Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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domingo, 4 de abril de 2010

Curvas de músicas elevadas


Tanto la deteriorada política como la Historia, tristemente tergiversada, ocupan muchas de nuestras líneas. Y da la impresión de que nos olvidamos (¡tan sesudos!) de admirar las maravillas cotidianas. Lo cual es un error: quien conoce la naturaleza tiene una idea de la literatura (y viceversa). Digo esto porque llega el buen tiempo a Madrid, y a uno (que es de naturaleza irremediablemente melancólica y ya ha sufrido bastante durante el largo invierno) le apetece más que nunca escrutar los níveos muslos de las chicas, que en breves llegarán más desnudas que vestidas a las aulas universitarias. ¡Cuántas ganas de componer himnos que hagan justicia a semejante venustez!

Confieso, como el crítico y novelista Vicente Molina Foix en El cine de las sábanas húmedas, mi predilección por los shorts, “esas prendas tan exiguas como suficientes, que exhiben y a la vez no resaltan y son tan difíciles de llevar sin que uno o una parezca hortera”. Hoy en día estos pantaloncitos cortos y ajustados están muy extendidos entre las mujeres jóvenes, quienes los lucen, de manera informal, durante el estío. En otra época, los shorts femeninos destilaban ingenuidad y atrevimiento; de hecho, esta prenda fue usada exclusivamente, hasta bien entrada la década de los 40, por los críos. En los 50 y los 60, la campeona de los shorts era claramente Jean Seberg (a la sazón, un nuevo tipo de mujer), la bellísima actriz de Al final de la escapada o Buenos días, tristeza.

Esta Jean –mundialmente conocida por su pelo rubio a lo garçon y por la venenosa dulzura de su rostro– era tan voluptuosa que no necesitaba, para despertar el deseo del público, encarcelarse en un vestido abombado; es más –y coincido con Molina Foix–, tal indumentaria es la negación de aquellos shorts que le permitían irrumpir (complaciente y libertaria) en la pantalla con las nacaradas piernas desnudas, al aire…

Una mujer que enfunda sus muslos, su sexo y sus nalgas en los shorts, ¿qué condiciones ha de reunir para no caer en la cursilería? No hay ninguna ley escrita al respecto. Evidentemente, la donosura (un cuerpo proporcionado, las curvas, las esbeltas piernas) es una buena aliada. Pero imagino que, como sucede con otras prendas, la clave está en la clase: esa cosa tan personal, magnética, extraña e intransferible. La propia Seberg no era alta, no tenía unas piernas especialmente largas, y, sin embargo, nos hechizaba con sus poses. ¡Pocas mujeres han llevado con tanta distinción los sombreros borsalinos, pocas han resultado tan sensuales vistiendo camisetas de marinero...!

Uno ha visto –en la calle y en las aulas– varias chicas esplendentes, entregadas al placer del cuerpo, ajenas –aparentemente– al dolor y al sufrimiento. ¡Mujeres que acaso se recrean al contemplar, en el espejo, los planetas que tienen por ojos! Si las observas (el acto más opuesto a la misericordia), no se detienen: sus andares son siempre ondulados, cadenciosos… Uno intenta, a veces, hablarles, pero es difícil coordinar las palabras y los pensamientos en esos instantes turbadores, místicos... Pensándolo bien, resultaría imposible ponerse –a través de un verbo improvisado– a la altura de sus elevados (y desnudos) atributos. ¿Por qué no buscamos entonces, los enamorados y los eternamente seducidos, la justicia poética: es decir, la máxima exactitud de las palabras?

En efecto, son muchos los poetas que han cantado a los muslos. Para mí (disculpen la osadía), esa parte de la anatomía que tan bien exhiben los shorts son “camas de finísimas hierbas”. Neruda abría sus Veinte poemas de amor… de la siguiente manera: “Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos, / te pareces al mundo en tu actitud de entrega.” Luis Antonio de Villena habla, en Celebración del libertino, de una “curva de música elevada”. José Ángel Valente, por su parte, escribió: “Los muslos de la mujer eran largos y húmedos. El fino vello brillaba dorado al sol. Interminable profundidad sin fondo de la piel.” Cunqueiro se refirió a una “suma breve, / gozo de clara visión. / Lancha.”

Sólo de esta forma, al evocar a los poetas, estaremos en condiciones de preservar tanta belleza cotidiana y diáfana. Es un objetivo arduo pero excitante. Justo.


Por HÉCTOR ACEBO (Diario de Ávila, 04/04/2010)

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