Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
-Correo: acebobello@gmail.com
-Instagram: @hectoracebo
-Twitter: @HectorAcebo

miércoles, 28 de marzo de 2007

Una tarde cualquiera




De nuevo vuelvo a compartir las representaciones del "amor más puro", la poesía y el teatro, a través de los interesantes debates -sólo hacemos acto de presencia unos pocos aprendices de la palabra, pero eso no importa- que mantenemos, con el profesor Félix Rebollo, los alumnos de 2º de Periodismo en el foro de la asignatura de Movimientos Literarios. A raíz del debate de una obra de Antonio Gala, Inés desabrochada, ha surgido la importancia de la figura del escritor, ese ser que representa nuestros sentimientos; yo acabo de escribir lo siguiente en el foro:


"El escritor reinventa unas significaciones que nos son comunes", dijo José
Batlló. Esto quiere decir que no creamos a partir de la nada, sino que, para
representar los sentimientos que desprende la humanidad, nos basamos en nuestra
historia: en la vida urbana y en la propia literatura (la representación más
pura de nuestra vida), lo cual exige que estemos constantemente reinterpretando,
reescribiendo unos códigos que son comunes. No debemos tener miedo a citar a los
grandes hacedores o a los mejores amigos: todo lo que hemos absorbido, como dijo
Félix Rebollo, nos pertenece. Sólo queda bucear e intentar encontrar lo oculto,
es decir, impregnarnos de palabras y más palabras, tratando, eso sí, de ser
nosotros mismos. Porque la poesía, como dijo Leopoldo María Panero parafraseando
a Ezra Pound, no tiene más fuente que la lectura y la imaginación del lector.



También estos días mi querida Conchi y yo hemos estado hablando de la poca importancia que se da a la palabra, a los sentimientos, a la esperanza... en esta sociedad tan proclive a las apariencias, al culto de la imagen. Conchi se hacía la siguiente pregunta: dónde quedan aquellos corazones que, emocionados, recitaban las palabras de José Hierro: "Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar"... Yo respondía a Conchi con el siguiente texto:




Gracias por habernos recordado esos versos maravillosos, Conchi. Ojalá todos
recitásemos los sentimientos de Pepe Hierro, uno de los grandes hacedores de
palabras de nuestra lengua. Yo os copiaré uno de mis -digo "mis", claro está,
porque ya lo he absorbido, forma parte de mi pensamiento- poemas favoritos del
mismo autor, "Una tarde cualquiera", incluido en Quinta del 42. En este poema
José Hierro deja clara la oposición yo-tú (como veremos, el poeta juega con su
"yo", esa identidad que, luego, cuando nos cuente o finja su experiencia se
diluirá, la haremos nuestra) para proporcionarnos una identidad, como
receptores, del mensaje comunicativo. Aquí veremos claramente la duplicidad
enunciativa, que debe ser el objetivo que trabajaremos, como hacedores, a lo
largo de nuestra vida:
Yo, José Hierro, un hombre
como hay muchos, tendido
esta tarde en mi cama,
volví a soñar.
(Los niños,
en la calle, corrían.)
Mi madre me dio el hilo
y la aguja, diciéndome:
«Enhébramela, hijo;
veo poco».
Tenía
fiebre. Pensé: —Si un grito
me ensordeciera, un rayo
me cegara... (Los niños
cantaban.) Lentamente
me fue invadiendo un frío
sentimiento, una súbita
desgana de estar vivo.
Yo, José Hierro, un hombre
que se da por vencido
sin luchar. (A la espalda
llevaba un cesto, henchido
de los más prodigiosos
secretos. Y cumplido,
el futuro, aguardándome
como a la hoz el trigo.)
Mudo, esta tarde, oyendo
caer la lluvia, he visto
desvanecerse todo,
quedar todo vacío.
Una desgana súbita
de vivir. («Toma, hijo,
enhébrame la aguja»,
dice mi madre.)
Amigos:
yo estaba muerto. Estaba
en mi cama, tendido.
Se está muerto aunque lata
el corazón, amigos.
Y se abre la ventana
y yo, sin cuerpo (vivo
y sin cuerpo, o difunto
y con vida), hundido
en el azul. (O acaso
sea el azul, hundido
en mi carne, en mi muerte
llena de vida, amigos:
materia universal,
carne y azul sonando
con un mismo sonido.)
Y en todo hay oro, y nada
duele ni pesa, amigos.
A hombros me llevan. Quién:
la primavera, el filo
del agua, el tiemblo verde
de un álamo, el suspiro
de alguien a quien yo nunca
había visto.
Y yo voy arrojando
ceniza, sombra, olvido.
Palabras polvorientas
que entristecen lo limpio:
Funcionario,
tintero,
30 días vista,
diferencial,
racionamiento,
factura,
contribución,
garantías...
Subo más alto. Aquí
todo es perfecto y rítmico.
Las escalas de plata
llevan de los sentidos
al silencio. El silencio
nos torna a los sentidos.
Ahora son las palabras
de diamante purísimo:
Roca,
águila,
playa,
palmera,
manzana,
caminante,
verano,
hoguera,
cántico...
... cántico. Yo, tendido
en mi cama. Yo, un hombre
como hay muchos, vencido
esta tarde (¿esta tarde
solamente?), he vivido
mis sueños (esta tarde
solamente), tendido
en mi cama, despierto,
con los ojos hundidos
aún en las ascuas últimas,
en las espumas últimas
del sueño concluido.


JOSÉ HIERRO, “Una tarde cualquiera”, de Quinta del 42 (1953)



Conclusión: "La poesía no es de quien la escribe, sino de quien la necesita", dice el cartero de Neruda en el libro de Skármeta. En efecto, la obra literaria ya nos pertenece después de haber interpretado el pensamiento que moldea el autor ("fingidor", en expresión de Pessoa). En el papel, su pluma representa los sentimientos que desprende la especie humana. No debemos tener miedo a opinar, a compartir sentimientos, a equivocarnos, a comprender la locura, a reír, a llorar, a soñar o a criticar: la literatura debe conducirnos a la disidencia porque cada lector sueña mundos distintos. Ya lo dijo Borges: "el arte debe ser como ese espejo / que nos revela nuestra propia cara".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Querido H, con este poema me felicitaste mi vigésimo cumpleaños y fue uno de los mensajes más hermosos que tuve, aquí lo dejo para deleite del que visite este blog lleno de arte, literatura, cine... por supuesto todo mezclado con la pincelada de tu talento.
Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
El tren y la mujer que llena el cielo.
Tu soledad esquiva en los hoteles
y tu máscara pura de otro signo.
Es la niñez del mar y tu silencio
donde los sabios vidrios se quebraban.
Es tu yerta ignorancia donde estuvo
mi torso limitado por el fuego.
Norma de amor te di, hombre de Apolo,
llanto con ruiseñor enajenado,
pero, pasto de ruina, te afilabas
para los breves sueños indecisos.
Pensamiento de enfrente, luz de ayer,
índices y señales del acaso.
Tu cintura de arena sin sosiego
atiende sólo rastros que no escalan.
Pero yo he de buscar por los rincones
tu alma tibia sin ti que no te entiende,
con el dolor de Apolo detenido
con que he roto la máscara que llevas.
Allí, león, allí furia del cielo,
te dejaré pacer en mis mejillas;
allí, caballo azul de mi locura,
pulso de nebulosa y minutero,
he de buscar las piedras de alacranes
y los vestidos de tu madre niña,
llanto de media noche y paño roto
que quitó luna de la sien del muerto.
Si, tu niñez ya fábula de fuentes.
Alma extraña de mi hueco de venas,
te he de buscar pequeña y sin raíces.
¡Amor de siempre, amor, amor de nunca!
¡Oh, sí! Yo quiero. ¡Amor, amor! Dejadme.
No me tapen la boca los que buscan
espigas de Saturno por la nieve
o castran animales por un cielo,
clínica y selva de la anatomía.
Amor, amor, amor. Niñez del mar.
Tu alma tibia sin ti que no te entiende.
Amor, amor, un vuelo de la corza
por el pecho sin fin de la blancura.
Y tu niñez, amor, y tu niñez.
El tren y la mujer que llena el cielo.
Ni tú, ni yo, ni el aire, ni las hojas.
Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
Un beso enorme. M
Conchy