Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

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viernes, 18 de junio de 2010

El problema fue el 16

Disfruten este maravilloso relato de Rivas:

El misterio de Uz

Por MANUEL RIVAS (El País, suplemento Mundial Sudáfrica, 9/6/2010)


No era un equipo temible, pero había algo en ellos que metía miedo. Me refiero a los de Uz. Sporting Electra de Uz, para ser exactos. Era uno de los clubes históricos de la Liga de la Costa. Y por lo que oí, el nombre tenía su origen en una de las primeras centrales hidroeléctricas. La compañía había desaparecido, engullida después de la guerra por otra más poderosa, pero el nombre de Electra sobrevivió a lomos de aquel equipo hosco, que parecían arrastrar el balón como una penitencia, con sus piernas leñosas, empujando los propios cuerpos como carretillas.

Eran duros, pero no criminales. El castigo iba con ellos más que con el contrario y contagiaban su juego pesaroso. Todo era así en Uz. La afición consistía en una comitiva deshilachada, unida sólo por un engranaje de silencio rumiante, hidráulico, que sólo se manifestaba en los momentos álgidos como un resentimiento de la naturaleza. De vez en cuando, sobresalían algunos lobos solitarios que merodeaban con la mirada oblicua al árbitro.

Todos los partidos que me tocó jugar en Uz eran invernales. Incluso cuando florecían en organdí los saúcos, laureles y mirtos que ceñían aquel camposanto con unas letras escritas en alquitrán que rezaban Stadium. Incluso en esas fechas de primavera, antes de San Juan, sobre la cancha de Uz había un toldo de nubes con voluntad pétrea.

El de hoy era un match de juveniles. Excuso decir que los jóvenes de Uz aparentaban un conjunto de recios veteranos de una segunda posguerra. Su objetivo era transparente. Jugaban a no perder. Casi nunca perdían. Nunca ganaban. Y hoy nosotros queríamos machacarlos, hundirlos de una puta vez en la miseria. Así como lo digo. Y la cosa marchaba. Entramos con dos a cero en la segunda parte. Habían sido dos tantos laboriosos, conseguidos después de salvar la ciénaga donde se atrincheraba la defensa anfibia del Uz.

El problema fue el 16.

Hicieron un cambio y salió un bailarín pelirrojo, lampiño y con pecas. Con ese número, el 16. Digo bailarín porque contrastaba con el bloque del Electra, la geometría corporal en pentágono del resto de los jugadores. Y bailarín también por la forma de jugar. Se movía con el balón como el vagabundo de Chaplin, veloz, juncal, zigzagueante. Nos desarboló abriendo rutas intransitables. Había metido un tanto nada más entrar, y ahora enfilaba de nuevo nuestra meta con desparpajo, capeando el temporal con la camiseta volandera. Lo agarré. La prenda se rompió en jirones. Tenía una piel blanquísima, de un blanco hipnótico. Y el rojo del cabello se incendiaba más a medida que se alejaba, driblaba a nuestro guardameta, y nos humillaba entrando con el balón en la portería.

Se fue al vestuario, con la camiseta desgarrada, sin esperar al pitido final. Antes de subir al autocar, busqué al 16 en todo el entorno del campo. Al fin lo distinguí. Iba solitario, con una mochila a la espalda, caminando por la orilla de la carretera y de un mar de centeno.

Un parroquiano de Uz, con voz de aguardiente, me dijo al pasar: “Te gusta la chica, ¿eh? ¡Quién la pudiera pillar!”.

1 comentario:

David dijo...

Gran relato. Aunque el final estaba claro nada más ver la fotografía con que lo está ilustrado ;)