Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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sábado, 4 de abril de 2009

Dos soledades juntas


¡Cuánto silencio se respira en Lost in translation (2003)! ¡Con qué detallismo y pasión nos dibuja Sofia Coppola (Nueva York, 1971) en su segundo filme la personalidad paralela de dos seres frustrados que, finalmente, acaban encontrándose! Muy pocas veces hallé en el séptimo arte una amistad (al borde del amor, siempre al borde) tan pletórica, tan auténtica, tan perseguida por la soledad, y, a la vez (o por eso), con no pocos anhelos de compartir sensaciones, dudas, temblores, fracasos…

Un espléndido Bill Murray (tiene tanto talento que parece hablar en lugar de actuar) se presenta en Lost in translation como una especie de pasado sostenido. Es un veterano actor norteamericano de reconocido prestigio –tal vez en el ocaso de su carrera–, casado y con hijos, que huye de su monótono hogar con la excusa de anunciar, en Tokyo, una marca de güisqui. También reside temporalmente en la misma ciudad su compatriota Scarlett Johansson, que me atrapa (y me desnuda) desde el primer plano, tumbada en la cama, símbolo de un presente mediocre. No es éste el lugar adecuado para hablar de sus atributos físicos, tan repetidos (boca para el infarto, busto incontrolable, curvas vertiginosas…), ni tampoco de sus defectos, tan olvidados (no es alta, evidencia cierta pesadez en la zona trasera, tiene los tobillos un poquito gruesos…: ya saben, en cualquier caso, que para mí la Belleza no está reñida con la imperfección), pero me veo en la obligación de abordar la pasión que siento por su personaje de Lost in translation…

En esta película, Scarlett aparece en muchas secuencias descalza y con las piernas desnudas, porque no hay pantalón o falda que haga justicia a tanto fulgor y a no menos fragilidad. Scarlett es aquí un mundo que huye de otro mundo, tan asfixiante. Es, en efecto, una veinteañera abstraída (como todas las chicas que me maravillan últimamente) que conecta con muy pocas personas de su generación. Dedica gran parte de su tiempo a observar, desde la ventana del hotel en donde se aloja, los pequeños detalles de la gran ciudad. ¿He dicho ya que vive con su marido? No importa: apenas comparten experiencias (él, fotógrafo de prensa, anda ajetreadísimo…). Al parecer, ella cursó estudios de Filosofía, pero no tiene claro a qué se dedicará en el futuro. Lo intentó con la escritura y con la fotografía, pero es consciente de su escaso talento… Si yo fuera su amigo –¡ese pazguato no la merece!–, le daría todo el tiempo del mundo (¡cuánto sabe Coppola!) para que se contemplase –como el poeta que revisa sus versos–, para que nos contemplase… Eso es precisamente lo que hace ella cuando descubre (recordemos que da el primer paso, en un local de copas) al personaje de Murray. Y viceversa, “porque esto es la poesía: dos soledades juntas / y una verdad que ordena tu vida con mi vida.”, según García Montero.


Revisen cada semana, si es preciso, Lost in translation: tal vez así limpien ese sentimiento tan incomparable y traicionado –al menos en mi caso, indirectamente– que es la amistad. Deténganse en aquella secuencia de la cama: Murray y Johansson acostados (no en el sentido sexual, aunque aquí hay mucho más fuerza y ternura que en tanta pornografía barata), dando voz al silencio. Y el final… qué decir del final: ¡es de un poder arrebatador, emociona a las piedras (discúlpenme si se sienten aludidos)!

Sofia Coppola –que apuntaba muchas maneras con la sorprendente e inocente Vírgenes suicidas, 1999– fraguó con Lost in translation un clásico del presente. Sus personajes no dejan de asombrarse, pese al evidente hermetismo (la Belleza ha de mirarse a sí misma), ante el arte y la vida. Son tan tremendamente reales e irónicos que crean, en un país ajeno, un nuevo lenguaje: ¿se han dado cuenta de que he otorgado el nombre real de la actriz (Scarlett) a su propio personaje desde el principio del artículo? ¡Cuántas ganas de cambiar, poco a poco, el mundo!

LOST IN TRANSLATION. Dirección: Sofia Coppola. Guión: Sofia Coppola. Intérpretes: Scarlett Johansson, Bill Murray, Akiko Takeshita, Kazuyoshi Minamimagoe. Género: comedia-drama. EE UU, 2003. Duración: 102 minutos.



Por HÉCTOR ACEBO (La Huella Digital, 03/04/2009)

2 comentarios:

Dani Lobato dijo...

Uno de esos clásicos modernos al que el paso de los años terminará de encumbrar como uno de los filmes imprescindibles para cualquier amante del cine y resto de mortales en general.

Gran artículo compañero!

César Villanueva dijo...

La belleza con la que Sofia Coppola juntó a Bill Murray, Scarlett Johanson y Tokio es perfecta. Consigue un drama para contemplarse, perderse y reflexionar. Tengo tantas escenas favoritas que de acordarme me da sentimiento.
Lástima que mucha gente no le entienda a la fuerza y poder sentimental que tiene esta película. De mis favoritas.