Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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domingo, 17 de enero de 2010

Un conocimiento emocionado

Ensimismados en su oficio, los poetas escuchan el silencio (incluso antes que las palabras, como quería Valente, para incentivar el misterio y la sugestión), acentúan la tensión existente entre la voz y el texto, y rompen, en suma, el lenguaje. O, mejor dicho, lo erotizan Octavio Paz dixit– a través del ritmo, de las metonimias o de las metáforas.

Paradójicamente, como es sabido, esos altos poetas son incluidos, con el paso del tiempo, en los planes de estudio (y, por extensión, en los libros de texto). Habría que felicitar, de entrada, a los sesudos docentes: pocas más cosas ansiamos los poetas –creo– que llegar a ser leídos por una muchacha ágil y pasional (o por un garzón, si están pensando en una poetisa o en uno de tantos delicados hacedores homosexuales). Pocas cosas…

Lamentablemente, hoy los alumnos de secundaria y bachillerato apenas olisquean la generación del 50 –tras haber visto por encima la del 27–, y, en lugar de leer (de sentir) cualquier suerte de texto, memorizan –aleccionados por el docto profesor y por todos los jerifaltes de éste– las características que –en forma de viñetas– ilustran (nunca mejor dicho) las páginas del libro académico. Y ahí se consume la magia, si es que ha llegado alguna vez a encenderse…

¡Cómo le duele al poeta que las personas eruditas conviertan su obra en esa escabrosa antítesis llamada panfleto! Que repitan, cual papagayo, vidas y títulos: no el eco crítico que el propio creador, al desbrozar (tras la previa exploración) la selva del lenguaje, engendró en una página paralela. ¡Cómo le duele al poeta que su personaje (real, supongamos) no se emocione con el conocimiento (el gran Claudio Rodríguez dijo, acertadamente, que la poesía es un conocimiento emocionado) artístico y vital! Si no vislumbra su reflejo (el poema), si no se pone a la altura de sus propias piernas, aquella niña morena y ágil nunca llegará a saber quién es: la compadezco.

Si algún día, en fin, publico el poemario que estoy preparando, si a algún profesor tedioso se le ocurre incluirlo (por amistad, por cercanía, por ideología, por nacionalidad…: no hablo de intensidad y altura) en los planes de estudio, sufragaré –si es preciso– una segunda edición que incluya (a modo de prefacio) estos versos del mentado Octavio Paz: “hazlas, poeta, / haz que se traguen todas sus palabras”. Confío en que alguna de mis melifluas protagonistas le pregunte al docente el significado de la cita. De esta forma, si no surge la magia, por lo menos sí lo hará el ridículo. Y el profesor se conocerá, por fin, a sí mismo.

No quisiera concluir esta suerte de columna sin citar, por enésima vez, a Claudio Rodríguez, quien en una sesuda jornada del Congreso de Las Palmas de 1978 se refirió (él, que era tan lúcido como candoroso) a los otros ponentes de la siguiente forma:

“Vosotros, hablando y hablando de literatura, pero de la vida de la gente ni sabéis ni os interesa. Porque, vamos a ver, ¿hay alguien que me pueda decir cómo se llama y qué piensa el municipal que ha estado sentado a la puerta de este edificio y a nuestro servicio, desde hace dos días?”.

El público y los conferenciantes aplaudieron espontáneamente al autor de El vuelo de la celebración. También se escucharon risas. ¿Vergüenza ajena? ¿O reivindicación de un comportamiento injustamente vedado? Ah, se me olvidaba: Claudio ejerció la enseñanza universitaria.



Claudio Rodríguez recita uno de sus poemas. “El soñar es sencillo, pero no el contemplar”.



Octavio Paz lee un fragmento de su obra Piedra de sol: “voy por tu cuerpo como por el mundo, / tu vientre es una plaza soleada, / tus pechos dos iglesias donde oficia / la sangre sus misterios paralelos (…)”.

Por HÉCTOR ACEBO (La Huella Digital, 17/01/2010)

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