Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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sábado, 16 de junio de 2007

El dolor que en verdad siente


Os copio un comentario sobre Inés desabrochada (Antonio Gala), que escribí en el foro del campus virtual de la asignatura de Movimientos Literarios hace algún tiempo. Esta obra de teatro me parece interesante no tanto por la interiorización de los personajes (creo que en el diálogo no logra representar con total acierto a las distintas personalidades) como por el mensaje que contiene.

Inés desabrochada es un bello homenaje de Antonio Gala al teatro. La protagonista mantiene la esperanza de encontrar a su Don Juan: el amor verdadero: el cálido aplauso de un público frente al que se desnuda, representando en el escenario al prototipo de la mujer soñadora (esa mujer que, desgraciadamente, abunda cada vez menos en una sociedad mercantil que trafica con los sentimientos y las emociones). Concha Velasco representa, en el escenario, a Inés, un modelo de mujer que es ella misma: así pues, como decía Pessoa, “finge que es dolor / el dolor que en verdad siente”.

Antonio Gala ha sabido plasmar a la perfección esta idea, ya que –me permito, pues no sé expresar esto de manera mejor, el lujo de reproducir un fragmento de un bello texto que me dedicó Arturo Peralta– “el poeta, por mucho que lo niegue, no deja de ser un fingidor. Finge del mismo modo que un actor cuando representa los pensamientos y actos de un personaje. En ambos casos, las ideas, acciones o sentimientos que representan en el papel o en el escenario se convierten en arte no tanto por expresar un contenido propio y particular como por dar voz y forma a la materia y al espíritu que anida en el mundo y en el público que, a su vez, interpreta sus obras.”

Precisamente aquí, como buen homenaje al teatro, la idea del público es capital, ya que el autor cree que, para representar óptimamente una obra, se necesita tanto la participación de los actores como la del público. Un público minoritario, sí, pero exigente, que busca sentirse representado en el escenario y que es, por qué no decirlo, el Don Juan de todos los actores. Como escribió Jaime Gil de Biedma: “Dejar huella quería / y marcharme entre aplausos / -envejecer, morir, eran tan sólo / las dimensiones del teatro”… En definitiva, el aplauso y el recuerdo del final de cada representación por parte del público son el pan que, día a día, mantienen vivos a los actores. La purificación del teatro.

Destaca a lo largo de toda la obra un aliento poético que, en palabras de Inés (“Todas las cadenas de alta fidelidad no harán que cada uno de nuestros sentidos reciba su debido mensaje”, por citar algún ejemplo), mantienen viva la esperanza de poder soñar, de ser tú mismo… La esperanza de poder VIVIR en un mundo superficial que no desea fingidores: que odia, en definitiva, las sólidas representaciones del amor más puro: el teatro y la poesía.

Héctor Acebo Bello


Imagen: FRANZ MARC, Los pequeños caballos azules


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