Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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viernes, 11 de febrero de 2011

Un 'western' salvífico

'Valor de ley' ('True grit'), el nuevo trabajo de los hermanos Coen, es una fiel adaptación del clásico y emocionante filme de Henry Hathaway


Existen películas con extrañas propiedades curativas o, mejor dicho, salvíficas, pues logran que uno se olvide del paso del tiempo. El prodigio artístico se acentúa en esta época invernal: entramos en la sala del cine a las 5 de la tarde, en pleno día, y salimos dos horas más tarde, cuando la noche impone su dominio. Nos parece que, en un repente, hubiesen transcurrido varios siglos.

Esas propiedades salvíficas, me atrevería a decir, son consustanciales al mejor cine del Oeste, que posee sus códigos propios, prácticamente inalterables a lo largo del tiempo. El western, en palabras del crítico André Bazin, "se funda en el travelling y en la panorámica, que niegan el cuadro de pantalla y restituyen la plenitud del espacio". La cámara respira: y nosotros asistimos, al igual que en la infancia, a la conquista imaginaria de las infinitas praderas. La constante sensación de amenaza viene determinada por la rugosa cartografía. Y los personajes que más nos cautivan son aquellos que, dentro o fuera de la ley, poseen un código moral (al contrario que el villano, tan mezquino y avaricioso). Esos hombres ambiguos, rudos y lacónicos, que pertenecen a una época concluida y deambulan en busca de una oscura rehabilitación, nos arrastran a vivir una impagable aventura. En un territorio hostil, las íntimas conversaciones al amor del fuego nos animan a exorcizar los fantasmas y a seguir confiando, pese a tanta sangre derramada, en nuestros semejantes. ¡Ah, la épica!

Valor de ley, un western ejemplar dirigido en 1969 por Henry Hathaway, cuenta la historia de una muchacha de 14 años que busca venganza por la muerte de su padre y une a dos cazadores de recompensas. Para construir esta parábola sobre el bien y el mal (con todas sus tildes y ambigüedades), los hermanos Coen se han basado, como ya hiciera Hathaway, en el libro de Charles Portis. "No es un remake. Ni siquiera volvimos a ver la película original", aseguran los Coen. Pero lo cierto es que, para nuestro deleite, el novísimo filme es fiel a los postulados clásicos de Hathaway, quien, a través de la acción, contaba –con una envidiable soltura– las historias emocionales.

Las únicas variaciones reseñables tienen que ver con la fotografía y con el enfoque narrativo. Por un lado, en la adaptación de los Coen, Roger Deakins potencia, con una delicadeza cercana a la fantasía, los cielos nocturnos. Tocante a la narración: mientras que en la cinta de Hathaway se producían, al inicio y al término, dos determinantes elipsis temporales (la primera venía dada, en efecto, por la dolorosa muerte), los Coen optan por contar la historia mediante un largo flashback, valiéndose de la voz en off de Mattie, la otrora niña, convertida en una elegante señora. Pese a que este recurso de la voz en off funciona estupendamente en el epílogo, logrando acentuar la emoción de la pérdida del ser querido y la incomprensión ciudadana, el prólogo resulta, para mi gusto, un tanto cachazudo.

El filme de los Coen, pues, tarda en arrancar (o en atrapar, mejor dicho, al espectador) más que el de Hathaway, pero la presentación de los dos personajes protagonistas es prácticamente igual de modélica. La verdadera impulsora de la trama es la mentada Mattie, una adolescente que lleva –como sabemos desde un primer momento– las cuentas del negocio familiar. El personaje, inteligente, maduro y valiente, desmitifica el conservador canon femenino del Oeste: nada tiene que ver esta niña de 14 años con la sumisa e ignara ama de casa o con la chica fácil del saloon.

En el western, no caben las medias tintas: el decir equivale al hacer. Pese a resultar tan renovador, el personaje de Mattie está concebido, en las dos versiones de Valor de ley, de acuerdo a esa máxima. La adolescente, decidida a viajar al territorio indio con los dos cazarrecompensas, utiliza la palabra como un revólver ("No tolero que se me lleve la contraria cuando tengo razón"), sacando a relucir constantemente el nombre de su abogado y amenazando con llevar a los tribunales a todo aquel que se desdiga o no cumpla su palabra. Hay un diálogo que define perfectamente la rica psicología de este menudo personaje: "A las chicas les gustan las muñecas, pero a ti te gustan más las armas, ¿eh?", le dice el cobarde asesino de su padre. Y la propia Mattie responde sin titubear: "Si así fuera, no me habría fallado (el revólver)". ¿La muchacha lava, in situ, los pecados que está cometiendo? Yo más bien diría que trata de enfrentarse, con la mayor dignidad posible, a la cruda realidad del momento, asumiendo que en esas condiciones una niña sólo puede hacerse respetar a través de la violencia.


Tal vez porque me recuerda a José Mediante (un malogrado ser querido), uno siente, en esta historia, especial predilección por el personaje que interpretara originalmente el gran John Wayne: el tuerto y borracho Rooster Cogburn, quien vive en una especie de madriguera (el almacén de una tienda de ultramarinos regentada por un chino). En la versión de los Coen, Jeff Bridges (nuevamente nominado al Oscar) acentúa la embriaguez de este cazarrecompensas, demostrando un dominio absoluto de la voz, que es en realidad una prolongación de su devastado cuerpo. Atormentado, sí, pero muy locuaz, Cogburn es un personaje que traspasa el estereotipo lacónico del Oeste. Su brutalidad se torna en un simple disfraz cuando conoce a la atrevida Mattie: "¡Vaya con la chica! Me recuerda a mí mismo". Paradójicamente, el agente que dispara a un tiempo dos revólveres, el cazador de ratas, el hombre más temido del condado, se convierte, gracias a la muchacha, en el ser más valiente del Oeste: quiere –y se deja querer– aun a costa de perder su fama de tipo brutal. La misma fama por la que fue contratado para dar caza al asesino del padre de la propia Mattie.

¡Epifanía al cubo! Al conocerse, los entrañables protagonistas de esta salvífica historia anulan –como los más fogosos amantes– la conciencia del tiempo, nuestro mal mayor. Y ya es de noche…

La Noche Americana, 11/02/2011

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