la humanidad seguiría en los tiempos de Espartaco.

viernes, 18 de marzo de 2011

Tusk!



Maravillosa versión del clásico "Tusk" ("Colmillo") la que bordan, en directo, los Fleetwood Mac junto a la Banda Marcial de la Universidad del sur de California. Merece la pena ver este vídeo. ¡Qué despliegue de medios, qué fuerza, qué atrevimiento, qué sentido del ritmo, qué emoción...!

lunes, 14 de marzo de 2011

Neil Young



En medio del desastre social y sentimental, aparece Neil Young con su aguda voz (siempre a punto de romperse) y su guitarra delirante.

viernes, 11 de marzo de 2011

Un apunte sobre las revueltas populares en el mundo árabe


Como sostenía León Trotsky, una revolución sólo adquiere su verdadero sentido cuando contribuye a la emancipación de la mujer y a la protección de la madre. Hoy muchas féminas participan en las movilizaciones democráticas de los países árabes, pero, ¿llegarán a estar presentes en la nueva configuración del poder?

“Sólo se puede modificar la situación de la mujer desde sus raíces si se alteran todas las condiciones sociales, familiares y domésticas. La profundidad de la cuestión se pone de manifiesto en el hecho de que la mujer es en esencia un punto vivo donde se cruzan las fibras decisivas del trabajo económico y cultural”, escribió, bien madrugador, el propio Trotsky.

jueves, 3 de marzo de 2011

Adiós a una musa


Se ha ido Suze Rotolo, la exnovia y musa de un joven Dylan. Activista, culta y bella, la piel dorada, esta Suze compartió con el cantautor la entrañable portada del álbum "Freewheelin' Bob Dylan" (en la imagen). Pese a que no compuso ninguna canción, Suze merece toda mi admiración por haber inspirado a su novio de entonces, que escribió para ella maravillosos temas como "Don't think twice" o "Boots of spanish leather".



Una curiosidad: la fantástica versión de "Boots of spanish leather" que dejo aquí, está interpretada por Joan Baez, por quien Dylan dejaría a la bella Suze.

"Boots of spanish leather" fue escrita, al igual que "Don't think twice", cuando Suze se marchó, durante unos meses, a Italia. De ahí el tono agridulce de ambas composiciones.

Que el Señor (o quien sea) tenga el alma de la musa. Y su deslumbrante piel, tan dorada.