Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo

Bitácora de Héctor Acebo, poeta, periodista cultural y doctor en Periodismo.
-Correo: acebobello@gmail.com
-Instagram: @hectoracebo
-Twitter: @HectorAcebo

martes, 4 de diciembre de 2007

A propósito de Mi hermano es hijo único (D. Luchetti, 2007)


Peleas que dicen te quiero
HÉCTOR ACEBO BELLO

No resulta extraño que dos hermanos se peleen. Sobre todo, como en el caso que nos atañe, si están enfrentados ideológicamente. Pero la energía que desprenden Azzio (Elio Germano) y Manrico (Ricardo Scarmacio) no es el producto de la lucha italiana entre el fascismo y el comunismo, sino más bien todo lo contrario: la impotencia a la hora de reflejar el amor entre dos hermanos. No sorprende la excusa si nos situamos en la Italia polarizada de los años 60, en donde lo normal era “democratizar” el “Himno a la Alegría” añadiéndole una letra con vivas a Mao y a Stalin. O reivindicar la figura de Mussolini como abogado para la paz. ¿De veras que cualquier tiempo pasado fue mejor?

Dejando a un lado crónicas amarillentas, lo realmente llamativo reside, sin duda, en la intensidad con la que dotan Petraglia y Rulli (guionistas, también, de otro film de Luchetti, La voz de su amo) a los hermanos. ¿Cómo lo consiguen? Mezclando la comedia con los sentimientos. Luchetti, por su parte, espía cualquier movimiento del callejón. Y, como un alumno aventajado de la escuela neorrealista, no se posiciona políticamente, sino que deja que las imágenes que capta su ojo hablen con voz propia.

¿Cuál es el error que comete el director? Creer, en ciertos momentos, que está rodando una serie televisiva (la influencia de Cuéntame como pasó –voz en off incluida– es enorme) en lugar de un largometraje de tal calibre. Y no me refiero solamente a las manidas escenas de violencia callejera, sino también a unas charlas costumbristas que se alargan, como las ideas de la época, más de lo previsto. ¿Qué se echa en falta para compensar el supuesto vacío? Profundizar, por ejemplo, en problemas sociales tan básicos como el terrorismo.

De todas formas, el emotivo final compensa las carencias de la adaptación de la novela (El fasciocomunista) de Pennachi. Me refiero, claro está, a la pasión que estalla cuando Azzio se cuela en la mente de su hermano, a fin de otorgar al proletariado las llaves de una vivienda digna que el corrupto gobierno les había prometido años atrás. “Nunca había tenido un balcón: metía las macetas en las bañeras”, dice, emocionada, al abandonar su choza, la madre de los hermanos.

Manrico ya está muerto. La revolución, también. Pero, más allá de la confusión política, hay un hijo único que es capaz de poner voz a las peleas (que se tornan en abrazos) de dos hermanos.

No hay comentarios: