Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

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jueves, 25 de octubre de 2007

A propósito de El orfanato (J. A. Bayona, 2007)

Arde el mar
HÉCTOR ACEBO BELLO

La mirada temeraria de Laura (Belén Rueda)


La escena del escondite inglés que ilustra el comienzo de la película, y que se vuelve a repetir, de un modo escalofriante al término de la misma cuando Laura -Belén Rueda- resucita a sus viejos amigos, podría servir como el contraste definitivo y definitorio de la filosofía de El orfanato. Y es que en la ópera prima de J. A. Bayona conviven, con resentimiento por ambas partes, la infancia robada y la madurez temeraria que transmite, con una simple mirada, Belén Rueda. Pero el tema principal no es tanto el miedo a hacerse mayor como la ceguera que produce el paso del tiempo. Porque, como decía Leopoldo María Panero en El desencanto (Jaime Chávarri, 1976), "en la infancia, vivimos; después, sobrevivimos". En ese sentido, los diálogos de Simón con su amigo imaginario de la cueva (es decir, su propio "yo") asombran a su madre, quien pretende rescatar tan sólo lo bueno de su paso por el orfanato. Así pues, sólo llegará a sumergirse en la mente alucinatoria de un niño -Rascowski se refería a la visión prenatal, aunque no estaría de más volver a hablar de dementia praecox- cuando le arrebatan lo que un día, acaso en un sueño, fue suyo. Para muestra, la violentísima escena en que, a través de un travelling circular, la madre desesperada lucha entre las olas en el intento de arrancar la máscara de su hijo.

Laura (Belén Rueda) persiste en el empeño de arrancar la máscara de su hijo.



Pero si algo llama la atención en El orfanato, es la amalgama de influencias que utiliza Bayona para describir todo tipo de situaciones escatológicas y terrorifícas, que se concentran, a modo de metáfora, en los retales de la máscara de Tomás, el amigo imaginario (?) de Simón. El tratamiento simbólico de las deformidades muestra, en efecto, la admiración por El hombre elefante (1980) del siempre polémico David Lynch. Incluso Blue velvet (1986) deja su huella macabra en la escena en que Belén Rueda acaba tirada en el suelo del refugio de sus amigos, sudada y barnizada con polvo cadavérico, en un intento por salvar la originalidad del guión, tan previsible desde el momento en que la viejecita visita la mansión: esto es, el ecuador del film. Otro personaje clave -ahora para bien- es el médium que encarna Geraldine Chaplin con un claro referente: Poltergeist (Tobe Hopper, 1982) a la hora de poner en práctica el contacto de la Vida con la Muerte.

Eso sí, a pesar de la elegancia que transmite -en parte, gracias a la belleza salvaje de la playa de Llanes (Asturias)- la estética de El orfanato, no debemos olvidar que la idea (conseguida con creces, por cierto) de moldear a Laura (Belén Rueda) con una psicología tan sobrecogedora como estéril, olvida el tratamiento de personajes importantes (dejando a un lado ya a la mentada viejecita) como, por ejemplo, su propio marido, que permanece preocupado/evadido en todo momento, como si le resultase enorme el papel que representa la heroína. Qué duda cabe de que lo que sí consigue Bayona, al menos ante los ojos de este espectador, es un apasionante viaje sin retorno a las entrañas del Nunca Jamás. A propósito de la Ley de Memoria Histórica, no olvidemos el pasado o arderá nuestra memoria. Como el mar.

H. A. B.
Madrid, 24/10/07

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