Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo
Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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-Instagram: @hectoracebo
miércoles, 10 de junio de 2009
De repente, la poesía
Por mucho que un artista avance (y ha de ser así), siempre acabaremos reteniendo en la memoria (o en el oído) algunas sensaciones impagables que van ligadas a nuestra propia calentura, madurez o decadencia. En 2004, el que escribe no era más que un adolescente rebelde. Pero no un rebelde al uso: en esas edades tan crueles y superficiales, me parece mucho más meritorio luchar por hallar tu voz (sea melancólica, pasional o jaranera) que fomentar el odio al otro, al diferente, en la clase. ¿Un rebelde tedioso? En fin, a lo que iba: cuando llegó a mis manos Leopoldo María Panero (el libro-disco de poemas del autor madrileño musicados por Carlos Ann y Bunbury e interpretados, además, por el poeta y crítico musical Bruno Galindo y el cineasta pornográfico José María Ponce) me sentí comprendido.
Yo, que siempre había refutado el lenguaje autómata (e incluso el más académico, con tantos cerrojos), vislumbré en la poesía paneriana nuevas formas de expresión. De repente, se podía escribir, exquisitamente, sobre el acto del amor sin caer en los tópicos más típicos de la leche y de la miel. “No es tu sexo lo que en tu sexo busco / sino ensuciar tu alma: / desflorar / con todo el barro de la vida / lo que aún no ha vivido”, reza un poema de Panero incluido en el libro-disco. La atmósfera musical (una fortísima electrónica de vanguardia ideada por Ann) se imbricaba perfectamente entre los perturbadores textos de Panero. Las voces (cantadas, recitadas o alucinadas) daban otra dimensión a la ya de por sí espaciosa obra de un poeta que habla, sin tapujos, sobre “ángeles y cosas que cuestan la vida al ojo humano”. Y yo, por qué no decirlo, me sentía mucho más cerca de algunos docentes (recuerdo que di a descubrir el libro-disco a mi querido profesor de Latín y Cultura Clásica, Arturo Peralta) que de los soeces compañeros –incluyo aquí también a la mayor parte de chicas– de mi instituto…
Todas estas cosas se las comentaba yo a Carlos Ann y a Bruno Galindo (un tipo curtido, ocupado y creativo que sabe escuchar con atención a un periodista novel, lo cual se agradece) al término del concierto que Santa N (el dúo formado por Ann y Mariona Aupí) ofreció en la sala madrileña Boite el pasado 4 de junio. Ann, agradecido, me confesó que a él también le costó mucho aparcar el jugoso y absorbente disco de Panero: “Pese a que el proceso de realización ocupó unos tres años de mi vida, una vez grabado el disco, ¡también lo escuchaba –como tú– antes de irme a dormir…!”. Se diría, a la manera del crítico y semiólogo estructuralista Roland Barthes, que la actividad de leer conduce, inexorablemente, a la de escribir. O que el creador es, por encima de todo, una persona que se asombra. He ahí el auténtico germen de cualquier forma de expresión artística.
Y yo, que tenía pensado centrarme hoy en el concierto de Santa N, retorno (y eso que casi nunca he sentido nostalgia de la cruenta adolescencia) al pasado… Habida cuenta de que escribí hace no mucho en esta misma revista una crítica del disco de Ann y Aupí (lo definí como una unión entre la limpísima canción francesa y la fanfarria), espero que ustedes, estimados lectores, disculpen mis digresiones… El concierto, en fin, fue muy acogedor. Y no sólo porque no hubiera demasiada gente (el aforo de la sala Boite es limitado): cabe destacar la heterogeneidad (y la familiaridad) del ambiente. Además, Ann (bullicioso y expresionista) solicitaba constantemente nuestra participación. Mariona Aupí, por su parte, demostró que sus elegantes (y sosegadas) cualidades vocales no son producto del estudio de grabación.
Claro que el repertorio de Santa N –lo diré una vez más– se hace bastante monótono. Es cortito (tocaron las trece canciones del disco, y en los bises repitieron una: deberían haber adaptado algún tema del Ann solista al formato, un cuarteto acústico sin batería) y el andamiaje de no pocas canciones peca de previsibilidad. No obstante, hay en Santa N varios momentos notables: “Todo para mí” (que en el concierto echó en falta el acordeón), “No me quejo” (definido por Ann como un “alegato de la vida”) o el tema más aplaudido de la noche, “Labios” (cuya letrista estaba en primera fila, a mi lado), interpretado por una Mariona muy dócil. Aparte de esas piernas infinitas, de esa voz susurrante y de esos ojos reptilianos, tiene un no sé qué esta chica… Ahora entiendo por qué Ann decía que algunas musas también son, al adoptar un papel tan elevado, artistas. No me explico, en fin, por qué no hablé con Mariona…
Por cierto, Carlos Ann también me comentó que ya estaba terminado su disco (a dúo, de nuevo, con Mariona Aupí) de poemas musicados de Juan Gelman. Estoy ansioso por comprobar el resultado. Por dar otra dimensión a algunos versos que conozco. Ese es el motivo de la musicalización. Escuchar lo que pide el texto. Vestirlo. Acariciarlo. Volver a desnudarlo. Hasta que, por fin, descubramos (y con eso es más que suficiente: ¿se puede mejorar al mejor Panero o a Gelman?) una sensación distinta. E impagable. “Cómo será pregunto. / Cómo será tocarte a mi costado. / Ando de loco por el aire / que ando que no ando.” (J. Gelman).
Por HÉCTOR ACEBO (La Huella Digital,10/06/09)
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