Convivir durante unos minutos en un estadio de fútbol resulta ser algo así como palpar una miniatura de la sociedad. Los gritos que desgarran la garganta de los machos ("¡Oleguer, rojo de mierda, tú a las manifestaciones okupas!") demuestran la escasa cooperación que ofrecen a aquellos que, afortunadamente, no piensan como ellos. "Vale, soy facha, lo reconozco", afirmaba otro, asumiendo, orgulloso, su culpabilidad.
Por otro lado, están los aficionados que disfrutan viendo jugar a las estrellas, que te piden la hora para entablar conversación y que discrepan de los comentarios xenófobos que lanza el proyecto de cerebro que está detrás de nosotros. Qué razón tiene Benjamín Prado cuando nos recuerda aquellos versos de Valéry: "Sólo estoy seguro de haber comprendido una cosa cuando tengo la impresión de que hubiera podido inventarla". Yo tampoco puedo inventar ciertos insultos. Y eso que me pongo, no como ellos, en la carne del otro...
Claro que luego están la magia, la belleza y la precisión que desgranan Xavi Hernández, Cesc Fábregas y Andrés Iniesta. En el partido de clasificación para la Eurocopa que se disputó ayer en el Bernabéu (España 3 - Suecia 0), los alumnos aventajados de Guardiola volvieron a demostrar algo obvio que no parecen entender, como tantas otras cosas, los protagonistas del prefacio: cuando tres jugadores desbordan calidad a raudales, por muy parecidos que parezcan (valga la redundancia), pueden (y deben) jugar juntos. De la Peña tiene las puertas abiertas. Y Xavi debe tirar siempre las faltas (con permiso de Villa, que en los últimos metros no perdona) para demostrar que, a pesar de la sombra de Ronaldinho, sus parábolas destilan sabiduría.
Claro que luego están la magia, la belleza y la precisión que desgranan Xavi Hernández, Cesc Fábregas y Andrés Iniesta. En el partido de clasificación para la Eurocopa que se disputó ayer en el Bernabéu (España 3 - Suecia 0), los alumnos aventajados de Guardiola volvieron a demostrar algo obvio que no parecen entender, como tantas otras cosas, los protagonistas del prefacio: cuando tres jugadores desbordan calidad a raudales, por muy parecidos que parezcan (valga la redundancia), pueden (y deben) jugar juntos. De la Peña tiene las puertas abiertas. Y Xavi debe tirar siempre las faltas (con permiso de Villa, que en los últimos metros no perdona) para demostrar que, a pesar de la sombra de Ronaldinho, sus parábolas destilan sabiduría.
Que aprendan de la selección algunos de sus aficionados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario