Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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martes, 16 de enero de 2007

Un verano con Andrade


Este verano descubrí la poesía de Eugénio de Andrade gracias a mi amigo-y-profesor Arturo Peralta. Los versos del poeta portugués me ayudaron a revivir pasajes de la infancia, a asumir la mayoría de edad, a "convertir la luz en canto".

Los versos de Vertientes de la mirada y otros poemas en prosa -mi libro favorito de Andrade- desprenden fulgor, frescura, magia... En todos ellos siempre está presente la figura materna y el paraíso de la infancia. Son versos que piden a gritos ser leídos en el campo (bajo la sombra de un viejo roble, tal vez), riegan nuestras raíces.

He escogido tres poemas de Andrade que resumen mi último verano en San Tirso (mi querido pueblo). El primero de ellos se titula "Infancia" y es el punto de partida, la vuelta al campo, a las raíces... Releo estos versos y vienen a mi memoria las vastas tardes de verano. El contexto es el siguiente: palpo la naturaleza, me unto de blancura, paseo lentamente por las veredas del tiempo. Alrededor de las siete de la tarde emprendo el viaje más hermoso: la visita al caserío de Robaín (el hogar de mis queridos abuelos): y regreso, aunque sólo sea durante unos minutos, al paraíso de la infancia.
Salgo de casa para ver los estorninos; son incontables a esta hora de la tarde,
en revuelos sucesivos sobre los árboles. Cuando la noche cae, ya estoy de
vuelta, la mirada atravesada por rápidos fulgores. La luz es todo lo que me
traigo, porque también yo tengo miedo de lo oscuro.
(EUGÉNIO DE ANDRADE, "Infancia")



"Infancia" se enlaza -por lo menos en mi mente- con el siguiente poema que he elegido: Sobre el lino. Llego a lo alto de la colina, mis abuelos están trabajando en el campo, besohondamente sus mejillas. “A las ocho y media cenamos, voy a preparar la cena”, anuncia mi abuela. Mi abuelo y yo nos fundimos en la blancura del campo, laten las gatas –de Pavese, tal vez-, el cielo es del color de las hormigas. De regreso al caserío, cenamos en la solana. La tarde, como mis abuelos, se resiste a envejecer. Yo resucito. En su regazo.

De aquel cielo de campesinos traje el azul, el azul limpio de lino, el azul blanco. Aquí lo extiendo, donde la noche es más pura(exactamente como otrora en la ribera unas mujeres antiquísimas tendían la ropa en las piedras de la mañana) y en él me acuesto. Ojalá pudiese, como ellas, dormir ahora tranquilo, la tarea cumplida.
(EUGÉNIO DE ANDRADE, "Sobre el lino")



Por último, he escogido un canto de despedida, "Vastos campos", que representa mis últimos días en San Tirso, el corazón en carne viva. Intento aprovechar al máximo las últimas horas en el pueblo, paseo por la orilla del Eo, me fundo en la obscuridad, imito el canto de los grillos. Pienso en mis padres, en mis abuelos, en Elisa, en Castro, en Moncho… en todos los seres queridos. Son, sin duda, las noches más largas del año. "Aquí, en este momento, termina todo, / se detiene la vida. Han florecido luces amarillas / a nuestros pies, no sé si estrellas (...)": los versos de José Hierro laten en mi mente. Arden los campos.

Voy a hacerte una confidencia, tal vez haya empezado a envejecer y el deseo, ese perro, me ladra ahora menos a la puerta. Nunca he necesitado visitar curanderos
del alma para saber lo vastos que son los campos del delirio. Ahora voy a sentarme en el jardín, estoy cansado, septiembre ha sido un mes de venenosas claridades, pero esta noche, para mi alegría, la tierra va a arder conmigo. Hasta el final.
(EUGÉNIO DE ANDRADE, "Vastos campos")

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