Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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lunes, 14 de diciembre de 2009

Unas "Esquirlas" de Martínez Sarrión


Glorieta de Atocha. Madrid. Una del mediodía. Un tipo enjuto y moreno, con bigotillo y gastada chupa de cuero cuyo negocio (o uno de ellos) debe de consistir en la miserable y escasa venta, sobre un trapo extendido en la acera, de cuatro revistas porno y media docena de libros deplorables, da fin al diálogo con un colega o amigo: “Sí, lo que tú quieras, pero en este momento el problema gordo que hay que resolver es cómo acabar con estos hijoputas de moros”. Sé que no es culpa suya, que esa mentalidad es inducida y alentada, que está en el aire, pero no puedo dejar de sentir un desprecio sin límites, que se expresa al pararme, volver la cabeza y mirarle con algo que se me antoja ahora severidad y que él, sin duda, ni ha detectado. Un ejemplar del célebre “populacho” del cual escribía más arriba. Y de pronto, otra vez la vieja convicción de que, sin salvar un punto a los que lo mantienen (o mantenemos) en tal grado subzoológico, no hay cosa más desconsoladora que un pobre de derechas. Cualquier apelación y en cualquier tiempo a candor, inocencia, cualquier juego que se haga con la “decadencia del analfabetismo”, que no es sino permanencia en la sumisión, es pura y simple cochinada. Hoy menos que nunca, el “pueblo sano”, en la ciudad o en el campo, es una noción esgrimida sólo por los cínicos.

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Es preciso tomarse la política relativamente en serio, si no queremos que ella nos tome, a la gente del común, absolutamente en broma.

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La autoridad sorprende a una pareja desnuda o semivestida –hace buen tiempo– copulando en el extremo de la madrileña estación de Atocha, vía muerta, la cual se pondría, quizás, al borde mismo de la resurrección sin que hubiera llegado el Juicio Final. Los fornicadores son conminados a vestirse y largarse de inmediato. Vuelven los agentes y comprueban que prosigue el dúo amoroso al máximo nivel. Ante sus aspavientos los amantes, que siempre según el poeta “saltan el tiempo y son invulnerables”, les responden de esta soberana forma: “Tenemos todo el derecho a hacerlo, porque esto es un espacio público”.

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“Lo que no mata engorda.” Y algo bastante más preocupante: insensibiliza.

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Absoluta conjunción astral, epifanía al cubo, oceánico goce el de esos momentos en que “se nos va el santo al cielo”. La permanencia en ese trance resultaría tediosa si se prolongara, si fuera posible la dilatación. ¡Pero esa pura permanencia en el aire, la sensación de llegar, de haber rozado con el ser entero algo que linda con la beatitud! ¡Qué silencioso y suave trance! Porque el estado de ensoñación, la rêverie, de la que tanto y tan bien nos ilustrara Bachelard, constituye ya otra cosa. No ese transporte, ese cuasi orgasmo suavísimo, anulador del espacio y, sobre todo, de la conciencia del tiempo, nuestra maldición mayor.

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La civilización se vino abajo en el mismo momento en que las criadas dejaron de cantar cuplés a voz en grito por los patios interiores de las casas.


MARTÍNEZ SARRIÓN, Antonio (2000), Esquirlas, Alfaguara, Madrid.

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