Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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viernes, 15 de julio de 2011

Trapiello compara a nuestros políticos con los muñecos de resorte


En uno de sus últimos artículos, Trapiello compara a nuestros políticos con los muñecos de resorte. A las órdenes de sus respectivos relojeros, estos autómatas hacen siempre las mismas cosas, "previsibles, entrando, saliendo, levantando la mano con movimientos sincopados, esquemáticos. Y sin embargo, no podemos apartar de ellos la vista, esperamos sus apariciones con romántica expectación, deseando sin duda que un día conquisten al fin su libertad", escribe el literato Trapiello. Reproduzco su maravilloso artículo a continuación:
Autómatas curiosos
Por ANDRÉS TRAPIELLO ("Magazine", La Vanguardia, 03/07/2011)


En un opúsculo de cierto Julio Cavestany, marqués de Moret, titulado precisamente así, Autómatas curiosos, se nos habla del Papa-Moscas de la catedral de Burgos, de los maragatos de Astorga y de otros muchos.

¿Qué ha fascinado tanto de esos muñecos a tantas gentes sin distinción de género ni condición y en todas las épocas, a niños, artistas (Leonardo), poetas (Poe), sabios (Benjamin)? ¿Su puntualidad? ¿Su audacia, el que imiten, a veces con maestría, los movimientos humanos que a los humanos no siempre les es posible ejecutar?

Citando a don Antonio Ponz, autor de un viaje legendario, nos habla Cavestany de uno de los autómatas más prodigiosos de que se tenga noticia. Su autor fue el relojero de Carlos V, el cremonense Juanelo Turriano, famoso por sus ingenios, como aquel que industrió para subir hasta el alcázar de Toledo el agua cristalina del Tajo en el que se bañaban las ninfas que allí descubrió Garcilaso. El muñeco de Juanelo fue pronto muy popular en toda la ciudad, que le apodó con el nombre de “el hombre de palo”. Se decía que el autómata iba cada mañana desde la casa de Juanelo hasta la del arzobispo, que vivía enfrente, y allí tomaba de un azafate o canastilla de mimbre su ración de pan y carne, “haciendo cortesías al ir y al venir”. Juanelo lo hacía volar de casa a casa mediante una industria de poleas, ruedas y jarcias que lo sacaban de un balcón y lo metían en el de enfrente, para admiración de los vecinos, que acudían a diario a ver aquel vuelo no menos asombroso que el del famoso y también toledano licenciado Torralba, presente en el famoso saqueo de Roma sin haber salido de su casa toledana.

Uno, como tantas gentes, se ha quedado maravillado por toda esa clase de muñecos de resorte, sin importarle la complejidad de la mecánica que los hace moverse, sea el que fabricó Wolfgang von Kempelen, en 1769, capaz de ganar al ajedrez a los mejores maestros, o el más elemental cuco que deja su casita para anunciar la hora. Creo que en todos los casos hay en esa fascinación algo más que la que nos causa su industria. Al contrario de lo que decía el Basilio del Quijote (“No milagro, milagro, sino industria, industria”), uno parece esperar siempre de un autómata algo más: el milagro. No sé, que dejarán la torre de la catedral en la que parecen estar cautivos, que se enamorará de la hija del rey para el que fueron construidos o que, en el caso del cuco, un día, tras dar la hora, en vez de volver a meterse, se echará a volar.

Hace unas semanas hemos visto que se han cambiado en muchos lugares unos políticos por otros, pero muchas gentes aseguran que les parecen, unos u otros, “los mismos”, sin duda porque los ven como autómatas, a las órdenes de sus respectivos relojeros, haciendo siempre las mismas cosas, previsibles, entrando, saliendo, levantando la mano con movimientos sincopados, esquemáticos. Y sin embargo, no podemos apartar de ellos la vista, esperamos sus apariciones con romántica expectación, deseando sin duda que un día conquisten al fin su libertad.

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