Es bien sabido que la mayoría de las desigualdades de nuestra sociedad se deben al desarrollo tecnológico de la información (o, mejor dicho, a la incapacidad de adaptación).
Por otra parte, los medios de comunicación de masas y la política se encargan de desarrollar el discurso anti-solidaridad.
Desde esta perspectiva, voy a tratar de analizar nuestra sociedad basándome en "Entender nuestro mundo", un artículo de Manuel Castells.
Según Castells, los cambios sociales que revolucionaron los años sesenta y la transformación de las tecnologías de la información nos han conducido a una nueva era basada en una estructura social dominante, la sociedad red; una nueva economía, la economía información-global; y una nueva cultura, la cultura de la virtualidad real.
La revolución de la tecnología trajo consigo la aparición del informacionalismo, un modelo social en donde la generación de riqueza y la creación de códigos culturales dependen de la capacidad tecnológica de la sociedad. Las nuevas tecnologías de la información facilitaron el surgimiento de un capitalismo duro (hablando de fines y valores) y flexible (si nos referimos a medios), que genera una riqueza inimaginable, a la vez que excluye de sus redes a grupos sociales y territorios que no entran dentro de los planes de la dinámica del capitalismo global.
Como es lógico, con el surgimiento de la nueva sociedad, se han transformado estructuralmente las relaciones de producción, las relaciones de poder y las relaciones de experiencia, apareciendo una nueva cultura y la consiguiente modificación de las formas sociales del espacio y el tiempo.
Respecto a las relaciones de producción, Castells distingue entre trabajador genérico (prescindible; convive con máquinas) frente a trabajador autoprogramable (muy productivo); hay una barrera entre ambos: el nivel de educación y, sobre todo, la capacidad de acceder a niveles superiores de educación o, en otras palabras, de “reprogramarse” de cara al cambio constante que exigen las tareas del proceso de producción.
En cuanto a las relaciones de clase, el nuevo sistema se caracteriza por el aumento de desigualdad en cuanto a renta y posición social. Castells achaca la culpabilidad a una serie de factores: la diferenciación fundamental entre un trabajo autoprogramable y un trabajo genérico; la individualización del trabajo, que repercute en la desaparición gradual del Estado de bienestar (aunque otros factores, como la globalización de la economía y la deslegitimación del Estado, que provoca inseguridad en el ciudadano, también tienen su parte de culpa). Por otra parte, las relaciones de clase también acusan la exclusión social; esto es debido a que a la mayoría de trabajadores genéricos se les asigna trabajos temporales (circulan por muchos puestos de trabajo, con discontinuidad). Así pues, la pérdida de una estabilidad laboral conduce a muchos trabajadores, que se ven totalmente inseguros, a crisis personales. Castells ha denominado a esta espiral descendente de exclusión social “los agujeros negros del capitalismo informacional”, que no sólo afecta a los “miserables”, sino también a la clase media.
Hay que tener en cuenta que en esta sociedad la educación es la clave del trabajo; actualmente los generadores de información y conocimiento no son otros que los nuevos productores del capitalismo informacional. Quienes controlan los medios de producción abusan y explotan a los productores individuales y a los trabajadores genéricos. La fragmentación de la mano de obra entre los productores informacionales y los trabajadores genéricos y la exclusión social de trabajadores o consumidores que ya no se consideran válidos conforman las divisiones sociales fundamentales de la era de la información.
Respecto a las relaciones de poder, la principal transformación la acusa el pueblo en su grado de incertidumbre ante la crisis del Estado Nación como entidad soberana y la consiguiente crisis de la democracia política. Esta multilateralización de las instituciones del poder produce una nueva estructura de poder -el Estado red-, en la que las relaciones de poder son siempre específicas para determinados actores o instituciones. En este mundo de constantes cambios de poder, el liderazgo individual substituye a los agrupamientos de clase. El poder como tal se plasma en los medios de comunicación y en la manipulación de símbolos. Hay un paralelismo entre la cultura y el poder: la primera es fuente de poder, y éste, a su vez, constituye la nueva jerarquía social de la era de la información.
En cuanto a las relaciones de experiencia, esta sociedad caracterizada por las relaciones individualizadas del trabajo ha afectado sobre todo a la estructura familiar, en concreto a la autoridad patriarcal, que actualmente sólo puede vivir bajo la tutela de estados religiosos o autoritarios y no en sociedades tan abiertas y tan poco igualitarias. Las redes de personas cada vez substituyen más a la estructura familiar común.
Todos estos cambios en las relaciones de producción, poder y experiencia afectan a las configuraciones espaciotemporales que conforman la cultura de la virtualidad real (sistema en el cual la propia realidad está inmersa en un mundo de símbolos que no sólo son metáforas, sino que constituyen la realidad): el tiempo se ha convertido en el tiempo atemporal de las redes electrónicas y el espacio de flujos sustituye a los lugares de la realidad.
“Las formas fugaces de asociación son más útiles que las conexiones a largo plazo, y en parte, también que los lazos sociales sólidos –como la lealtad han dejado de ser convincentes”, escribe Richard Sennet en La corrosión del carácter. Y es cierto: el nuevo sistema aboga cada vez más por los trabajadores a corto plazo, lo cual afecta –qué contradicción- a todos los niveles: tanto a los jefes –los obreros no rinden al máximo- como a los trabajadores, que viven un clima de inseguridad y no pueden desarrollar una trayectoria coherente. La estructura piramidal se está substituyendo por una estructura de red en donde nadie asume ningún compromiso, pues todos están sujetos a los posibles recortes de la empresa.
La implicación psicológica con el trabajo es mucho mayor, pero no hay demasiadas críticas hacia el sistema porque, con la estructura de red, nos sentimos partícipes del trabajo, cuando, en realidad, sacrificamos la mayor parte de nuestro preciado tiempo para que el trabajo salga adelante. Y es que, como dijo Karl Marx, “el obrero es un apéndice de la máquina”: se exige al trabajador una rutina extremadamente peligrosa que lo conduce, en muchos casos, a la alienación (Tiempos modernos de Chaplin da fe de ello). La individualización que propaga el capitalismo destruye núcleos familiares, quita las ansias de vivir. Por eso escribió Pablo Neruda: “Sucede que me canso de ser hombre”.
Siguiendo el ejemplo de Sennet, “La rutina pude degradar, pero también puede proteger; puede descomponer el trabajo, pero también componer la vida”. Ante este panorama de incertidumbre, debemos hacernos la siguiente reflexión: ¿Cómo vamos a inculcar ciertos valores a nuestros hijos si las relaciones labores nos destrozan, nos esclavizan, nos individualizan…? De nada sirve vivir en democracia si no tenemos tiempo libre. No hay pecado más grande que arrebatarle al obrero el derecho a amar y a soñar. Sin duda, estamos ante la verdadera dictadura capitalista cuyo único objetivo es el lucro, sin ninguna finalidad moral.
Por otra parte, el texto de Manuel Castells nos da pie a reflexionar acerca de la insumisión que presentamos frente a las leyes del actual paradigma social: que todos tengamos la “obligación” de comulgar con un pensamiento único que no tiene porque ser válido, sino que está ahí posiblemente porque, como dijo Foucault, “la verdad científica no tiene que ver con el conocimiento, sino con el poder”. Y el poder, como todos sabemos, lo representan aquéllos que se dedican a explotar al trabajador, que buscan su máximo beneficio: así pues, yo me pregunto: ¿será apropiada la cultura que recibimos si procede del abuso? ¿Existe ética en el poder? Me avergüenzo al pensar lo evidente: que el conocimiento se considera una mera mercancía, pues la economía de mercado rige las pautas de nuestra cultura. Esto explica la exclusión de seres “no funcionales”: la lamentable brecha que divide al mundo entre los seres válidos o no válidos para trabajar con la información.
En fin, tanta palabra intenta justificar el hallazgo, por cierta, sorpresivo, de que
Para terminar, pediré un deseo: espero que los “ricos” tengan la suficiente voluntad, no olvidemos que ellos conocen
Yo, por mi parte, he elegido estos versos de Eugénio de Andrade para acunar a mi futuro hijo –pongamos que se llama Miguel–:
Te miro desde aquí, Miguel, te veo jugar con los cubillos, juntándolos y empujándolos, tren que viaja hacia cualquier parte a donde no se llegue dilacerado o amputado de la alegría de sentirse el hombre nacer para un amor nuevo, una imaginación nueva, distante ya, y vamos a decirlo con las tremendas de palabras de Nietzsche, de este asilo de enajenados que ha sido la tierra.
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BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:
CASTELLS, M., "Entender nuestro mundo", en Revista de Occidente, nº 205,1998.
- nSENNET, R., La corrosión de carácter, Barcelona, Anagrama, 2001.
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