
Esos rostros sucios con la mirada limpia y ensangrentada, esas barbas lasas, esos cabellos prematuramente encanecidos, esos amores rudos, confluyen –en la Tierra de nadie– con Basilia, Teodoro, Filomena o Senén: nombres de otra época, campesinos que exigen reparación, que esconden el incomparable secreto del tiempo (¡con qué mimo eligió Gonnord los rasgos y el carisma!), que contemplan –desafiantes– nuestro andar por el reluciente pasillo. Que no entienden de arte, y, sin embargo, son más expresivos (incluso vestidos de luto riguroso) que el artefacto de muchos literatos…

Un incendio que calienta
Como contrapunto (no como contradicción) a los recovecos de las carnes, Gonnord debió de tener clara desde un principio la creación (inaudita en él, entregado por completo hasta entonces al noble ejercicio del retrato) de un universo paisajístico (que conforma las restantes 18 fotografías) paralelo. Y es admirable la capacidad que ha tenido el pintor francés para fragmentar (acercando, en efecto, bastante el objetivo) desastres naturales o abrasivas rocas. A la manera del pintor Magritte, en estos paisajes surge un manifiesto distanciamiento entre el título o idea y el objeto mismo. La representación ha llegado muy lejos, la mirada se ha encendido tanto que el fuego, las más de las veces, no quema: calienta.
Dicho de otro modo: la idea, al expresarse, sirve no sólo para que nosotros (el público, la crítica) conozcamos el mundo cambiante, sino para que –como en todo el arte perdurable– ese mundo se conozca. Tal proceso surge, claro es, del cuestionamiento de la realidad, del deseo de abrir una inmensa veta de interpretaciones y significados. Un enfoque que podría resumirse perfectamente en la frase que al minero gonnordiano Teo González le dijo un colega polaco: “Mina es nombre de mujer y es tan astuta que enamora”. La dulcificación de las tinieblas. Un mundo aparte…
Por HÉCTOR ACEBO (La Huella Digital, 23/01/2010)
No hay comentarios:
Publicar un comentario