Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
-Correo: acebobello@gmail.com
-Instagram: @hectoracebo
-Twitter: @HectorAcebo

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Internet, la creencia pararreligiosa


Muchos de mis amigos y conocidos saben que uno tiene la sana costumbre de enviar –vía e-mail– textos literarios (artículos, relatos, poemas…) propios o ajenos. Huelga decir que valoro la posibilidad de la actualización informativa, del intercambio instantáneo de sentimientos o sensaciones, del debate a cientos de kilómetros de distancia, que ofrece la Red: no en vano, he colaborado y colaboro en varios medios digitales, y soy uno de los editores de La Huella Digital. Sin embargo, uno utiliza –no sólo profesionalmente– este instrumento como un complemento del papel impreso, no como un sustituto. No es mi intención enviar mandobles o saetas ponzoñosas a quienes considero fuera de mi ortodoxia ética y estética, pero me asusta ese discurso atroz de la tecnología por la tecnología, esa actitud destructiva hacia el medio impreso (al que debemos tantos aprendizajes y tantas horas de entretenimiento). En efecto, desconfío, como Giovanni di Lorenzo (director del semanario alemán Die Zeit, una publicación impresa más rentable que la mayor parte de portales digitales), de esas “creencias pararreligiosas en Internet”. Unas creencias que se han convertido ya en una ideología con muchos seguidores.

Ciertos periodistas y, sobre todo, ciertos licenciados en Periodismo (este oficio rara vez se aprende en la Facultad: no es lo mismo memorizar cuatro definiciones ridículas que interpretar los hechos), ciertos licenciados, decía, presentan a la Red como la única esperanza, como la única salida. Pongo como ejemplo este tweet (así se denomina cada uno de los comentarios publicados en la red social Twitter) de un estudiante de 5º de Periodismo: “Se admiten sugerencias sobre blogs interesantes (me vale cualquier tema), para dar un poco de comer a mi Google Reader, que lo tengo abandonado”. Uno piensa, en buena lógica, que para esta persona, y para tantas otras, lo importante es única y exclusivamente el fin en sí mismo (no el medio para conseguir un fin): o sea, navegar por la Red (descargar compulsivamente cientos de podcasts que probablemente sólo sirvan para “dar de comer” al disco externo, repasar los vídeos más vistos de Youtube, actualizar la red social –con cualquier comentario intrascendente– en medio de una tertulia amistosa…). Lo de menos es el contenido: “Si me quitan este programa –dirán algunos–, ya encontraré otro que se le parezca, y, si el nuevo hallazgo no me gusta, haré lo posible para adaptarme al mismo cambiando mis hábitos, mis filias, mis fobias…”.

Esta ideología extrema puede degenerar –como apunta Di Lorenzo– en violencia, en fantasías totalitarias y guerras contra la verdad. Como los tertulianos de la telebasura, como los fascistas, como los estalinistas, muchos acérrimos de la Red no perdonan disidencia a su credo: repasen algunos insultos –muchos de ellos anónimos– que contaminan las bitácoras o los periódicos digitales. Uno entiende, por tanto, que la libertad de expresión se confunde hoy con la posibilidad de ser soez y despótico. ¡Qué dolorosa contradicción: la lectura siempre ha sido infalible a la hora de constatar que el mundo puede verse de diversas miradas! Sin profundizar en asuntos filosóficos y psicológicos, sólo diré –a modo de epítome– que no hemos cambiado mucho, pese a los incontables inventos tecnológicos, desde que Marx acuñara (refiriéndose a las relaciones de trabajo capitalistas) el terrible término alienación, esto es, el estado mental caracterizado por una merma del sentimiento de la propia identidad. El hombre, oprimido por un sistema dictatorial o por la publicidad consumista, deja de tener opiniones propias y actúa (tilde más, tilde menos) como un robot: al dictado de los poderosos.

También le preocupa a uno hoy la total confusión de los términos información y conocimiento. Conviene recordar que Internet, al igual que los libros, nos da la posibilidad de acceder a la información, no al conocimiento. Este conocimiento sólo adquiere su verdadero sentido cuando el lector, en el papel o en la pantalla, transforma, cuestiona, asimila, interpreta y, en definitiva, procesa los contenidos. Quiero decir: sin un aprendizaje, sin un esfuerzo previo, Internet sólo es un instrumento –muy válido, desde luego–, no un milagro pararreligioso (uno, sin ser católico, no ve más transparencia de oblea que una prosa de Azorín o Cunqueiro). La misma tesis –tan vetusta– puedo extrapolarla al señorito que adorna las estanterías con libros que no leerá jamás, a fin de propagar su elitismo. También es aplicable esa tesis al estudiante de Humanidades que en la Universidad cumple un mero trámite, y no bebe, paralelamente, la plural belleza que nos han legado los escritores, cineastas, músicos y artistas. Ya digo que no importa tanto el soporte como la intención o el esfuerzo…

A propósito de esa plural belleza, uno, cuando escribe, siempre intenta ponerse en el lugar –pues la literatura es una continuación, una revitalización– de sus maestros desaparecidos. ¿Qué pensarían ellos al respecto? ¿Con qué palabra precisa expresarían el desafecto ante esta creencia pararreligiosa de la que habla el periodista Di Lorenzo? Don Antonio Machado dejó escrito un poemita que hoy adquiere mucha vigencia, entre otras cosas porque su época también se caracterizó –salvando, claro, las distancias– por el fanatismo de las ideologías: “¡Qué difícil es / cuando todo baja / no bajar también!”. Un alumno aventajado de Machado, José Agustín Goytisolo, construyó hace tiempo “La mejor escuela”, a fin de criticar el automatismo, la indiferencia y la ignorancia de algunos estudiantes y docentes: “No aprendas sólo cosas / piensa en ellas / y construye a tu antojo situaciones e imágenes / que rompan la barrera que aseguran existe / entre la realidad y la utopía: / (…) / Después sal a la calle y observa: / es la mejor escuela de tu vida.”

Desgraciadamente, es difícil que algunas de las personas de mi generación (nací en el 87) asistan a esa escuela que funde la lectura con la vida: la tecnología (entendida, repitámoslo, como la única esperanza) ya comienza a sustituir las conductas humanas más elementales: el beso por el icono de unos labios, la caricia por el tecleo, la sencillez por la simpleza del lenguaje, la voz entrecortada por las abreviaturas… Y, qué quieren que les diga, si uno no tiene la posibilidad de dedicar –con su puño y su letra– un libro a un ser querido, si uno no tiene la posibilidad de personalizar –o de subrayar– un sentimiento universal, ¿de qué sirven los gigas de un e-book? Los humanistas –hay que repetirlo una vez más– tenemos el deber de preservar el lenguaje, renovándolo, y de cultivar la sensibilidad. Para lograr tales fines, no es necesario suprimir ningún instrumento o soporte. Todo lo contrario: las cartas y los e-mails son –ya lo dije– complementarios. Como la película y el libro. La plural belleza se construye a partir de síncopas, de notas aparentemente disonantes…

Por H. ACEBO
La Huella Digital, 24/11/2010

3 comentarios:

estudiante de 5º dijo...

Es evidente que mi religión me prohíbe estar de acuerdo con gran parte de tu texto.

Pero para empezar quiero matizar algo. Me gustaría saber si hubieses reseñado ese tweet en caso de que, en lugar de recomendación sobre blogs o webs, hubiese pedido una recomendación sobre algún libro o revista. Estoy seguro de que no. Pero es lo mismo. Simplemente pedí que alguien me recomendase una web o blog que me gustase y a la que me pudiese suscribir. Sólo me llegó una sugerencia y no me suscribí.

En cuanto a los podcasts, pues es otro tanto de lo mismo. Estoy suscrito a los que me interesan. Y si alguien me recomienda alguno que me gusta me suscribo, al igual que si alguien me recomienda algún libro o revista me lo compro.

Sería absurdo suscribirse a podcasts o blogs que no me interesen para fardar ¿ante quien? Si tú te suscribes a algo (ya sea una web o una revista en papel) se supone que es porque te interesa y la vas a leer. Todas las cosas (audio o texto) a las que estoy suscrito son de mi interés y suelo leer y escuchar todo, salvo casos muy puntuales.

Por otro lado, lo de los libros. Yo soy totalmente pro ebook, desde luego. Es que sus ventajas con respecto al libro en papel me parecen muy evidentes: son más ecológicos que imprimir toneladas y toneladas de papel, son (y sobre todo serán) más baratos porque no se pagan costes de distribución, se ha demostrado con encuestas que la gente lee más cantidad en cuanto se compra un ebook, no cansan la vista (las pantallas de 16 grises, el resto sí) y en un aparato de 300 gramos puedes llevarte miles de libros, sin contar que también sirven como almacenamiento, algo que no viene mal en el modelo actual de vida en las ciudades en pisos más bien pequeños. Dicho todo esto, como suele ocurrir, ambas plataformas convivirán durante unos años hasta que el ebook desbanque al libro en papel,

Al igual que ocurrirá con los periódicos impresos en papel. Yo también leí en su momento la entrevista a Di Lorenzo, y a él no le va mal porque dirige un semanario que profundiza en las noticias. Precisamente los que más están sufriendo ahora mismo son los periódicos diarios. Mira un ejemplo práctico: hace tres semanas pasé por mi quiosco a las 8 de la mañana y compré 'El País'. En portada ponía rumores acerca de un supuesto cambio de gobierno que se efectuaba ese día. Pues antes de las 8 de la mañana en internet, la radio y la tele ya estaban anunciando que se habían filtrado dichos cambios. Por lo tanto, ese día apenas me leí las noticias sobre el supuesto cambio de gobierno que iba a producirse, preferí leerme las noticias más actuales sobre el tema que estaban en la web de El País, entre otras. Los periódicos en papel cada vez venden menos, por eso tienen que andar regalando cacharrería barata, desde cacerolas hasta películas de Cantinflas. Yo me acuerdo que hace 6 o 7 años los periódicos tenían alguna promoción ocasional y ahora con algunos puedes encontrar hasta dos o tres promociones diarias. Lo que ocurre es que aún no se ha encontrado una forma de hacer rentable la información en internet porque la gente no estamos acostumbrados a pagar por lo que está en internet, pero es cuestión de tiempo.

Sí estoy de acuerdo en lo de que las redes sociales no pueden sustituir las relaciones personales de cara a cara, pero creo que se puede prestar atención a ambas cosas por igual, y actualizar tu perfil de Facebook dando información de lo que estás haciendo mientras hablas con tus amigos (físicos). Creo que son plataformas que se pueden complementar perfectamente no sólo en lo profesional, también en lo personal (y más en este último caso, incluso). Dicho lo cual, creo que lo que para uno pueden ser "comentarios intrascendentes" para otra persona pueden ser muy trascendentes.

Héctor Acebo dijo...

1) Me sorprende que te sientas tan aludido, cuando en realidad sólo he citado una frase tuya. Sólo me he apoyado en aquel tweet tuyo para interpretar una realidad. Es evidente que esa frase tuya funciona de PREMISA: parto de ella, digamos, para ofrecer mi visión del asunto. De manera que no tendría mucho sentido que hubiese escogido una frase tuya con la que pudiese estar de acuerdo. Eso cae de cajón. No obstante, repito que yo no critico tanto el soporte como la intención o el esfuerzo. Y no olvides que he criticado, en el texto, a los señoritos que compran libros compulsivamente y los aparcan en las estanterías. (No se trata tanto de leer o de escuchar como de asimilar el contenido. Una vez más, hay que repetirlo: la información no es conocimiento, de la misma manera que el simple licenciado no es periodista.) Dicho lo cual, tu crítica carece -creo- de validez.

2) Sin entrar en los defectos de los medios impresos y de los portales de Internet, sólo quiero recalcar lo siguiente: yo he tratado de ofrecer una visión conciliadora, pues soy partidario de complementar -incluso en el futuro, pues el periodismo practicado en la Red, pese a la instantaneidad, deja a un lado la profundización inherente al periodismo impreso- ambos soportes. Tú no. Por tanto, creo que no exagero cuando hablo de la destrucción hacia los medios impresos.

3) Sobre la trascendencia de los comentarios: La RAE define el vocablo "trascender" de la siguiente manera: "Resultado, consecuencia de índole grave o muy importante". No hace falta ser muy avisado para constatar que muchísimos comentarios practicados por aquellos que tenéis Twitter (reproduzco algunos firmados por ti: "¡Gol!", "¡Joder!"...) son vagos, insustanciales, chabacanos, ajenos al sosiego que crece de consuno con la reflexión, con la crítica y con la sensibilidad (no he leído ningún tweet tuyo que elogie esta facultad, necesaria en cualquier hombre de letras). Estos valores siempre se han dado en el buen periodismo escrito, y los mejores portales tratan de seguir ese ejemplo.

Héctor Acebo dijo...

El escritor y ex ministro de Cultura C. A. Molina también incide en la tesis que uno mantiene:

http://llavedeloscampos.blogspot.com/2010/11/cesar-antonio-molina-tambien-critica-la.html