Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
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viernes, 28 de septiembre de 2007

A mi abuelo



Paco de Robaín, de San Tirso de Abres, representa la última estirpe de los antiguos curanderos de ganado

Paco de Robaín.

Robaín (San Tirso de Abres),
Héctor ACEBO BELLO

«Hemos de chamar o albeite pra que vexa o burro, qu'anda mal dunha pata». Esta frase, hoy en desuso, podría haberse atribuido hasta hace un par de décadas a cualquier campesino de la comarca Oscos-Eo. Los «albeites» (albéitar) eran experimentados vecinos que curaban las enfermedades del ganado sin poseer el título de veterinario.

Francisco Bello Castaño, más conocido como «Paco de Robaín» en la comarca, es un vecino santirseño de 77 años que representa a la perfección la última estirpe de estos peculiares curanderos. «Lo del albeite, más que un trabajo, se trataba de una vocación», subraya. Y es que la mayor parte de las veces estos curanderos palpaban a las cabras, al asno o las vacas de sus amigos sin cobrar nada a cambio, pues compaginaban el arte de curar con la agricultura y la ganadería.

«Cuando la vaca tenía mamitis, se cocía una hierba llamada cicuta; después se extendía el jugo sobre la ubre inflamada y la hinchazón desaparecía». Tan hábil con las manos como con la palabra, Paco se refiere a las enseñanzas que, en la adolescencia, le transmitió su abuelo, otro albeite experto en el «entalizado». Este proceso consiste en «estirar el hueso dañado hasta ponerlo en su sitio, para que esté a la misma altura del hueso de la otra extremidad». El siguiente paso sería embutir, mediante un par de talizas (tablas), la extremidad herida y envuelta previamente con una venda. «Las talizas son idóneas para que circule bien la sangre», porque «si no, el brazo quedaría con poca fuerza y habría que hacer mucha rehabilitación». Según el albeite santirseño, el hueso, después 30 o 40 días «entalizado», salía «perfecto».


Francisco Bello Castaño, el albeite de Robaín.

A pesar de que los albeites se relacionan con el ganado, ocasionalmente estos curanderos trataban, también mediante el «entalizado», los esguinces o las roturas de las personas porque «el trabajo de arreglar un hueso es igual para un hombre que para un animal». Paco, sin embargo, está muy lejos de ser aquel curandero agreste que huía de los matasanos. «Me hubiese gustado ser traumatólogo porque desde niño he sentido pasión por los huesos». Pero, como les sucedió a tantos otros hijos de la guerra, «en aquellos tiempos no había posibilidades para estudiar».

Entre todas sus proezas, el albeite santirseño recuerda con especial satisfacción el tratamiento que ideó hace tres décadas para un asno con el cuello roto, desahuciado por el veterinario de cabecera. El dueño decidió entonces recurrir a la habilidad de Paco de Robaín. «Para que no se moviese, le extendí una tabla que iba desde el trasero a la cabeza. Y con dos tablones que le incrusté a cada lado del cuello, el hueso se le fue soldando». Según cuentan los vecinos, el veterinario local quedó asombrado al comprobar que un mes más tarde el animal ya estaba curado.

Francisco Bello Castaño, con su asno, en su caserío de Robaín.


La entrada en la década de los sesenta marcaría el inicio del languidecer de estos curanderos, ya que, con la apertura de la Universidad a todas las clases sociales, fueron poco a poco sustituidos por jóvenes veterinarios que «tenían el título y más conocimientos», aunque «menos experiencia». Pero hay días, como hoy, en los que el can de caza sigue comunicándose con Paco cuando alguna vaca sufre dolores en la zona abdominal. Y entonces, al escuchar los ladridos, el albeite acude en ayuda del rumiante y, si es necesario, no duda en subir al monte en busca de unas raíces de «escorzonela», que también ofrece, en infusión, a cualquier vecino «que ande mal de vientre». Y es que las arrugas de sus manos parecen absorber todas las heridas.

San Tirso de Abres, 28 de septiembre de 2007. Por muy increíble que parezca, todavía se pueden escuchar los infalibles remedios de aquellos curanderos que nos enseñaron a entender el lenguaje de los animales y que hicieron suyo el verso del Nobel irlandés W. B. Yeats: «no hay escuela de canto, sino el estudio de aquellos monumentos de su propio esplendor».
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Texto e imágenes: H. A. B. (La Nueva España, 28/09/07)

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