Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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viernes, 26 de febrero de 2016

El canto de Arbeleche

Hace poco más de un año apareció en Madrid, bajo el sello de Vitruvio, la obra reunida de un poeta uruguayo cimero, Jorge Arbeleche (Montevideo, 1943). El grueso recopilatorio —559 páginas—, titulado Mito, incluye un prólogo del también uruguayo Rafael Courtoisie y un epílogo del manchego Miguel Galanes. Ambos vates son buenos conocedores de la poesía arbelechiana.

El poeta Jorge Arbeleche, miembro de número de la Academia de las Letras del Uruguay y académico correspondiente de la Real Academia Galega. La foto está extraída de la web de la Fundación María Tsakos


En una trayectoria que cubre casi medio siglo, Arbeleche, comprometido con el rigor formal y a contrapelo de las modas, no ha dado un paso en falso. Independientemente de la temática en la que se adentre amor, mitología, denuncia social, familia, metapoesía..., este multipremiado poeta y académico insufla a las palabras una sonoridad mayúscula. Verdad que Arbeleche sólo ha cultivado esporádicamente una forma tradicional, el soneto (véase “Los cuervos”, una de las secciones de El oficiante, 2003). Pues bien, pese a su libertad expresiva, a menudo me parece estar escuchándolo en metro clásico, no en verso libre, ya que nuestro protagonista es un maestro de la acentuación. Con razón Courtoisie (otro de los máximos exponentes de la poesía uruguaya) dice del propio Arbeleche: “antes que nada, canta”.

Mito (Vitruvio, 2014), la poesía
reunida de Arbeleche.
De entre todos los colosos del canto dicho esto en un sentido literal, yo asocio a Arbeleche con el mirlo, cuyas virtudes han sido apreciadas por líricos de la talla de Juan Ramón Jiménez, Wallace Stevens o Cernuda. Como el citado pájaro, el poeta charrúa seduce no sólo por su fluyente melodía, sino también por el sugerente silencio con que rodea a ésta.

Leyendo a Arbeleche, percibo el silencio no sólo en las acusadas elipsis, sino también en dos aspectos enumerados por Galanes: la frecuentemente heterodoxa puntuación (las comas y los puntos transmiten calma tras la tensión de algunas frases carentes de dichos signos) y los multiplicados espacios en blanco (esas respiraciones sirven para resaltar ciertos vocablos). Desde luego, el silencio es la prueba del nueve de la lírica genuina, puesto que sin su existencia la emoción se desborda. El propio Arbeleche sentencia en “La palabra”, poema de La casa de la piedra negra (1983):

“El fin de la palabra
                             es el silencio.”

En sintonía con Vicente Aleixandre u Octavio Paz, el creador rioplatense logra un equilibrio envidiable entre la sensorialidad y una imaginación imbuida de reflexión. Recordemos, verbigracia, “El sueño del bosque”, un entrañable texto que forma parte de La sagrada familia (2010) y que concluye de este modo:

“Mi madre sueña el bosque donde
yo sueño el bosque de mi madre.” 

Alta noche (Acali, 1979), significativo
poemario de Arbeleche.
Como explicó Courtoisie en otra ocasión, el discurso arbelechiano pivota sobre la síntesis dialéctica. Efectivamente, el autor de Ejercicio de amar (1991) crea binomios de elementos que en nuestra cotidianeidad son contrarios pero que en su cosmovisión se complementan: Dios-humano, mito-humano, luz-oscuridad, conciencia-inocencia, pérdida-celebración, vida-muerte... La síntesis dialéctica sorprende al lector y le abre las puertas de una percepción exenta de prejuicios. Lo cualifica.

Dios-humano. Este binomio es el principal responsable, junto a la elipsis, del gran misterio que caracteriza a la obra de Arbeleche. Hombre de raíces cristianas, el rioplatense vincula la poesía con lo sagrado, puesto que a partir de ésta entra en contacto con una realidad absoluta. Los relieves místicos son apreciables en diversas zonas de su lírica, apareciendo de forma reiterada en la erótica. Refractario a los límites espacio-temporales, el amante arbelechiano acompasa su respiración con el movimiento del cosmos y encuentra a Dios en la amada. Reproduzco el inicio de “Cuerpo presente” (Las vísperas, 1974):


“Cuerpo presente sobre el aire abierto.
Ardiente

silenciosa presencia de Dios.”


Aunque siempre exista una búsqueda de lo absoluto, no todo es éxtasis en esta poética. Vayamos a Alta noche (1979), volumen escrito y publicado durante la dictadura militar uruguaya, que sufrió el propio Arbeleche. En una sección del mencionado poemario, Alta noche de Itaca”, el montevideano prolonga varios de los personajes de La Odisea, inyectándoles una gran humanidad. Ulises, Calypso o Circe experimentan una nostalgia tan honda como la del álter ego de Arbeleche y su amada, víctimas de la inseguridad cotidiana. Este binomio, mito-hombre, queda magníficamente reflejado en “Último Ulises”:


“El que todo lo vio por los ojos de un ciego
héroe de la total aventura
es también una sombra del polvo de Itaca
el reflejo tan sólo de una ilusión y un mito.

Como nosotros
que nada vemos sino
la imagen de un espejo borroso
donde se esfuma la forma de seres y de cosas

que en la alta noche se concentran y duelen.”


El diálogo con Homero también vertebra “Las murallas del silencio”, una de las secciones de Parecido a la noche (2013), el último poemario de Arbeleche, que constituye el número dieciocho en su trayectoria. Esta vez el texto matriz es La Ilíada, de cuyo canto I el uruguayo toma el título de su libro. Arbeleche, en fin, siempre se ha alimentado de la cultura clásica, por eso resulta tan justo su rótulo Mito.

Uno de los poemas más emblemáticos del sudamericano, “El jardín”, pivota sobre el binomio luz-oscuridad:  


“Lo oscuro estaba en el centro
y en los costados lo claro.
Pero en lo claro venía
germinándose lo oscuro.
Ángeles insomnes iban
volando sordos jardines.
Lo claro estaba en lo oscuro

y en lo oscuro hueco el aire.”


Esta prodigiosa composición —incluida en Alta noche admite, desde luego, no pocas interpretaciones. De entrada, podríamos decir que el vate acaricia la belleza de lo íntimo sin por ello eludir la hostil sociedad…

Según María Zambrano, el poeta aspira a rescatar, a través del saber, la pureza previa a la pubertad, cuando los sueños aún regían nuestros actos. Esta síntesis de contrarios, conciencia-inocencia, puede considerarse el núcleo de la dialéctica arbelechiana, porque la pérdida de los prejuicios es precisamente consecuencia de reconquistar la mirada originaria. En efecto, muchas veces el referido binomio no está expresado directamente (de él derivan los otros pares que he citado en el artículo). Los ejemplos más transparentes se hallan en La canción de los duendes (2011), obra de temática infantil. He aquí un fragmento del poema homónimo:


“¿Qué comen los ángeles?, preguntó la niña.
Bombones de luna y jugo de nube,
yo le contesté.
¿Y los duendes comen?, volvió a preguntar.
Bizcochos de espuma, gotas de rocío,
yo le respondí.”


Fiel al pensamiento de Zambrano, el lírico charrúa reconcilia al hombre consigo mismo; ya no existe distancia entre lo que éste fue y lo que es, entre el permanente asombro y la lucidez.



Creo conveniente resaltar que Mito, si bien aglutina toda la producción de Arbeleche publicada hasta la fecha, no debe considerarse su “poesía completa”; el subtítulo del volumen es revelador: “Poesía reunida (1968-2013)”. Pongo el acento en este aspecto porque el autor latinoamericano no está retirado; es más, mantiene desde su exigencia un ritmo de creación alto, nutrido por su labor téorica (estamos ante un gran conocedor de la lírica de Juana de Ibarbourou, San Juan de la Cruz, JRJ, García Lorca o Antonio Machado). Por tanto, cabe esperar de este sincrético poeta, como del mirlo en primavera, nuevas formas de consagrar el instante. 

[Artículo mío publicado en Revista de Letras, 22/02/2016]

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