Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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martes, 29 de enero de 2013

Mi Truffaut

Generalmente, me encuentro mucho más cómodo en las películas de Truffaut que en la vida real. El autor de Besos robados (1968) es, junto a Godard, el último romántico: sus películas constituyen sinceros y apasionados homenajes a la mujer. Dicho de otro modo: Truffaut salva al joven individuo moderno (varón o fémina) de su monotonía, de su chabacanería, de su desmedida ambición, entregándolo a una causa espiritual: la celebración de la persona amada. Por eso sus filmes están llenos de miradas, de bailes, de fotografías, de abrazos, de caricias... El cineasta francés, según confesó en alguna ocasión, realizaba filmes para crear universos en donde tuvieran cabida las sensaciones que no encontraba en su día a día. Cuando veo una de sus películas, siempre me acuerdo de aquellas atinadas palabras que Ortega y Gasset escribió en 1928 y que quizás incluya en el prólogo del poemario que preparo desde hace casi tres años: 

"Es sorprendente la resolución y la unanimidad con que los jóvenes han decidido no 'servir' a nada ni a nadie, salvo a la idea misma de la mocedad. Nada parecía hoy más obsoleto que el gesto rendido y curvo con que el caballero bravucón de 1890 se acercaba a la mujer para decirle una frase galante, retorcida como una viruta. Las muchachas han perdido el hábito de ser galanteadas, y ese gesto en que hace treinta años rezumaban todas las resinas de la virilidad les olería hoy a afeminamiento." 

Bien, Truffaut, en medio de tanta superficialidad, recupera el hábito de la galantería, enalteciendo así el sentimiento de sus personajes y purificando sus miradas: ¡el culto a la amada como única meta vital! En fin, al igual que ocurre con algunas extraordinarias personas (jóvenes o veteranas), las obras de Truffaut me dan ganas de seguir creyendo en el género humano; no en vano, suelo llorar de emoción cuando me adentro en ese universo femenino, cuando siento en la mejilla, ¡ay!, esa candorosa caricia…


Un fotograma de Besos robados (François Truffaut, 1968). 

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