Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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domingo, 13 de mayo de 2007

La novela inacabada de Austen


La novela inacabada
que mi sueño terminó
no era de un rey ni de un hada,
que era de quién no soy yo.

Fuera de lo que decía,
decía yo quién no era…
Primavera florecía
sin que hubiese primavera.

Del sueño que vivo es mito,
perdido para salvarlo…
¿Quién me arrancó aquel escrito
que quise sin acabarlo?


Estos versos del primer Pessoa podrían resumir el valor de las grandes obras literarias. Y es que, como se apuntaba en otra parte del debate, la literatura es arte, y, por ende, debe ser algo más que un simple entretenimiento. Así pues, las “fábulas de fuentes” –en expresión de Jorge Guillén– deben mostrar al lector nuevos mundos, sueños inalcanzables que nos conduzcan a la libertad. Sólo de esta manera estaremos en condiciones de explorar –si es que de veras existe– nuestro propio “yo”.

Jane Austen consigue, con su obra capital, todas estas premisas. La lucha continua entre el Orgullo, que representa Darcy, y el Prejuicio (es decir, Elizabeth) nos conduce “al río del discurso”, en palabras de Gottfried Benn. Y es que, en el momento en que reine la disidencia –el principal objetivo de la literatura–, estaremos en condiciones de abordar cualquier tema desde diversos puntos de vista, lo cual nos enriquece a la hora de conformar nuestra propia opinión. En la obra de Austen, los dos protagonistas nos confirman, beso a verso, que no existe una única verdad: así pues, el orgullo y el prejuicio se diluyen a favor del amor.

Por otra parte, Orgullo y prejuicio también nos dice el “quién no era” de Pessoa: individuos que, como Wickham, no creen en los sueños ni aprenden de sus fallos porque sólo aceptan su propia “verdad”. Como dijo Leopoldo María Panero: “Dios me proteja de pensar como esos / hombres que piensan solos y / viven por ello de olvidar lo / que pensaron –porque / la mente no está sola y / Aquel /que canta la canción perdurable /demasiado la siente, demasiado.”

Otra lucha constante a lo largo de toda la novela sería la Naturaleza (Darcy) contra el Arte (Elizabeth). Para Austen, lo ideal no es otra cosa que un punto intermedio, lo cual se refleja en la unión de ambos caracteres. De aquí se desprende que, en la vida, se necesita una mezcla de inspiración y de trabajo. Quizás Austen concibiera de esta manera su oficio de hacedora de palabras…

En fin, tanta palabra sólo pretendía justificar “la novela inacabada que mi sueño terminó”. Esto quiere decir que, en las grandes obras, se necesita siempre nuestra propia firma, esto es, un ejercicio de reflexión que ordene todos los pasajes explorados. He aquí la gran diferencia entre el cine y la literatura: mientras que, en una película, nuestros sueños están subordinados al “otro”, la dirección de una novela corre a cargo de nuestro “yo”.

Para terminar, la moraleja del cuento, a cargo de Quevedo: “Donde hay soberbia, allí habrá ignominia; mas donde hay humildad, habrá sabiduría”.


HÉCTOR ACEBO BELLO
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Imagen: OTTO MUELLER, Pareja de enamorados, 1919

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