Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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viernes, 6 de marzo de 2009

Villena, un suicida que ama la vida


“¡Tú eres más joven que cualquier universitario de mi pandilla!”. Se lo dije a mi amigo el poeta Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951) en una ocasión nocturna. Recuerdo que él, después de haber bebido un trago, se río y me dijo: “Bueno, querido, yo ya tengo una edad…”. Sin embargo, en los asuntos literarios, para mí un joven es alguien que no deja de cuestionarse todo lo que le rodea, incluso sus propias ideas o convicciones. Eso es precisamente en lo que ahonda más que nunca Villena: háganse con La prosa del mundo (Visor), cuya segunda edición (que incluye no pocos poemas inéditos) acaba de publicarse.

Estamos ante un libro hondo, sabio, ameno, coral, compuesto por poemas en prosa que dan voz a personajes de todas las raleas y tendencias: parados, adolescentes, archiviejos (el “Cementerio de elefantes”, que reivindica la eutanasia como un derecho de todo ser humano, es bellísimo), padres de familia, indigentes, homosexuales… A mí me emociona, sobre todo, el Villena acaso más realista (evidentemente, a lo largo del poemario hay mucha ficción, como suele ser habitual en todas sus obras): ese humanista que, vencido por las circunstancias históricas (“Familia”, “Pilar”…), recupera la memoria como un refugio honorable y justo: la mejor manera de oponerse a esos gobernantes que propagan el olvido. ¿Olvidar qué? ¿Que venimos del fascismo? ¿Para volver a cometer errores tan vergonzosos? ¿Para absolver a los culpables? ¡Ni en broma, señores! Estos sentidos versos de La prosa del mundo están dedicados a la figura materna:

(…) No has conocido otra derrota que el tiempo, tan común. Yo dudo (y siempre dudé) de cualquier victoria. No valgo. Soy menesteroso, donde tú abundante. Soy noche, donde tú alba. Gato donde águila tú. Mis palacios son ocaso, los tuyos eran fulgor de cabalgadas en coraje. No llegaré a tu orilla. Desvalido, no sé ayudarte. Roca mía, ola gigante, raíz de alegría. No te alarme saber que sólo poseo cuando me es ofrecido. Amo el fulgor. Y me da miedo alcanzarlo. Miedo es mi voz. Vuelo la tuya. No aguantaré tanto. Saber caer quizá valga (de otro modo) tu temple, tu amor, tu valentía. Saber caer: ya sé, no lo has oído.


“Poeta cursi”, “proyecto de dandy”, “obsceno”, “demasiado clasicista”… Vapuleado por aquellos que se enfrentan a un poema con las gafas de una tesis doctoral o de un bestseller (de poco sirve la cultura si no va unida al sentimiento), Villena es una de las pocas voces de su generación (la de los Novísimos) que ha sabido reinventarse en cada libro, buscando nuevas formas, recursos y matices en su empeño por imbricar (alejado siempre de lo políticamente correcto, como buen creador) el lenguaje de la calle (no hay más que pensar en ese hito de la poesía neosocial que fue Marginados, 1993) con el propiamente poético: dos roturas lingüísticas que renuevan los significados para acabar dibujando un cuerpo (quizá adolescente, rubio trigueño, desnudo…):

Sería tan hermoso tu irrumpir en mi vida…
Una mezcla muy dulce de fuerza y de ternura.
Esas palabras bruscas que dices a menudo
(muermo, lefa, de bute, toña)
para hablarme luego de mí, pausadamente,
o contarme tus lances de estudio y deporte…


Estos versos tan representativos y embriagadores están extraídos de Huir del Invierno (Premio de la Crítica 1981). Villena leyó precisamente otro poema precioso (“El verano”) de ese libro en el recital que ofreció el pasado 24 de febrero en la Residencia de Estudiantes. El poeta (presentado por su colega Luis Muñoz, quien se refirió también a la unidad que engarza toda la obra de Villena, a pesar del cultivo de tantos registros diversos) estuvo, como siempre, ágil y armonioso. Al principio de cada poema (recitó catorce en total, entre ellos tres de La prosa del mundo) hizo una breve introducción para que el público se colase en su particular universo. Villena dijo, a propósito, que leer su poesía siempre le produce “mucha vergüenza”, porque eso significa, en cierta manera, “hacer un striptease”: he aquí otra razón por la que el poeta (circundados de anillos sus dedos, como esas damas extrañas que tanto aprecia) acostumbra a alargar los comentarios. Ni rastro, en cualquier caso, de pedantería. “No es que yo sepa mucho: es que usted no sabe nada”, cuenta, entre las risas de los presentes (muy atentos todos; el aforo estaba prácticamente lleno), que le espetó a más de un iluminado.

Vivir sin hacer nada

Villena me dijo en otra suerte de cita nocturna que él iba para profesor; sin embargo, al terminar la carrera (Filología Románica), se topó con un porvenir literario (no casualmente: su primer libro, Sublime solarium, lo publicó con 19 añitos) y periodístico jugosísimo al que dedicó todo su tiempo. Indirectamente, al término del recital en la Residencia de Estudiantes reflexionó acerca del tema: “Cuando yo era un universitario, muchos de mis compañeros se dedicaban únicamente a memorizar apuntes: ¡y sacaban, así, matrículas de honor! Hablo de una época (los 70) que ya considerábamos mala, pero desde entonces todo el mundo dice que el ambiente universitario es muchísimo peor... Claro, muchos de esos alumnos horribles habrán sido catedráticos, y serán catedráticos espantosos, porque no tenían ningún conocimiento de su tema: sólo memoria. La Universidad, en fin, es un lugar para gente interesada en el saber, no en la titulitis”. (Tomen nota algunos de mis aburridísimos docentes). ¡Qué estupendo profesor hemos perdido! Pero, ¡qué placer se desprende de la lectura de tantos himnos deliciosos, excitantes, veraniegos, impuros… (¿sigo?)! Mejor, entonces, que se haya dedicado a “vivir sin hacer nada” y a “cuidar de lo que no importa”, como apunta en “Un arte de vida”, de Hymnica (1979):

Dejar de amanecida tan fantásticos lechos,
y olerte las manos mientras buscas taxi, gozando
en la memoria, porque hablan de vellos y delicias
y escondidos lugares, y perfumes sin nombre,
dulces como los cuerpos. ¡Qué frío amanecer entonces,
qué triste es, qué bello! Las sábanas te acogerán
después, un tanto yermas, y esperarás el sueño.


Un poeta libertino y refinadísimo que no admite etiqueta alguna (como tampoco admite un sí o un no su forma de entender el mundo y de escribir: siempre hay que profundizar en los motivos y en las sensaciones que conforman la intrahistoria, pese a quien le pese), pues en él se condensan (y vamos a decirlo de una forma clara) los mejores valores de la poesía clásica y contemporánea. Ética y estética. Sensualidad y sexualidad. Cantos y cuentos. Cavafis y Gil de Biedma. “Suicidas que aman la vida tanto que no deben suicidarse”. ¿Alguien da más?

Y yo, tras haber besado a Villena, salí de la Residencia de Estudiantes oliéndome las manos…

Por HÉCTOR ACEBO (La Huella Digital, 06/03/09)

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