Viva la doble moral
Por JUAN JOSÉ MILLÁS (La Nueva España, 18/11/08)
Frente a las presiones morales para que dejen de poner anuncios de putas en sus páginas, algunos periódicos han esgrimido que no podrían sobrevivir sin esos reclamos, que son muy rentables. De hecho, en España, y hasta nueva orden, sólo dos diarios han renunciado a la pasta que proporciona el comercio del sexo. Curiosamente, ninguno de ellos es religioso o de derechas. El reconocimiento de que liquidar las zonas dedicadas a la prostitución implicaría clausurar el periódico es como decir que no se puede vivir sin ser un poco puta. Ya están los editoriales de delante para condenar lo que practicamos en los anuncios de detrás. En esta curiosa y modesta contradicción se metaforiza nuestra vida entera. Quien todavía tenga dudas sobre la existencia del inconsciente, que tome uno de estos diarios que satanizan a las putas en una sección y cobran de ellas en otra. La pregunta sería cuál de las dos secciones es la consciente.
Los periódicos religiosos y de derechas, que no hacen ascos a los ingresos de la prostitución, suelen criticar a Freud (cuando lo sacan, que lo sacan poco, porque no produce tantos beneficios como las chicas de vida alegre, con perdón) por atribuir al sexo una importancia desmesurada en la vida de los hombres. Ahí tienen la importancia del sexo: ustedes no podrían sobrevivir sin los beneficios que su tráfico produce. Ustedes no podrían condenar la prostitución si la prostitución no les facilitara el dinero necesario para hacerlo. Visto así, las putas son enormemente generosas. ¿Quién está dispuesto a financiar a un medio que un día sí y otro también lo pone a parir? Pues nadie, excepto estas pobres chicas, para qué nos vamos a engañar.
De modo que muchos periódicos biempensantes no podrían sobrevivir sin los anuncios de la prostitución... Excelente enseñanza que evoca el arriba y abajo del llamado «monstruo de Astetten». En el salón (o editorial) somos personas decentes, rígidas, poco dadas a perdonar las debilidades ajenas. Pero en el sótano (o en las páginas de anuncios por palabras) nos entregamos a una orgía sin límites. Lo mismo anunciamos viudas calientes que chinas jóvenes recién importadas. Viva la doble moral.
Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo
Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
-Correo: acebobello@gmail.com
-Instagram: @hectoracebo
martes, 18 de noviembre de 2008
Falsedad
Abro la última página del diario en el que colaboro, La Nueva España, y hallo una columna de Millás que ilustra (o metaforiza, como él dice) la eterna falsedad de tantos medios de izquierdas, de centro y de derechas (y de todo lo que se os ocurra, ya que están tan de moda los estigmas). Está bien eso de criticar algo de lo que vives, ¿verdad? Benditas sean todas las putas del Cielo y del Infierno por aguantar la doble moral de esos personajes de tebeo. Bueno, mejor voy a lo que voy, y no me enredo:
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3 comentarios:
Y tiene más razón que un santo, aunque siempre es interesante separar el importe económico de los medios de comunicación de su carga editorial. De todos modos, e igual que ocurre con la entrevista a Julián Muñoz (reivindicas contradicciones vitales últimamente y eso me apasiona),siempre es bueno agitar un poco la a veces excesivamente laxa superficie de algunos moralistas.
un saludo, compañero
Hola, vengo redireccionado por Manuel... bueno, respecto a esto, ya lo expresó mejor nadie Groucho Marx, ¿no?... "... estos son mis principios... si no le gustan, tengo otros...".
Groucho Marx siempre tan acertado. En cuanto a lo que me cuentas, Manuel, tienes razón en lo de que, a veces, la línea editorial no va (o no debería) ir pareja al componente económico. Pero esa contradicción estalla, y yo me planteo la pregunta de Millás: ¿Cuál será, realmente, la parte seria (o creíble) del periódico: el editorial de las primeras páginas o los anuncios del final? Me apiado de las putas. Por tener que aguantar tantas caras distintas dentro de una misma persona. Las contradicciones vitales, compañero Mañero (¿alguien diría que soy poeta?), ese es el asunto. Y cada vez es más difícil creer a las personas. O a una parte de ellas.
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