"Los niños que Hitler robó". Así se titula un interesantísimo reportaje publicado en el suplemento de El País el pasado domingo. Nunca les faltaron las lágrimas a estos héroes de la Historia. "Mamá tenía una chaqueta marrón, lloraba, pero nos separaba la alambrada". Tan sólo las canciones (¡la salvación: el arte!) podían adentrarse en aquella memoria violada por unos energúmenos que no merecen ni la sangre que ha corrido por sus venas. A veces, la Historia es más increíble que cualquier película de terror. La memoria debe servir para ser justos con todos estos afectados. Para que puedan volver, si lo desean, a España (su segunda casa). Y para que toda la gente conozca sus pesadillas, pues el pasado nos sirve para no volver a cometer los mismos errores. Por eso, pese a quien le pese, cualquier escrito sobre la II Guerra Mundial o sobre la Guerra Civil española (que es el inicio, como sostienen los historiadores, de la segunda masacre mundial: el fascismo contra la democracia) nunca es un mero pasatiempo. Como recordaba yo al albor de este mes en la presentación del IV Encontro de Portadores de Tradición Oral (San Tirso de Abres), la Ley de Memoria Histórica sirve para cerrar las heridas, no para abrirlas.
Ojalá todos conozcamos el pasado para no repetir los mismos errores. Lo que me duele es que, a día de hoy, se pueden escuchar declaraciones tan crueles como ésta: "¿Por qué tengo yo que condenar el franquismo?". Lo dijo Mayor Oreja. Amigos: la Ley de Memoria Histórica no es una pérdida de tiempo, ni un "entretenimiento", ni una "ocurrencia", como dijo el señor Rajoy en el primer debate televisivo con Rodríguez Zapatero días antes de las elecciones del 9 de marzo. Éstos son algunos de los políticos que nos representan. ¡Qué pocos estamos en la comprensión y en la justicia!
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