«And it stoned me» es el sugestivo tema que abre Moondance (1970), el segundo disco en solitario de Van Morrison. El cantante irlandés cuenta que a la hora de componer esta canción se inspiró en una experiencia de su infancia: «Creo que tenía sobre doce años. Solíamos ir a un sitio llamado Ballystockart a pescar. Parábamos en el pueblo cuando íbamos de camino a este lugar e iba a una pequeña casa de piedra, y había un hombre viejo, y le preguntamos si tenía agua. Nos dio agua que dijo era del arroyo. Bebimos un poco y todo pareció pararse. El tiempo parecía estar parado. Durante cinco minutos todo estuvo tranquilo y yo estaba como en otra dimensión. Eso es de lo que trata la canción».
Morrison -que venía de fraguar una obra tan experimental como Astral weeks, 1968- se valió de una clásica formación soul (dos vientos y una sección de ritmos) para transformar los temas de Moondance en ensoñaciones lúcidas, directas (no elementales) y extáticas. Su voz, un tanto mascullada, se deslizaba -cual lancha- con tanta soltura como congoja: «Oh, the water!»… y el avisado público entraba en otra dimensión.
Me gusta pensar que descubrí «And it stoned me» en las últimas horas de mi infancia: las cosas -decía Valle-Inclán- no son como son, sino como las recordamos. Las sensaciones que me sigue produciendo aquel tema se asemejan mucho a las declaraciones del propio cantante. También yo, en aquellas legendarias tardes dominicales, solía ir de pesca con mi padre a un arroyo (a la sazón, zona de recreo de la raposa o de la comadreja). Es la mía una tierra fronteriza regada por el Eo y por las leyendas de los ancianos labriegos. De aquel escenario de mi niñez sólo permanece el agua y el eco (aún me gusta cantar y que mi voz se pierda entre las inmensas montañas). ¡Qué difícil resulta ahora pescar en medio de tanta maleza! La mano del hombre, ocupada en menesteres muy materiales, ha descuidado tanto sus veredas, su intrahistoria, que a este paso terminará por desaparecer (ojalá me equivoque) la toponimia, el alimento de tantos viajes imaginarios y reales. Rego do Lobo (Arroyo del Lobo, traduzco directamente del gallego): así se llama el rincón mítico que he traído hoy a estas páginas… y que recuerdo siempre al escuchar la citada canción de Morrison.
Resulta triste comprobar cómo a algunos habitantes de mi fronteriza comarca, Eo-Navia (Asturias), les da vergüenza hablar en público la lengua que mamaron. Uno no es menos suizo o menos austriaco por hablar en alemán. Nuestro idioma natural es (como en los orientales pueblos lucenses y en las comarcas limítrofes de León -hasta Ponferrada- y Zamora -hasta Padornelo-) el gallego, concretamente su dialecto oriental, cuya marca del plural es -is: aviois (aviones). De este asunto escribió con mucha sabiduría el filólogo y poeta Dámaso Alonso: «Baste hoy decir que la afirmación ya antigua de que el gallego llega, dentro de Asturias, hasta el río Navia, es justísima, si bien, como es sabido, algunos fenómenos típicamente asturianos penetran al Oeste de esa línea. Esas hablas de entre el Navia y el Eo, fundamentalmente gallegas, pero con algunos rasgos asturianos, las designo con el nombre de gallego-asturiano» (1945).
En efecto, nuestra situación lingüística es, como estudiamos en el Bachiller, el resultado de la colonización romana y de la evolución de los primitivos dialectos romances surgidos de la fragmentación del latín. Cada una de estas lenguas que configuran nuestro mapa lingüístico tiene su propia historia, mas la convivencia durante siglos ha permitido ciertas coincidencias y elementos comunes. (Ningún filólogo de fuste obvia que las tierras fronterizas son riquísimas en tradiciones y en cultura, pues permanecen abiertas a cualquier transfusión). Huelga decir que no ha habido ningún tipo de galleguización del Navia-Eo: es tan autóctono el gallego de este territorio (habitado a la llegada de los romanos por tribus galaicas) como el bable en el resto de Asturias (a partir de la orilla derecha del río Navia). Dejen, vecinos míos, de confundir la política con la lengua: los idiomas son un patrimonio de la humanidad, no de la Administración. Lo diré, por enésima vez, con orgullo: Yo soy asturiano y mi lengua materna es -por su fonética, por su morfología y por su sintaxis- la gallega. El que escucha, descubre; quien es escuchado, se descubre a sí mismo. Hai corvos no carballo?
Por HÉCTOR ACEBO (Diario de Ávila, 25/04/2010)
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