Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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lunes, 5 de enero de 2009

La belleza extraña

Por HÉCTOR ACEBO (La Huella Digital, 05/01/09)

Parece que últimamente nos preocupa mucho la belleza. Y me parece estupendo. Precisamente me preguntaba hace unos días un amigo madrileño si Kseniya Sukhinova (más conocida como la Miss Mundo 2008 a secas) me parece bella. Tomando como punto de partida el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, esta chica probablemente encarnaría las propiedades de la belleza: 1) La integridad o perfección –integritas sive perfectio–; 2) la armonía o debida proporción –debita proportio sive consonantia–; y 3) la luminosidad, claridad –claritas– o brillantez. Sin embargo, yo estoy más cerca, sin por ello soslayar las propiedades anteriores, de la concepción del eternamente moderno Baudelaire: “La irregularidad, es decir, lo inesperado, la sorpresa o el estupor son elementos esenciales de la belleza”. Hablo, por tanto, de ese territorio platónico que conecta obligatoriamente el cuerpo con la mente: unos ojos asombradísimos, las mejillas ardiendo, la voz quebrada, las piernas (finas y largas, como la noche, si no es mucho pedir) barnizadas por el sudor: y, de fondo, un single de la Creedence Clearwater Revival (por cierto, ya está en las tiendas 40th anniversary edition, una caja de lujo de la banda con canciones remasterizadas y alguna rareza): ¡esas pequeñas cosas sí que me excitan!

Me parece estupendo –decía– que no decaiga el interés por la belleza en una sociedad cuyo único fin parece ser el lucro. El problema –lo diré por enésima vez– es que estamos estereotipando más que nunca los gustos, como si el estilo (que es, no lo olvidemos, el carácter propio de cada sujeto) fuese una ciencia. La belleza debe ser ondulatoria, impredecible, inédita, subjetiva y, en suma, rara. Como quería Baudelaire. Sin embargo, a las guapas de escaparate (así llamo yo a muchas celebritys que hacen juego con las alfombras de los saraos y a no pocas nenas que sólo son conocidas en el pub de la esquina) les cuesta suspirar (y hacerme suspirar: ¿qué sería de ellas sin sus magníficos atributos?). Están petrificadas. Y no me digan –como mi amigo, que conoce algunas de mis pasiones más íntimas– que esa inexpresividad también se plasma, “sin ir más lejos”, en el arte vanguardista: cada vez que reviso un desnudo de Schiele, descubro matices (y estremecimientos) hasta entonces ocultos. Fíjense en La doncella (el cuadro que reproducimos aquí, 1913): las líneas (angulares, nerviosas) a lápiz del expresionista austriaco son, más que la representación, un sueño sobre esa delicadísima chica con la mirada recogida: ¿estará vistiéndose o desnudándose? Maravillas…

Dando por hecho que la percepción de la belleza (en sus dos planos, cuerpo y mente, especialmente cuando se funden) es el método ideal para llegar al conocimiento, me gustaría, en fin, que hubiese un poco de arte en las pasarelas. De la misma forma que es necesaria la vida en un cuadro. Para que así podamos seguir exclamando con Quevedo: “(…) solamente / lo fugitivo permanece y dura!”. Díganme ustedes si pido, en este año nuevo, cosas tan, tan, tan, tan extrañas…

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Es cierto que la belleza es muy personal, para mí, sinceramente, si me hiciera alguien la pregunta que te hizo tu amigo, le diría que alguien que tenga tan poca clase para presentarse a un concurso de belleza (llámese miss españa, mundo o universo,...) no tiene el derecho de ganar el galardón de chica más guapa de españa, del mundo o del universo,... Un saludo.

Anónimo dijo...

Que grande eres, curioso, pero grande.

bella dijo...

Bueno estoy segura de que si la Miss Mundo 2008, se te acercara por la noche en una discoteca no dirías ni la mitad de las cosas que pones aqui…

Héctor Acebo dijo...

Las discotecas (cada vez detesto más esos locales agobiantes) no son el lugar adecuado para descubrir a una chica (sea guapa de escaparate, intelectual, sinuosa, azul o abstraída). Mejor en las callejas, en la montaña o en el arroyo: las chicas han de tener el encanto suficiente para aparecer.
Digo, es un decir.