A mi madre, que hoy cumple años
Tantas veces recé para convertirme
en una niña, que ahora luzco
–como ella– lunares, sortijas
y un foulard azul celeste
encima de la camisa.
A veces, nos acostábamos juntos,
y lo que más me gustaba era pedirle
(cuando la madrugada arreciaba)
un vaso de leche con cacao.
Bien calentito.
No éramos novios: Yo tenía
–de puntillas– 10 años;
y ella tal vez 30, recostada.
Aida se llamaba
aquel amor de fantasía.
***
(La Huella Digital, 2/12/2010)
2 comentarios:
Es uno de los poemas más bellos de tu libro... y, desde luego, el más entrañable. Todos amamos a nuestra madre, pero si además es hermosa e inteligente como la tuya, y con el don de gentes que tú heredaste, ya es más que suficiente para amarla y admirarla.
El complejo de Edipo, sin consecuencias, desde luego, late en el fondo del poema y lo reflejas de una sutilísima forma (bien por el grado superlativo... ¿por qué no?
Muchísimas gracias. Comentarios tan sinceros como el tuyo le alegran a uno el día. Se nota que conoces bien a mi querida madre.
Pese a quien le pese, seguiremos utilizando el grado superlativo, a fin de embellecer el discurso. Esa es mi respuesta a la ignorancia, a la envidia, a la ruindad, al machismo...
Gracias, de nuevo, por estas palabras tan sinceras y cariñosas... y por haber leído mi ópera prima.
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