Se cumplen diez años de la muerte de la insigne cantante, que dignificó –en una época fascista– a la mujer como extraordinaria portadora de ondulantes sentimientos.
Su repertorio nunca figura en las selectas páginas de la Rolling Stone o la Rockdelux. Mejor así: las crónicas pasionales (que no rosas) de un pueblo ancestral se leen con la imaginación: intensamente. La vocalista Amália Rodrigues (Lisboa, 23 de julio de 1920, según la partida de nacimiento – Lisboa, 6 de octubre de 1999) atesoró, en palabras de Carlos Cano –quien escribió para ella el formidable tema “María, la portuguesa”–, “los graves más hermosos de mujer de toda la península Ibérica”. Yo aún iría más lejos: su voz fue la liberación, el triunfo –en una sociedad espeluznantemente machista– de la mujer como infatigable portadora de sentimientos.
Amália, hija de padres pobres, educada en el muelle y en la calle –donde vendía limones con su hermana–, renovó e internacionalizó un género popular como el fado (cuya estructura melódica es, en efecto, bastante simple y cerrada) introduciendo en su repertorio (apto para grandes palcos) enjundiosas letras de poetas portugueses. Cantaba como seguramente hacía el amor: sin freno, en primera persona, con una energía desaforada, haciendo temblar desde la primera nota su propia garganta. Recordaba o soñaba sus aventuras fatalistas, las interacciones en las tabernas, la pobreza de su tierra, con una saudade que inunda, todavía hoy, la alcoba de cualquier emigrante medianamente sensitivo.
Muy pocos comunicadores habrán expresado mejor que Amália esa miscelánea (soledad, nostalgia y añoranza) característica del vecino portugués: “Pueblo que lavas en el río, / que cortas con tu hacha / las tablas de mi ataúd. / Puede haber quien te defienda, / quien compre tu suelo sagrado, / pero tu vida no”. Con tal grabación (fechada en 1963) se diría que Amália predijo la perfidia de algunos de sus compatriotas izquierdistas, quienes, tras la Revolución de los claveles (1974), la relegaron al olvido acusándola de haber apoyado el derrocado gobierno fascista (ciertamente, sus primeras letras eran un tanto reaccionarias) que personificó, durante más de cuarenta años, Salazar. Amália falleció en 1999, y parece ser que fue entonces cuando se supo que había colaborado económicamente, en la clandestinidad, con el Partido Comunista Portugués. No en vano, este joven crítico se ha dado cuenta de que no pocos madrileños progresistas recuerdan en la actualidad la poderosa interpretación que hizo Amália del tema “Grândola Vila Morena”, usado como himno de la liberación de un pueblo, de esa pacífica y lírica revolución que nació en el interior del propio ejército y fue apoyada masivamente por los ciudadanos…
Es sabido que el fado experimentó un impulso impresionante con el regreso de la Corte a Portugal desde Río de Janeiro en 1821. Sin embargo, los musicólogos e historiadores siguen sin tener claro cuál es el verdadero origen de este popular género. ¿Nació en los barrios habitados por la población negra en la época de la abolición de la esclavitud? ¿O estamos ante un invento árabe que trajeron los musulmanes a raíz de la invasión de la península Ibérica en 711? ¿Y, me pregunto yo, a qué se debe la ondulante voz de Amália? ¿Estuvo enamorada de algún marinero alevoso de Cabo Verde? “Los rizos de tu cabello / son rubios y perfumados, / son redes a las que se prenden / las almas apasionadas”, canta con fruición en el conocido “Fadinho da tia Maria Benta”. Aunque yo me quedo con estos otros precisos y preciosos versos que no necesitan traducción: “Meu amor, meu amor: / meu corpo em movimento…”. ¡Ay, ay, señoras como Amália ya no hay!
Por HÉCTOR ACEBO (La Huella Digital, 13/10/09)
No hay comentarios:
Publicar un comentario