Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

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domingo, 8 de julio de 2007

Vida y obra (comentario de un artículo de Eduardo Mendoza)

Escritores

EDUARDO MENDOZA

El País - 05-06-2006

Los desvaríos intelectuales de algunos escritores afloran de tanto en tanto, y últimamente por partida doble. En Alemania se ha armado un pequeño alboroto porque le han dado un premio a Peter Handke, a quien en París acababan de darle con la puerta de un teatro en las narices por sus simpatías manifiestas por el difunto y siniestro Milosevic. Ahora la cuestión está en determinar si las adhesiones personales han de interferir o no en el reconocimiento de los méritos literarios.

Desde siempre, la sociedad exige determinadas normas de comportamiento a personas que ocupan una posición emblemática. Pero los criterios de aplicación de esta norma no son coherentes. A un profesional distinguido se le pide que haga bien su trabajo; en su vida privada o con sus ideas nadie se mete. Un deportista puede pensar cualquier cosa, o ninguna, pero ha de guardar una conducta intachable en lo del alcohol, el fumar y las drogas para no dar un ejemplo pernicioso a la juventud, aunque la mayoría de aficionados al deporte son hombres talludos, de copa y puro. En cambio, a los roqueros, que están muy próximos a los adolescentes, se les presume y jalea el consumo y el abuso de sustancias tóxicas. Luego los chicos los imitan y la palman.

Los escritores, como los roqueros, no han de ser un modelo de continencia. Al contrario: un escritor morigerado infunde sospecha. Un novelista cabal ha de beber en exceso y ser un poco golfo. En cambio, sus opiniones sobre asuntos sociales, políticos o éticos cuentan mucho porque para la gente los escritores son un referente moral.

No debería serlo, porque su función no consiste en proponer pautas de conducta, sino en crear espacios coherentes de ficción que se puedan extrapolar a la imaginación del lector. Si hacen esto, es natural que unos sean buenas personas, otros malas, todos inconsecuentes, porque abarcan todos los rincones del ser y del pensar. Pero la dimensión didáctica está ahí y, contra eso, nada se puede hacer.

De modo que yo no veo mal que un jurado premie la obra aunque repruebe las opiniones del autor. Pero lo contrario tampoco me parece mal. También los jurados literarios y los directores de teatro representan sectores de la sociedad y posturas divergentes. Y que la función no pare.


Siempre he partidario de separar, por un lado, la vida; y, por otro, la obra (o lo que es lo mismo, la persona del artista). A fin de cuentas, como dice Mendoza, la función del escritor no debe ser otra que conducirnos a mundos a los que difícilmente tendríamos acceso en la vida real. Por eso escribió Borges: "La literatura no es más que un sueño dirigido".

Una compañera de clase me comentaba hace unos días que autores malditos como Pound o D'Annunzio tienen su hueco en la literatura universal, pero me gustaría subrayar lo siguiente: cuando un autor arisco o retraído (es decir, algo que se escape de "lo normal") vive y crea, la sociedad, bajo mi punto de vista, intenta ignorarle porque las mentes críticas, ya se sabe, suponen un peligro cuando cuestionan las decisiones del poder. Ahí está el caso de Pessoa, el poeta portugués más grande de todos los tiempos, que murió en el más triste de los anonimatos... Ch. Baudelaire, que sufrió para sobrevivir (un dato: varios de los poemas de Las flores del mal estuvieron prohibidos hasta bien entrado el siglo pasado)... Y lo mismo está pasando ahora con autores como Leopoldo María Panero o Juan Goytisolo. Eso sí, cuando un artista fallece, le construyen un monumento (tal vez por la idea errónea de que el pensamiento muere con el autor).

Sea lo que fuere, soy partidario de absorber una obra sin prejuicios: lo que menos me importa es la vida del artista siempre y cuando cumpla con efectividad su trabajo. Es por eso que leo a Gottfried Benn sin pensar en su pasado filonazi. Y me emociono con Neruda sin tener en cuenta su pasión por Stalin.

En fin, "que la función no pare". Salud.

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Imagen: RENÉ MAGRITTE, Calcomanía


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